HORA SANTA
Cuando tomo conciencia de mi andar sin destino
y mis muchos errores me acusan y acobardan,
vuelvo hacia ti mis ojos en demanda de auxilio,
y Tú me abres torrentes de íntimas dulzuras.
Tú eres el Dios de los pequeños e insatisfechos,
el Dios que nos consuela en nuestras horas límites
y nos levanta siempre que en la lucha caemos
o el reptil del desánimo escupe su veneno.
Cada hombre, y para siempre, será su yo más suyo;
y al mismo tiempo su yo más compartido y libre.
Cada hermano será la alegría de todos
y todos la corona de una única alegría.
(Antonio López Baeza)
—
Estoy aquí, Señor,
porque eres el Dios de los pequeños e insatisfechos,
de los frágiles y débiles que no se conforman
con lamentarse de su impotencia y su pequeñez,
y desde ella te buscan,
te preguntan,
te quieren expresar su necesidad de ti,
su imposibilidad de vivir felices,
si Tú no los acompañas…
Necesito volver a mostrarte las heridas del tedio,
así como mis errores y defectos…
volver a confesarte mi incapacidad para cumplir con mis propósitos
de seguir fielmente tus pasos
y no dejarme llevar por la impaciencia
y el afán de una perfección imposible;
ni por esa confianza desmedida en mis propias fuerzas,
que al final siempre me faltan…
Delante de ti, inclinado a tus pies,
vuelvo a poder sonreír…
porque tu me sonríes…;
a recobrar ánimos y fuerza,
porque no estoy solo,
y Tú me levantas cuando caigo…
Hay días que se me hacen largos,
personas que me ponen a prueba,
situaciones que casi me desbordan,
reacciones que me crispan y descontrolan,
momentos en que estoy tentado de claudicar…
Pero cuando me detengo con serenidad,
con la paz que me inspira tu propio Espíritu Santo en lo más hondo,
y miro a mi lado,
encuentro siempre tu presencia:
Tú cargando con mi yugo y llevando mi cruz con la tuya,
descubro tu mano tendida
que las lágrimas me impedían ver,
tu caricia y tu abrazo…
Y entonces me siento todavía más pequeño y débil,
pero completamente reconfortado…
Y, a pesar de mi conciencia de profunda indignidad,
y de saberme tímido y cobarde,
recobro el aliento al sentir tu compañía
y al experimentar la fuerza
de ese Espíritu tuyo que nos infundes,
y que nos ayuda a levantarnos del lodo de nuestras miserias.
Necesito, Jesús, tu ilusión y tu entusiasmo,
así como tu misericordia y tu ternura…
porque mis exigencias y mis propias fuerzas
¡me traicionan tantas veces!…
Y demasiadas veces,
cuando no me dejo llevar por mis ansiedades y prisas,
la docilidad que debería mostrar contigo
la convierto en cobardía
para no escapar de ese círculo de evasión
y promoción de lo fácil y poco comprometido,
de lo simplemente placentero y cómodo,
que se extiende perversamente a nuestro alrededor
y del que me cuesta tanto prescindir y huir…
¡me dejo enredar tan fácilmente en esa telaraña!…
Pero ahora, Jesús, mi Dios humilde,
en esta “Hora” sólo quiero pensar en ti,
hundirme en ti,
experimentar el gozo y la dulzura
de dejarme inundar por tu propia y divina pequeñez,
por tu paciencia infinita conmigo,
por la inconcebible alegría
de esa misteriosa comunión contigo
en el silencio de esta tarde…
—
La bendición de tu mirada
se inserta en todas las fibras de mi ser,
para que me recree en los espacios
de tu obrar siempre acertado,
que florece entre las ruinas de nuestras insensateces.
(Antonio López Baeza)
Deja tu comentario