HACER EL RIDÍCULO POR VER A JESÚS  (Lc 19, 1-10)

HACER EL RIDÍCULO POR VER A JESÚS  (Lc 19, 1-10)

 

No temer que se burlen de mí por mi irreprimible deseo de acercarme a Jesús, un deseo tan profundo y apremiante, y que surge con tal intensidad al saber lo cerca de mí que está en cada momento, ahora y aquí, que me impulsa a algo tan ridículo e incluso bochornoso para una persona adulta respetable, como subirse a una higuera, tal como si fuera un niño… Y además, soy yo, Zaqueo, persona odiosa y evitada por todo el vecindario como ejemplo de pecador y de impuro… Ahora, además, señalado burlonamente por todos, agazapado en las ramas que no me ocultan, sin poder huir del escarnio y los insultos de quienes acompañan a ese Jesús al que necesito imperiosamente no sólo ver, sino sentir cercano

Zaqueo es el publicano de la parábola, que ora en el Templo, apartado y mirado despectivamente por el devoto y ejemplar fariseo, agradecido y feliz “porque no es como él”, siempre en merecidos primeros puestos, y que no tiene necesidad de encaramarse a un árbol, entre otras cosas porque no siente ninguna necesidad de Jesús; y, además, él a este supuesto Maestro o pretendido profeta lo puede tutear e incluso “examinar”, juzgar y pedirle cuentas…

Zaqueo, por el contrario, está realmente necesitado de Jesús, porque no le hace falta “conocer la Ley” para saberse pecador e indigno, siempre en deuda ante Dios. Su conciencia de culpa y su insatisfacción consigo mismo es tan grande, que no duda en pasar también por extravagante y estúpido, por un auténtico payaso, subiéndose a una higuera… ¿Cómo puede uno caer en el ridículo por ver a Jesús? ¿Cómo puede haber tal ansia de perdón, tanta necesidad de encontrar al “Maestro bueno”, que alguien despreciado y públicamente “condenado” añada a su ignominia esa “exhibición” de sinsentido y con ello su confesión de pecador, no ya en la oración humilde en el Tempo, sino de forma ostentosa y pública por un lado; y, por otro, tímida y silenciosa, expresada sólo por su mirada casi desesperada y suplicante a Jesús en demanda de complicidad divina y misericordia?…

No lo vemos así, porque no es un “fenómeno admirable y portentoso”; pero aquí hay un milagro… Zaqueo percibe desde la profundidad, lo que el resto solamente quiere reconocer y ver en los portentos: que Dios actúa, y actúa ofreciendo su misericordia y su perdón, desde la ternura y la delicadeza (cualidades que nos parecen, como la mansedumbre y la humildad, muy poco divinas…), con alegría y generosidad sin límites…

Y es que san Juan tenía razón: lo que acostumbramos llamar “milagros” por su espectacularidad, son solamente signos que podemos, en consecuencia, malinterpretar de mil maneras, aunque sean evidentes señales de lo divino…; pero los auténticos milagros son los que realiza Dios “en lo escondido” y transforman desde dentro, desde lo más íntimo y radical, la vida de las personas, haciéndolas crecer al infinito por poca “estatura” que tengan, infundiéndoles la fortaleza y el fuego de su Espíritu Santo, convirtiendo esa ínfima estatura física y esa infame catadura moral del publicano Zaqueo (más aún: ¡jefe de publicanos!) en una gigantesca e inexpugnable fortaleza de generosidad y de bondad, de radical conversión y de incontenible alegría: de salvación

Los milagros de Dios son sus criaturas, y en especial las que más bajas se muestran y nos parecen completamente insignificantes, e incluso mucho más: prescindibles, porque no son recomendables… Porque en realidad prescindibles e insignificantes somos cada uno de nosotros, envueltos en nuestros lodos y pozos de miseria, en esas aguas nuestras estancadas y hediondas de nuestra postración cual publicanos empedernidos… Pero desde ahí, como Zaqueo, si atendemos a la fibra más misteriosa y profunda de nuestra conciencia y de nuestro ser persona, el propio Dios, el paso de Jesús, el soplo de su Espíritu, hace brotar manantiales de agua sanadora, la que limpia y “salta hasta la vida eterna”, la que nos lanza impetuosa e irreprimiblemente al infinito…

Ése es el auténtico, el verdadero milagro… el de Zaqueo: atreverse a hacer el ridículo por ver a Jesús, acoger su desafío y gozar su salvación…

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