RESPONDER A JESÚS (Mt 16, 13-20)
El seguimiento de Jesús, la confianza total en él como sentido de nuestra vida; en definitiva, el ser cristiano, exige una respuesta personal. No se trata de rellenar un formulario o estampar la firma en un “Credo” peculiar, ni de sumarse a un grupo más o menos anónimo y masivo de seguidores; sino de mirarle a los ojos y responder a un interrogante que Él nos lanza cara a cara: “¿Quién soy yo para ti?”.
Uno no puede ni soslayar la pregunta, ni inhibirse en la respuesta… Y “lo que decimos” de Jesús puede ser sólo una forma estereotipada, sino que ha de implicar un compromiso de vida, una voluntad confesante y militante; es decir, una auténtica incorporación a su “iglesia”, haciendo propia su forma de vivir, convirtiéndose en transmisor de su benevolencia y su compasión, y agradeciendo y alegrándose de la comunión con Dios y con los hermanos, con el resto de discípulos.
Por eso, más allá de las palabras con que atinemos a expresarlo, para responder a Jesús no valen fórmulas, que pueden estar cargadas de sentido, pero ser para nosotros inexpresivas, sino el reconocimiento de nuestra indignidad y el deseo de caminar tras él y en los hábitos de nuestra cotidianeidad. Responder a Jesús es identificarnos con él, pronunciar sus palabras y actualizar su bondad y su perdón, cosa sólo posible si nos dejamos penetrar por su Espíritu, modular por su fuerza y su autoridad, inspirar por su Padre…
Porque hay que tener siempre presente que “confesar a Jesús”, con toda la radicalidad que ello supone, no es sino el comienzo… un punto que condiciona toda la aventura de nuestra vida, implicando desde ese momento más o menos “solemne” e “íntimo” (ambas cosas vienen exigidas por la pregunta personal de Jesús), el arranque de una trayectoria en nuestra persona, que nos lleva a orientar y conducir nuestra vida en esa perspectiva que se nos descubre gracias a su luz y a su palabra, y que nos es propuesta como prioridad ineludible, y sólo posible porque también se nos otorga su gracia, el impulso y fortaleza del Espíritu Santo, ya que sin él nos sería inaccesible.
Y aunque es evidente y manifiesto que esa trayectoria de nuestra vida es algo completamente íntimo y personal en su decisión y en su itinerario; también es claro que ello no significa que sea algo “individual”, aislado o “privado”.
Ciertamente, no necesita en principio estar referido a la “Iglesia”, entendida ésta como una institución pública constituida y estructurada como una confesión religiosa que pretende ser instancia de autoridad y de identificación de esos “fieles”. A pesar de lo que se haya dicho en el transcurso de los siglos, jamás al talante eclesial cristiano puede estar teñido de exclusivismo, monopolio divino, o privilegio electivo.
Pero, con todo, y descartando cualquiera de esos planteamientos totalitarios fundamentalistas, dogmáticos, discriminadores e intolerantes; o incluso, cuando de modo más “civilizado”, se actúa con criterios “encasilladores”, selectivos y eclesiocéntricos… no se puede evitar reconocer e insistir en que precisamente por ser personal, la fe así considerada, como respuesta confesante comprometida y radical al interrogante de Jesús, es también siempre y necesariamente compartida y comunitaria, elemento de sociabilidad, de solidaridad y de comunión; y, con ello, otorgadora de horizonte de destino común para la humanidad como tal, como “Reino de Dios”, como cumplimiento y plenitud del componente fraterno y compartido de nuestra realidad personal humana. Y ello, prioritariamente, en el propio entorno vital de cada uno de los creyentes, y no en “clubs privados” o en “sociedades secretas”…
De ahí que ser cristiano no pueda ser nunca una cuestión exclusivamente “de conciencia de cada uno”, o tratada en el secreto reducto de lo íntimo oculto para los demás; sino de implicación en vivir de un modo fraterno, y de convocatoria a un comportamiento basado en el compartir y en la solidaridad. Y ello de un modo transparente y abierto, lejos de la cerrazón y la opacidad de una secta; es decir, al modo del propio Jesús con sus discípulos, y de su actitud de disponibilidad y acogida universal.
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