¿IGNORANCIA CULPABLE? (Jn 14, 1-12)

¿IGNORANCIA CULPABLE? (Jn 14, 1-12)

“Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”… “Tanto tiempo con vosotros, Felipe, ¿y no me conoces?”… 

La Moral tradicional enseñaba que hay una ignorancia culpable y otra inculpable; una que es vencible, y otra invencible… La ignorancia inculpable e invencible es siempre no ya un atenuante sino un eximente de culpa y de pecado; pero la culpable y vencible, por el contrario, es un agravante e implica responsabilidad y culpa, se convierte en delito punible…

Como Jesús nunca entra en legalismos, ni se mueve entre casuísticas morales; y sólo busca revelarnos lo inagotable de la misericordia y el perdón divinos, y la riqueza de su vida, a la que nos convoca; él ni acusa a nadie ni dicta condenas, sino que se limita a un reproche paciente y cariñoso, delicado y exigente a la vez. Porque tampoco quiere conformismos, ni que ignoremos la profundidad y las consecuencias de la verdad: “Tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y aún no me conocéis?”…  Es casi un interrogante agónico y triste: “¿Qué más podría hacer para que me comprendáis?”…  Algo así como: “Ya no me queda sino morir por vosotros”…,  y así lo hará: llegar hasta la cruz para que lo conozcamos por fin… para que podamos verlo resucitado…

Por otro lado, conocer a las personas desde la intimidad y la convivencia, desde el compartir vida y caminar juntos, quererlas y necesitar su compañía y su presencia, no es “crecer en información” respecto a ellas, sino profundizar en confianza, constatar su inagotable riqueza y la capacidad de enriquecernos nosotros con ella desde el respeto absoluto a su libertad y a su “misterio”, y con una inquebrantable y “ciega” confianza en ellas… No necesitamos, no queremos, no nos proponemos “saber mucho” de ellas, ni comprender todo lo que nos dicen y nos proponen; no nos hacen falta pruebas o evidencias palpables de la verdad de sus palabras, de su reclamo de confianza y de cariño, ni de su llamada a seguir sus pasos… Conocer  a las persona supera cualquier expectativa de poseer una buena cantidad de detalles o una abundancia cada vez mayor de datos personales, de apuntes biográficos e incluso de cualidades y experiencias íntimas… es algo tan distinto a la superficialidad y a lo meramente “externo” (y material o controlable), que podríamos aludir a ello, simplemente diciendo que es algo así como “adentrarse o hundirse” en su misterio personal, dejarse invadir sin barreras ni defensas por su fuerza abismal, que nos resulta asombrosa e incluso “vertiginosa” al transportarnos a lo imposible de sentirnos unidos desde lo más profundo e íntimo, y para siempre, en un horizonte de enriquecimiento inagotable e infinito.

Pero ese sumergirse en la profundidad del misterio de la otra persona, y primordialmente cuando se trata de la persona de Jesús, del mismo Dios en persona, ni es un simple y pasivo “extasiarse” (que también…), ni una renuncia a la propia identidad, ni un disolverse o “espiritualizarse” en el éter…, sino un identificarse de tal modo con ella, que “vemos con sus ojos y oímos con sus oídos…”; es decir, al compartir vida y persona, se nos abre una percepción distinta, nueva, de la realidad y del mundo, del presente y del futuro, de nosotros mismos y nuestro horizonte de sentido: descubrimos la densidad del momento y la eternidad de las promesas hechas deseo (o de los más ansiados deseos hechos promesa y anuncio de cumplimiento seguro)… Y eso, y no otra cosa, es conocer a Jesús: penetrarse de él al penetrar en él… compartir su horizonte divino, porque progresivamente, y siguiendo su provocador llamamiento, nos hemos in-corporado (así, “literalmente”, sacramentalmente) e Él…

Y no hay mucho más que decir: nuestra ignorancia respecto al conocimiento de Jesús difícilmente será “inculpable”, y desde luego nunca “invencible”; todo lo contrario, su constante y paciente cercanía, su respetuoso y delicado caminar a nuestro lado lo hace tan próximo e identificado con nosotros, que hay que hacer un esfuerzo para rechazarlo… Y con frecuencia, el mejor signo de que lo conocemos (evidentemente, sin nunca poder agotarlo), es que no acabemos de entenderlo

Todos los días de nuestra vida caminando a nuestro lado, ¿y todavía no lo conocemos?… Abramos del todo nuestros ojos, dejémonos acariciar por sus palabras… Sigámosle, no deja de mostrarnos hacia dónde…

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