-Segundo domingo de Adviento-
PLEGARIA EUCARÍSTICA
En verdad necesitamos, Señor, con toda urgencia
escuchar la voz del profeta
que nos llama a conversión:
a enderezar lo torcido de nuestra vida
y a sabernos convocados por ti
para hacernos testigos de tu luz.
Y como sentimos el calor de tu presencia,
que nos anima a emprender ese camino
y nos habla de que se acercan tus promesas,
con los santos y los coros celestiales,
te cantamos el himno de tu gloria:
SANTO, SANTO, SANTO…
Santo eres, Señor,
y nos santificas a nosotros
para que seamos testigos de tu Reino
dejando que penetres nuestras vidas
y nos conviertas en verdaderos hijos tuyos.
Que el Espíritu Santo que nos regalas
descienda ahora sobre el pan y el vino,
para que, como en aquella Última Cena,
en ellos se haga presente el propio Cristo.
Porque fue Él quien tomando el pan nos dijo:
TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL…
Y tras bendecirte de nuevo tomó el cáliz diciendo:
TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL…
Celebrando ahora este memorial de tu presencia,
nos sentimos en verdad familia tuya,
hijos en tu Hijo,
que nos convocó al amor y a la unidad,
renovando este mundo con su cruz.
Que tu Espíritu Santo nos ayude
y nos dé fuerzas para convertirnos,
para sabernos llamados a la luz
de tu misericordia y tu bondad;
para caminar unidos y felices,
olvidando nuestros errores y miserias.
En este caminar de Adviento,
que sintamos el calor de tu llamada;
el rumor de tus pasos cercanos;
tu mano de perdón siempre tendida;
la fortaleza y la esperanza,
signos seguros de tu presencia y compañía.
“Preparando el camino al Señor”
nos sentimos unidos a toda la Iglesia
desde aquellos primeros discípulos y testigos hasta hoy,
y desde un extremo al otro del mundo;
iglesia siempre necesitada y dispuesta a conversión:
desde sus pastores más eximios
hasta los más anónimos de tus fieles.
En este trayecto nuestro
desde la opacidad hacia la transparencia,
dóciles a tu Espíritu Santo,
e imitadores de la mansedumbre de tu Hijo,
te presentamos, Padre, humildemente,
el agradecimiento y la ilusión
que Tú inspiras en nuestra vida.
Sigue compadeciéndote de nosotros
de nuestras familias y de nuestro pueblo,
y de toda la humanidad;
y acoge en tu bondad a nuestros difuntos
y a todos los que sabiendo ser humildes
han forjado desde el anonimato la historia.
Tú, que nunca olvidas a los que sufren,
a las víctimas y a los que no cuentan,
danos entrañas de misericordia para ellos,
y espíritu de austeridad y de renuncia.
Con María y José,
con la multitud de los santos,
y con tantas almas sencillas
que siempre estuvieron dispuestas
a preparar sus caminos obedeciendo al profeta,
a dejarse alumbrar por tu luz,
y a hacerla resplandecer en sus vidas,
te aclamamos, ahora y siempre,
diciendo:
POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL
A TI, DIOS PADRE OMNIPOTENTE,
EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO,
TODO HONOR Y TODA GLORIA,
POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS:
AMÉN.
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