PLEGARIA EUCARÍSTICA -Cuarto Domingo de Adviento-
En este domingo último de Adviento,
te damos gracias, Señor,
porque has animado nuestro caminar hacia la transparencia
y nos sigues acompañando hasta llegar a ella.
En esa senda hacia la luz definitiva, que es tu Hijo,
y que emprendimos a impulsos de tu Espíritu,
escuchando el anuncio del profeta,
nos sentimos caminantes silenciosos;
pero vislumbramos la alegría de tus santos
y de todos los seres celestiales
al contemplar tu gloria jubilosos.
Por eso nos unimos felices a ellos
entonando solemnemente su cántico:
SANTO, SANTO, SANTO…
Tu santidad, Oh Dios, es más que un bello adorno
o que un mostrarte majestuoso:
es la fuente del misterio de la vida,
llegada hasta nosotros en Jesús, el hombre Ungido.
Por eso al invocarlo en este altar,
te pedimos que la fuerza de tu Espíritu descienda
santificando estos dones presentados.
Porque el mismo Jesús, tu Hijo amado,
al culminar la entrega de su vida
reuniendo a los discípulos bendijo el pan,
y se lo dio diciendo: TOMAD Y COMED…
Y después también bendijo el vino ritual
haciendo testamento eterno
y diciendo: TOMAD Y BEBED…
Este es el misterio de la fe:
Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección,
¡Ven, Señor, Jesús!
¡Ven, Jesús, un año más
a iluminar las tinieblas
que oscurecen nuestras vidas!
Y al celebrar este memorial
te ofrecemos con los dones del pan y el vino
tu propio regalo: nuestra vida,
comprometida contigo para siempre
y conjurada por el amor y la fraternidad,
por la unidad y la paz.
Que el propio José, el hombre bueno y justo,
el humilde esposo de María,
sea hoy para nosotros
modelo y ejemplo de docilidad a tus palabras,
de mansedumbre al impulso del Espíritu Santo,
de confianza inquebrantable en ti,
y de gozoso asombro al contemplar
esa luz que Jesús irradia al mundo.
En él, como en María,
en los pastores y en los magos,
y en todos tus discípulos,
palpamos la alegría y el brillo deslumbrador
del amor y la bondad que traes al mundo.
Nos unimos a ellos como familia orante y celebrante;
y con la fortaleza del Mesías
y el poderoso influjo de tu Espíritu Santo,
nos proponemos ser testigos de tu luz
transparentes y radiantes,
mensajeros de la misericordia y la bondad,
testigos de tu presencia en el mundo
y de tus promesas de futuro.
Señor, nos sabemos tan pequeños,
que, como el José perplejo y sorprendido,
no atinamos al programar nuestros pasos.
Pero tal como te revelaste a él,
y supo acoger tu misterio incomprensible;
que tu Espíritu nos inspire los caminos
y nos mantenga en la entrega fiel,
en la gratitud por tu confianza en nosotros,
y en la incontenible alegría
de saberte y sentirte siempre a nuestro lado.
En nuestra súplica,
y en nuestra acción de gracias,
te hacemos presente y te pedimos, Señor,
por toda la Iglesia y por todos los creyentes;
por toda la humanidad
necesitada de ti aún sin saberlo;
por todos aquellos más pequeños,
por los que sufren injustamente
y por las víctimas del pecado.
Y te encomendamos a todos los difuntos,
cuyas vidas son ya transparencia definitiva,
alabanza y alegría sin fin.
Con todos ellos,
y con el universo entero, te aclamamos diciendo:
POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL,
A TI, DIOS PADRE OMNIPOTENTE,
EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO,
TODO HONOR Y TODA GLORIA,
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS:
AMÉN
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