PASIÓN Y CRUZ DE DIOS (Domingo de Ramos)
“¿Habéis venido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.” (Mt 26,14 – 27,66)
Tan apasionadamente vive Jesús su entrega absoluta e incondicional, su renuncia a sí mismo para darse a los demás (su proexistencia), que el final de su vida tiene que ser auténtica “Pasión”… Pasión y cruz, como consecuencia de su desbordamiento de amor y bondad… Ahí se sitúa el instante supremo de esa aparente contradicción entre Dios y el mundo, y a la vez, el único que hace ya definitivamente conciliables, para siempre, a Dios y al hombre.
Intentar hacer compatibles a Dios y al hombre de cualquier otra manera, es tarea imposible y condenada al fracaso; Dios y el hombre sólo pueden ser coincidentes en el fracaso de una cruz, consecuencia de una vida: la de Jesús. Ése es el misterio de la fe cristiana, el fundamento de la vida humana y el horizonte de la persona: que la divinidad solamente puede encarnarse, hacerse realidad material en nuestro mundo, al modo como lo hace Jesús, Jesús de Nazaret, y, en consecuencia, siendo Pasión y culminando en la cruz, lo que celebramos en Semana Santa, una cruz, inseparable de la Pascua…
Y su reverso es: el hombre solamente puede lograr su anhelo de verdadera vida, su divinización real, viviendo al modo de Jesús, apasionadamente… al precio de su cruz…
El creador nunca se desentendió de lo creado, sino que infundió en su creación una dinámica irreprimible que la condujo hasta lo humano, convirtiendo su autonomía en libertad y haciendo florecer en la persona el germen divino imposible de silenciar o de ignorar. Porque el misterio divino no es el de la posible intervención milagrosa en la realidad creada, sino el de estar sumido en ella acompañándola, asegurando perpetuamente la fuerza impulsora de su Espíritu y ofreciéndole en la persona humana, como centro, culmen y responsabilidad de su manejo y su cuidado, la revelación de su proyecto y la perspectiva de un futuro de trascendencia (enigma y misterio para la inmanencia de nuestra materialidad y finitud, reconocible e innegable), cuya aspiración y plenitud, más allá de lo constatable, dotará de identidad definitiva y de cumplimiento real a nuestra vida personal humana y al todo de la naturaleza creada.
Dios, que es actividad creadora, se convierte en pasividad creada cuando se encarna; y, con ello, de Señor pasa a ser criatura sometida, cuya identidad, como la de toda persona, siempre “en proceso”, debe forjarse que enriqueciéndose de la compañía, la influencia, la convivencia con el resto de personas, que condicionan y hacen posible llegar a ser nosotros mismos.
Por ello, y de forma incomparable y suprema, la vida de Jesús es “Pasión”… pero pasión conducida por Él, protagonizada señeramente por su opción vital y la plenitud del ejercicio de su libertad irreprimible. Tan libre y tan profundamente asumida es la “pasión por la Vida”, que es la pasión de la vida de Jesús; tan soberanamente es vivido el ineludible condicionamiento de nuestra persona; tan irrevocable su modo de vida divino (en las antípodas del en-simismamiento y en la radicalidad del expatriarse, por no decir ex-simismarse…), que se agudiza y se extrema convirtiéndose en Pasión y cruz en su despedida de este mundo…
Y no es que haya una confabulación manifiesta de este mundo contra Dios (que la puede haber), o una lucha trágica y titánica entre la luz y las tinieblas (la apocalíptica no deja de tener su impacto en la forma nuestra de interpretar lo incomprensible desde el dramatismo de la experiencia mundanal…); lo que sí hay es una incapacidad manifiesta del deficitario ser humano, una indigencia radical de la persona, que reclama y necesita salvación, salvación sólo accesible con la apertura incondicional a la Revelación del propio Dios, cuya voluntad y deseo es el de nuestra plenitud, incorporándonos a Él mismo. Lo que parece imposible. Lo que para cualquier persona es imposible. Lo que sólo Dios ha hecho posible al encarnarse, dándonos a nosotros ocasión con ello de que también consigamos lo imposible…
Porque hacer lo imposible es matar a Dios… para que así también sea posible el otro imposible: salvar al hombre, que el hombre pueda llegar a ser divinizado… Y es que la vida, tanto del hombre como de Dios se ubica en la utopía, en lo imposible: en Dios por autotrascendencia, en el hombre por indigencia absoluta…
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