PLEGARIA EUCARÍSTICA
–Tercer Domingo de Cuaresma-
Con justicia te damos gracias, Padre, por tu Hijo;
porque nos sale al paso en el camino de la vida,
para saciar la sed de eternidad, que Tú mismo
has infundido por tu Espíritu en nosotros;
y que, al provocar nuestra atención y nuestra mirada,
como le sucedió a aquella samaritana,
nos hace descubrir su piedad y su perdón.
Por eso te alabamos con los ángeles del cielo,
proclamando y cantando jubilosos:
SANTO, SANTO, SANTO…
Que tu santidad, Señor,
que es el agua viva de tu gloria,
y el fuego inextinguible de tu Espíritu,
nos penetre hasta el fondo con su fuerza.
Y que ese mismo Espíritu Santo, Padre,
descienda sobre estas ofrendas
para que sean el cuerpo y la sangre de tu Hijo.
El cual reunió en su Última Cena a sus discípulos,
y consagrando el pan les dijo:
TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL…
Y consagrando después también el vino,
tomó el cáliz y les dijo:
TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL…
Cristo se entregó por nosotros:
Por tu cruz y resurrección,
nos has salvado, Señor.
Sentados junto al borde de un pozo tantas veces,
desconsolados y abrumados por nuestra vida,
como aquella mujer de Samaría
estamos sedientos de agua y de luz:
de tu claridad y de tu cercanía,
que nos desborda y sumerge en ti.
Sin acabar de descubrir
las raíces de nuestro descontento
ni de la penumbra sombría en que vivimos;
somos incapaces de reconocerte y de seguirte,
si no eres tú mismo quien nos guía.
Por eso nos inunda la alegría
como a la samaritana;
y, como ella,
te miramos sorprendidos y expectantes,
iluminados e ilusionados,
descubriendo en tus ojos
esa fuente de amor que precisamos,
esa bondad que tanto deseábamos,
y que nos hace descubrir nuestra pobreza.
Queremos hacerte presente, como ella,
nuestra voluntad de convertirnos a ti definitivamente,
y no dejarnos ya más llevar por el desánimo.
Te agradecemos que tu Hijo
nos ofrezca sin descanso el agua viva,
infundiéndonos con ello vuestro Espíritu Santo,
que nos fortalece y nos llena de dicha.
Nos sentimos así parte de tu Iglesia universal.
Y te pedimos por el Papa,
por nuestros obispos y pastores;
y con ellos, nos sentimos como ovejas de tu rebaño.
Queremos mantenernos cerca
de todos aquéllos que agradecen tu presencia
y confían en tu amor y en tus palabras;
y especialmente queremos ser alivio
de quienes sufren
y de los que se sientan al borde del camino
sin consuelo ni esperanza.
Queremos ser transmisores de tu voz
y distribuidores de tu agua,
mensajeros y provocadores de tu mirada.
Queremos ser, como tú nos pides,
el buen samaritano para todo prójimo,
acercándonos sin miedo a nuestros hermanos.
Y como esa agua viva tuya,
que nos regalas y nos sacia,
salta hasta la vida eterna,
a la que nos llamas;
queremos también hacer presente
a quienes caminan siempre contigo a nuestro lado,
a pesar de haber dejado ya nuestro mundo
y gozar del misterio de tu Reino,
y estar contigo, al fin saciados.
POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL,
A TI, DIOS PADRE TODOPODEROSO,
EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO,
TODO HONOR Y TODA GLORIA
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.
AMÉN.
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