ESTUPOR Y PERPLEJIDAD (Mt 5, 1-12)
Hay discursos poéticos, así como “sermones inspirados”, que despiertan en sus oyentes sentimientos profundos, rescatando la fibra más sensible de la persona, habitualmente oculta: ésa que ignora lo material y lo superfluo, porque está anclada en ese plus que es la persona humana, y va más allá de lo físico y lo controlable.
El programático Sermón de la Montaña, y en especial su pórtico: el “discurso de las Bienaventuranzas”, podemos situarlo en este terreno; y para muchos creyentes y cristianos comprometidos ahí estriba su efecto sobre los que siguen a Jesús, incluidos ellos mismos: en despertar la sensibilidad profunda, a la que no permanece inmune nadie que se considere verdaderamente humano y vea la injusticia y el sufrimiento de nuestro mundo. En el mejor de los casos, a este “despertar” de la conciencia, que lamenta la desgracia y parece llamar a la fraternidad, la acompañamos de una llamada ala paciencia y al consuelo de las víctimas, queriéndoles hacer partícipes de la esperanza en el futuro de Dios y en ese otro Reino suyo; como queriéndoles decir que su forzosa resignación debe moverse entre el conformismo y la absoluta certeza de su segura (porque está garantizada por Dios) meta final en la plenitud y en el gozo eterno.
Pero lo que Jesús realmente hace, no es hilar un bello discurso, dar ánimos a quienes no favorece la fortuna; mucho menos captar la atención con demagogias y equívocos; o, simplemente, constatar la presencia del mal y corroborar, junto a su inevitabilidad, su fugacidad y su derrota definitiva por Él en el futuro humano-divino al que nos convoca. Lo que hace Jesús es proponer una mentalidad distinta a la hora de valorar y vivir este mundo nuestro y su realidad. No quiere ofrecer un discurso consolador, sino una alternativa real, posible, y culminante como plenitud del Reino que Él personifica y hace presente y patente.
Su discurso no sólo suena bien, y resulta dador de estímulo y ánimo; sino que pretende dar un vuelco completo a las expectativas de vida de quien le escucha con algo más que “buenas intenciones”, de quien lo hace con el deseo y la ilusión de que Él ilumine y cambie su vida, llevándola hasta el terreno del mismo Dios.
El discurso de Jesús está planteado provocadoramente para causar algo más que simple sorpresa: suscita desconcierto, perplejidad y estupor… un estupor «desorientador», extraño, demoledor de nuestro sistema de valores y de nuestra concepción de la vida y su sentido. Es una auténtica “propuesta de vida” inesperada e incluso vista con recelo.
Y el estupor ante propuestas de vida que, además de no coincidir con los criterios habituales por los que juzgamos “lo que vale la pena», presentan una alternativa de “radicalidad” y un cambio total en las referencias de sentido, puede conducir al descrédito y al rechazo, respondiendo a tal propuesta desde el escepticismo y la ironía, a veces incluso admitiendo “que sería un sueño hermoso”, pero negándole por completo toda posibilidad.
Sin embargo, el estupor también puede convertirse en asombro y en llamada a la reivindicación de “lo imposible”, reclamado clamorosamente por la conciencia profunda de lo que significa para nosotros “ser persona” y confiar (“tener fe”) en Dios. Jesús lo que hace es prohibirnos taxativamente juzgar la felicidad o la desgracia por los criterios de las realidades de este mundo, incluso según las reales necesidades materiales de nuestra existencia “terrena”.
Y no se trata de hacer un esfuerzo mental o lograr una autodisciplina moral para sentirse afortunado en la desgracia, o considerar que existe una especia de compensación futura… sino que la propuesta es la de saber descubrir a Dios, y con ello vivir la dicha de su cercanía y su presencia incluso en aquello que para los demás, y objetivamente para nosotros mismos, es lamentable, digno de lástima, negación de la vida en este mundo… se trata de “vivir desde Dios” intensa y prioritariamente, constatando la dicha de ser querido, cuidado y salvado por Jesús, el Cristo, el propio Dios; y ello previamente a caer en la cuenta de cuáles son las condiciones materiales en que vivimos… es experimentar el agradecimiento y la alegría como motor y fundamento de nuestra constante y necesaria “lucha por la vida” independientemente de las condiciones en que se desenvuelva (lo cual no implica ni conformismo, ni pasividad, ni renuncia a la reivindicación de igualdad y justicia… ).
Siempre nos causa extrañeza, cuando vemos reportajes de gentes que viven en países y situaciones de precariedad, a las que son condenadas por nuestra sociedad de bienestar, el contraste entre la situación real de miseria y pura subsistencia en que se encuentran, y la alegría y vitalidad en que se desarrolla su existencia: ¡parecen vivir en otro mundo!… pero no en otro mundo “material” distinto al nuestro (no son inconscientes e ingenuas, saben perfectamente que viven con nosotros, unos kilómetros lejos del bienestar y la comodidad que también ellos querrían, y saben que sería posible tener); lo que viven es en otro “horizonte de vida”, que comienza con la gratitud y la inmensa alegría con que se despiertan cada día por el simple hecho de estar vivos…
Repito, no es conformismo ni resignación, ni “hacer de la necesidad virtud”… sino considerar que es simplemente la propia vida la que nos da acceso a Dios, la que nos hace hijos suyos, y no el cómo podamos vivirla. Y eso es lo que hace urgente e irrenunciable para Jesús su opción preferencial por los pobres; porque, como las apariencias les son contrarias, es preciso hacerles ver que el Reino es también y prioritariamente para ellos, porque es gratuito, inmerecido; y lo que da acceso a él es el libre reconocimiento y ejercicio del sentido profundo de la vida, de nuestra vinculación y dependencia de Dios y de los demás. (Y, naturalmente, a partir de ahí es preciso reivindicar la fraternidad universal, la dignidad y la igualdad de toda persona, la defensa del débil y la justicia social,…).
Tal vez algo de eso es lo que quiso decirnos Jesús, de ahí nuestro estupor y perplejidad… Convirtamos el estupor en asombro y la perplejidad en confianza incondicional…
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