UN SEPULCRO VACÍO (Mt 28, 1-10)

UN SEPULCRO VACÍO

“…ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como había dicho… (Mt 28, 1-10)

En lo más profundo del silencio y del abismo se gesta la resurrección.

En las entrañas de la tierra germina la eternidad.

En el vértigo del aparente abandono y de la muerte, de la aniquilación y del anonadamiento, palpita lo divino.

No hay mayor asombro que el de esas mujeres buscando a un difunto y sorprendidas por un destello de Dios que las deslumbra: “¿Buscáis a Jesús?: ¡Él está vivo!”. Su cruz era el nido de la vida; de ella brotó el manantial, el surtidor de agua inagotable que calma toda sed, la luz que cura la ceguera de lo humano, la resurrección como origen de lo eterno…

Jamás hubiéramos podido imaginarlo. Ningún esfuerzo nuestro lo hubiera conseguido. Es el mismo Dios quien desarma al mal, destruye desde la docilidad y la mansedumbre la propia muerte, desautoriza definitivamente al pecado, anula las sombras y hace triunfar y florecer la semilla sembrada en todo lo creado.

El anuncio de la resurrección de Jesús es el origen de nuestra fe cristiana y el tomar por fin conciencia del verdadero sentido de la vida humana, situada ahora ya en perspectiva de cumplimiento y no sólo de promesa.

Es el punto culminante de la historia, entre la Creación y su Consumación, que nos permite concluir que Dios integra en sí mismo lo por Él creado, pero únicamente si la persona decide libremente entregarse a Él. Y Jesús lo decidió por todos…

El misterio de Dios es el misterio de Jesús, y el de su vida, condensada en la cruz y culminada en Pascua. Y por medio de ese Cristo se nos abre al resto de los humanos la gloria de ese misterio. No es una mera noticia; es la convocatoria a la experiencia suprema y definitiva: la del sentido y horizonte del hombre, la del gozo y la alegría desbordante y para siempre…

No hay mensaje en toda la historia humana más importante y decisivo, porque, al margen de cómo queramos hacer uso de nuestra libertad y orientar nuestro futuro, la resurrección de Jesús nos abre, a todos y para siempre, el horizonte de lo inalcanzable divino.

Es Pascua: ya hemos salido del sepulcro… ya hemos alcanzado la resurrección; ya es accesible la Gloria divina. Nuestro mundo visible puede no haber cambiado mucho, pero su futuro se ha iluminado…

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