RIESGOS Y PACIENCIA… (Mt 13, 24-43)

RIESGOS Y PACIENCIA… (Mt 13, 24-43)

Ser buena tierra, para que germine y se desarrolle la semilla sembrada, es también correr el riesgo de que crezca la cizaña. La bondad, la disponibilidad, la actitud de servicio, no serán nunca una garantía de éxito, una especie de inversión para luego recoger los beneficios merecidos; y ni siquiera una ocasión de agradecimiento, de reconocimiento y, con ello, un lugar de convivencia feliz con los ”beneficiados” por esa actitud nuestra. La entrega es gratuita, y siempre constituye un riesgo; pero un riesgo que vale la pena, y que ha de saber esperar…

La buena tierra no hace discriminación de semillas, e ilusionada y esperando feliz el crecimiento del trigo bendito, se verá tristemente sorprendida al ver que gracias a su dedicación, a sus cuidados y a su cariño, también crece en ella cizaña indeseable…  No es raro que haya siempre aprovechados de la bondad y la generosidad ajena, sembradores maliciosos, compañeros indignos creciendo al lado…

Y podríamos dar un paso más en nuestra reflexión, y considerar que precisamente eso es ser “buena tierra”: estar disponible para atender con generosidad a toda semilla previamente a saber la clase de fruto que cada una va a ofrecer, envolverla en nuestros cuidados y acompañar las necesidades de su desarrollo sin reparar en el uso que ella vaya a hacer de ellos; es, como Jesús decía, imitar al Padre “que hace salir el sol sobre buenos y malos, y ofrece su lluvia a justos e injustos…”, y que deja a nuestra libertad el ser trigo o cizaña…

Es también, por otro lado, reconocer que va a haber siempre en nosotros mismos, mientras vamos madurando en esta mundo, hasta que llegue el tiempo definitivo de la cosecha y de la presentación de nuestros frutos, malas hierbas que hemos de saber reconocer, porque no las podemos ni debemos extirpar, ya que forman parte de nuestra realidad “material“: son nuestras tentaciones y nuestras limitaciones personales, sólo superables con la paciencia que Dios nos infunde y reclama, con la serenidad de poner en sus manos el transcurrir y el dinamismo de nuestra vida, de modo que nuestro esfuerzo vaya dedicado exclusivamente a fortalecer y dar vitalidad al trigo que él quiere hacer crecer en nosotros. Si así lo hacemos, no nos puede sobresaltar ver la cizaña amenazante, sino simplemente estar así advertidos para no confundir las plantas ni sus frutos…

Si una de las conclusiones de la parábola del sembrador del domingo pasado era la generosidad de Dios, su exceso y derroche de bondad, dando ocasión y oportunidad a toda clase de “terreno” para que sienta su caricia y haga germinar su semilla creadora; la siguiente en la serie de ellas que nos presenta el evangelio de Mateo, la de la cizaña que leemos este domingo, acentúa otra fundamental “cualidad” divina: la paciencia infinita. Paciencia que es casi sinónimo de delicadeza, de cuidado amoroso, de estar constantemente preocupado por sus criaturas, siguiendo y acompañando nuestros pasos, y prohibiendo absolutamente cualquier “buen deseo” que implique el más mínimo riesgo de dañar a “sus espigas”, en crecimiento y a la espera del fruto y la cosecha.

Es un motivo más, una nueva perspectiva para que vivamos creciendo en confianza y alegría, en esperanza y gozo. Hay siempre unos ojos atentos, los de Dios, aunque nos veamos aparentemente abandonados, olvidados, o expuestos a los riesgos y peligros de semillas invasoras perversas, o de imprudentes y ansiosos arrancadores de cizaña…

Y, por supuesto, es también una advertencia para que jamás pretendamos ser los activos “defensores y ejecutores” del bien, que al final acaban convirtiéndose en “justicieros” vengadores, en pretendidos árbitros o en jueces arrogantes de todo lo que crece en este mundo; porque si bien es verdad evidente dónde se hace presente la maldad, también lo es el hecho de que en ella participamos nosotros, y que en nosotros también está presente su siembra…

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