CEGUERA Y TERQUEDAD  (Lc 6, 39-45)

CEGUERA Y TERQUEDAD  (Lc 6, 39-45)

La ceguera es una limitación inevitable para la persona; mientras que la terquedad es una ceguera voluntaria y una incapacidad “voluntaria”, ignorada torpemente por quien la padece. Expresivamente, Jesús, con su llamada profunda a la lucidez  y a la compasión, cura a los ciegos y pone en evidencia y solivianta con sus advertencias a los tercos…

Tal vez podríamos resumir de ese modo su misión y su evangelio: abrirnos a la clarividencia y a la sensatez respecto a la realidad y a la vida, por un lado; y poner de manifiesto nuestra incoherencia, la obcecación y la ceguera a la que nos conducen nuestras pretensiones de “ser nosotros mismos”, nuestra tozudez al pretender ser los únicos y absolutos dueños de nuestra persona y esgrimir como objetivo prioritario, indiscutible e irrenunciable, el que suponemos “legítimo derecho” a la independencia absoluta y a la autocomplacencia.

Como vale la pena la brevedad, quiero limitarme a decir que tal vez deberíamos justamente comenzar a plantearnos la realidad de nuestra fe, así como nuestra voluntad de asumir la convocatoria del evangelio de Jesús, desde esa simple perspectiva: como una invitación constante de Dios a la lucidez y una propuesta exigente de com-pasión. Pues sólo desde ahí podrá ser verdad, y verdad eficaz; es decir “iluminadora” y “dadora de vida”, eso que llamamos compromiso cristiano, ese seguir realmente a Jesús,  y no nuestras propias e interesadas ideas o conclusiones respecto a lo que Jesús dijo y nos propone: descubrir el Reino de Dios y vivir desde él… porque con lo primero que hemos de contar siempre es precisamente con nuestra casi inevitable ceguera y terquedad…

Es preciso comenzar siempre, y volver constantemente a ello, desde la consciencia y conciencia de nuestra ceguera, del reconocimiento paladino y “en alta voz” de nuestras limitaciones y carencias, de nuestra impotencia e imposibilidad para desarrollar nuestra propis persona y conducir hacia delante nuestra vida, si no se nos regala la luz y la dulzura. No es ningún “defecto” nuestra imposibilidad de subsistir por nosotros mismos y necesitar de los demás, de la comunidad humana, de la fraternidad en la que estamos integrados con “Él”…; al contrario, ésa es nuestra verdadera riqueza: el que los demás nos son imprescindibles. Por eso nuestra tarea prioritaria e ineludible no es la de querer tener razón o cargarnos de “legitimidades” y “derechos”, sino la de dejarnos iluminar (ansiar y pedir esa luz) para reconocer nuestros límites, errores, defectos y carencias o necesidades. No andar buscando “la paja en el ojo ajeno”, sino agradeciendo el espejo que me pongan delante para caer en la cuenta de mis impedimentos…

Distorsionamos la realidad cada vez que la juzgamos y miramos desde nuestra única y siempre unilateral y condicionada perspectiva. Porque la realidad no se agota en la perspectiva que yo tengo de ella; es mucho más rica, es infinita e incontrolable…

El propio Jesús nos habla de esa lucidez y clarividencia, enemigas de la terquedad y el solipsismo, y unidas a la piedad compasiva, que implica la bondad y la alegría, como el único cimiento capaz de sustentarlo todo, a pesar de la ineludibles tormentas y de las negligencias culpables…

Deja tu comentario