INSISTENCIA (Lc 11, 1-13)
Los dichos que recoge Lucas en este pasaje sobre la oración acentúan y recalcan su importancia en la vida de Jesús; y, en consecuencia, en los seguidores de su propuesta evangélica de vida, en sus discípulos como comunidad fraterna. Y lo hacen con una clara recomendación de insistencia.
Pero no se trata de una insistencia pedigüeña y mezquina; interesada, molesta y viciosa, que parte de una dependencia asumida como fatalidad, y como considerando que un Dios omnipotente busca en nosotros obediencia ciega y reconocimiento de su poder absoluto; y que goza de ver en los hombres una actitud de completa sumisión y de servilismo. Muy al contrario, Jesús pregona con su palabra y con su vida, que Dios nos quiere autónomos y libres, que jamás ha pretendido ni pretenderá humillarnos, sino otorgarnos y acrecentar nuestra dignidad acogiéndonos en su propia vida divina y convocándonos a trascender los umbrales de nuestros límite de simples criaturas para llegar al futuro de sus gratuitas y aparentemente inaccesibles promesas.
Y precisamente por eso nos quiere perseverantes y atrevidos, al modo de Abraham apelando insolentemente a su bondad y a su indulgencia en beneficio de su prójimo… Y el propio Jesús nos propone esa actitud como modelo de nuestra relación con Dios, de nuestra oración y nuestra voluntad de complicidad con Él, porque la basa en la intimidad del cariño y del amor del amigo al que se recurre, del padre bondadoso que conoce y provee nuestras necesidades; es decir, del que se atreve a pedir porque tiene relación de amor con aquél a quien recurre, y porque su insistencia significa hacerle cómplice de la generosidad, y no convertirlo en remedio fácil de nuestros problemas…
La oración del seguidor de Jesús conduce sin miedo al atrevimiento con Dios, porque significa por encima de todo vivir en presencia y cercanía con Él; estar ansiando realmente los signos de su Reino y contribuir a su manifestación; ser cauces de su santidad y ejecutores de su voluntad de salvación… (Es la primera parte del Padrenuestro…)… Es entonces, cuando se vive desde Él, cuando surge (como les ocurre a Abraham, a Moisés, a tantos profetas), la necesidad de “reclamarle” su bondad y su perdón; porque es entonces cuando uno está disponible y plenamente dispuesto a “hacer su voluntad” y convertirse en intercesor de los hermanos asumiendo ser cordero expiatorio por ellos…
En resumidas cuentas, la insistencia que nos aconseja y reclama Jesús no es la del siempre insatisfecho, ni la del adulador interesado, ni la del insoportable, cargante y mezquino pedigüeño… Jesús nos invita al atrevimiento que proporciona el gozo del amor y la comunión con los hermanos, que se vive como confianza absoluta porque está basado en la feliz experiencia de la dependencia absoluta… es una actitud vital que se concentra y condensa en determinados momentos para hacerse explícita y consciente, pero que empapa y baña toda nuestra vida compartida y orientada a la plenitud del futuro.
La experiencia profunda de ser personalmente querido por Dios y llamado al seguimiento por Jesús, nos hace vivir en Dios, desde Dios y para Dios, descubriendo y gozando la disponibilidad y la comunión con los demás, sabiéndonos por ello “intercesores sacramentales” para ellos; nuestra intimidad con el Maestro nos lleva a buscar el modo de dirigir su bondad hacia ellos: a orar con insistencia y atrevimiento…
Hacia ahí conduce Jesús su “discurso de la insistencia”: ¿Cómo va a negar Dios el Espíritu Santo a quien se lo pida?… Agradecerlo, gozarlo y reclamarlo… estar tan lleno del Espíritu Santo, que te atreves confiado a “reclamarle” a Dios su bondad; es decir, que respalde y haga eficaz la misericordia y la bondad que te ha regalado y le agradeces, y que tú ahora sientes hacia el prójimo precisamente porque Él la inspira, la alienta, te la regala y te la pide… Por eso toda oración, incluso la “de petición” nunca es reclamo de beneficios, sino asunción de su voluntad y agradecimiento de su bondad…
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