DEJARNOS  LLEVAR  POR ÉL…  (Mt 14, 22-33)

DEJARNOS  LLEVAR  POR ÉL…  (Mt 14, 22-33)

La llamada al seguimiento por parte de Jesús, al seguimiento “perfecto”, no consiste en practicar lo que hemos venido en llamar “consejos evangélicos”, cuyo compromiso público vino a plasmarse en la proclamación de unos “votos solemnes”; sino en la “simple” y radical decisión de orientar nuestra persona y el desarrollo de nuestra vida exclusivamente hacia Él, con una mirada fija y atenta, que venza la tentación de volverse hacia nosotros mismos para comprobar cómo es cierto que Él convierte en fortaleza nuestra innata debilidad, y hace posible lo que sólo con nuestro esfuerzo es irrealizable.

La atención fija en Jesús se convierte en el episodio de la barca y Pedro caminando sobre el agua, en la total y única seguridad y garantía, en la capacitación perfecta (que de otro modo nos resultaría imposible), en la fuerza sorprendente que nos permite no hundirnos en las aguas encrespadas de este mundo nuestro, que amenazan siempre nuestra debilidad, e incluso engullen nuestra propia persona…

Dejar de mirarlo a él y volver la atención sobre nosotros mismos, nos sume en el fracaso, en la conciencia de nuestra incapacidad para salir a flote y poder mantenernos firmes y leales en su seguimiento.

Pero, a pesar de ello, nunca hay abandono por parte de Jesús; sino siempre llamada a la conciencia, a la lucidez, al reconocimiento de nuestra miseria y debilidad, así como muestra de la absoluta necesidad que tenemos de él. Lo que hay siempre por su parte es luz que nos ilumina e indulgencia y disponibilidad que nos anima.

Es por eso que nuestra mirada no puede distraerse o desviarse mirándonos a nosotros mismos, o queriendo comprobar los efectos de su cariño y de su poder. Lo nuestro ha de ser, exclusivamente, descubrir el gozo infinito de dejarnos llevar…

Y ese “dejarse llevar por Él”, debemos hacerlo real y verdadero en toda circunstancia y en todo momento de nuestra vida sin necesidad de proclamarlo solemnemente; sino respondiendo, en todas las ocasiones que se nos presenten, con la fuerza e ilusión que descubrimos en nosotros mismos gracias e él y al impulso eficaz del Espíritu que nos transmite. Es lo que le ocurre al propio Pedro cuando, ya decididamente apóstol tras la resurrección de Jesús, no puede dejar de “obedecer a Dios antes que a los hombres”, y, al igual que le ocurría a su Maestro, desborda de fuerza divina hasta el extremo de que su persona se convierte en mediadora y transmisora de la fuerza de Jesús e incluso de su capacidad de “obrar milagros”. Ahora sí, no se hunde al comprobar que sus pies caminan sobre el agua, sino que sólo sabe estar pendiente de Cristo, dejándole a Él la responsabilidad de que lo salve del hundimiento y del naufragio…

Si consideramos los riesgos y peligros de “obrar el bien”, de ser misericordiosos e indulgentes, de no someternos al dictado de las normas que rigen el comportamiento de nuestra sociedad y nos reclaman competitividad haciéndonos rivales a unos de otros en todos los niveles: profesional, económico, social, político; si nos atrevemos a mantenernos al margen de los escenarios en que domina la ley del más fuerte y el principio de que “como no hay para todos”, es perfectamente legítimo y recomendable pertenecer al club de los privilegiados; si no nos dejamos llevar por la insensibilidad o la ignorancia interesada ante las consecuencias de la desigualdad, ante el sufrimiento y la debilidad cerca de nosotros, y ante la exclusión y el abandono de las víctimas lejanas; si somos bien conscientes de que la bondad, la compasión, la misericordia y el perdón nunca van a ser promocionados oficialmente, pero aun así nadie va a conseguir que desistamos en nuestra voluntad de que sean ellos los valores que rijan nuestra vida y nuestra conciencia cristiana de seguidores fieles de Jesús; entonces, caminando sobre esas aguas turbulentas y amenazadoras, resistiéndonos a caer en la telaraña pegajosa de nuestra sociedad, como nuestra mirada sólo estará puesta en Él, no habrá en nosotros miedo ni angustia, sino sólo esa dulzura y sonreír que nos atraen…

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