ADMINISTRADORES DE  NUESTRA VIDA  (Lc 16, 1-13)

ADMINISTRADORES DE  NUESTRA VIDA  (Lc 16, 1-13)

Ninguno de nosotros “se ha ganado” su propia vida. Nadie puede considerarse el propietario absoluto de su persona, cuyo origen y destino se sitúan en el profundo misterio de la realidad de este mundo y su sentido. Desde nuestro punto de vista como creyentes, el gran regalo de Dios para cada persona es, justamente, su propia vida, su identidad inalienable, cuya realidad está siempre “en proceso”, actualizándose constantemente como un proyecto de futuro que no es sólo obra nuestra; muy al contrario, se nos ofrece como horizonte de esperanza al que podemos contribuir alcanzar, o del que podemos huir, renegar, prescindir o, simplemente, malograr por nuestra ceguera, necedad o torpeza.

La raíz de nuestra propia identidad y de nuestra persona, y con ello su sentido, está en lo que lleguemos a ser; y el motor, el dinamismo, la ilusión y el entusiasmo de la aventura apasionante de nuestra vida ha de ser “llegar a ser esa persona que provisional y crecientemente somos» de un modo pleno y definitivo. Porque el futuro es la dimensión de Dios, y nosotros nos sabemos creados por Él “a su imagen y semejanza”.

Y hacerse cercano Dios a nosotros, tanto en la persona histórica de ese Jesús cuya resurrección trasciende la historia y la decide, como por medio de suEspíritu Santo que nos impulsa desde la insondable y abismal profundidad del misterio de nuestra propia vida compartida por Dios; acompañar Él pacientemente ese desarrollo que nos debe conducir libremente a nosotros mismos definitivamente; sentirlo y saberlo como la inaccesible Providencia que nos invita delicada y constantemente al asombro, a la gratuidad, y a la incontenible alegría de vernos caprichosamente “cuidados por Dios” con absoluto respeto y con dulzura; es una llamada permanente suya a administrar sabiamente su regalo, a tratar con alegría, sensatez, y también con sagacidad y osadía, con atrevimiento y valentía, no ya sólo nuestro patrimonio, nuestros bienes y la materialidad de lo que somos y tenemos, sino nuestra persona íntegra en lo que tiene de peculiar e intransferible, de libre proyecto nuestro y de vocación o llamada a la eternidad integradora con Él, a nuestra plenitud, a ser un día verdadera y definitivamente quienes estamos llamados a ser…

Desde la perspectiva del evangelio que nos propone Jesús, no somos propietarios de nuestra persona y nuestra vida, sino sus administradores, porque con ella Dios nos encarga algo…Somos nosotros quienes hemos de hacerla valiosa, ya que constituye el don que Dios nos confía para que a través de su peculiaridad e irrepetibilidad, sólo gestionable a través de nuestra libertad y voluntad, me convierta en ese “portador de salvación”, sacramento de la presencia de Cristo de un modo efímero y provisional en este mundo, y así la haga fructificar y pueda ser colmada por Él un día en plenitud y definitividad.

En este sentido (el que nos propone Jesús, sacramento de nuestro encuentro con Dios), “administrar nuestra vida” significa vivir desde un perpetuo y profundo sentimiento de agradecimiento y de dicha; con una conciencia inequívoca de pequeñez y fragilidad a la vez que de confianza absoluta en Él, que se fía de mí y me convoca a su futuro; y de esperanza y unidad con Él, dejándome llevar por la fuerza impredecible pero eficaz de su Espíritu Santo, que me enriquece al infinito y hace crecer desde mi yo más profundo, a la vez que desde su impulso, creador de comunión con mis hermanos, mi propia persona, absorbida sin ser disuelta ni aniquilada por el vendaval del amor divino y su inagotable eternidad.

Recibamos agradecidos la advertencia cariñosa y sin duda interesada de Jesús: ¿cómo estamos gestionando nuestra vida, lo que Dios ha puesto confiado en nuestras manos?… ¿Sólo nos hemos preocupado de obtener beneficios propios, y eso incluso defraudando en ocasiones esa confianza de Dios, que esperaba que la viviéramos en su nombre, haciéndolo presente desde su misericordia y su bondad, feliz de tener en nosotros “colaboradores” de su obra creadora y de su propuesta de salvación? Si es así, ya no podremos administrar nunca nada en su nombre, y nuestra perspectiva es lamentable…

En lo aparentemente “poco” de esta vida nuestra tan pequeña y quebradiza se pone a prueba nuestra disponibilidad, nuestra voluntad, y nuestro entusiasmo por ese Reino apasionante al que Jesús nos convoca, y que debe ser el catalizador de todos nuestros actos y deseos. ¿Seremos de fiar en ese “poco”?… Entonces el horizonte de la promesa será aún más rebosante que la Gloria que soñamos…

Es justamente esa consideración de las cosas, la que nos permite vivir nuestra vida como lo que realmente es: una bendición… ¿Y acaso vale la pena vivirla de otra manera?…

(Sobre la parábola del «Administrador infiel» me permito remitir al comentario que hice para este domingo del Ciclo C hace tres años, siguiendo una sugerente idea de Kenneth Bailey, que titulé: «¿Astucia nuestra? ¿O ironía de Dios?», y que puede encontrarse en el blog. Por comodidad, por si a alguien le puede ser útil, lo voy avolver a introducir con una nueva entrada)

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