RESUMEN Y PROGRAMA: La “historia de Dios”    (Jn 1,1-18)

RESUMEN Y PROGRAMA: La “historia de Dios”             (Jn 1,1-18)

La “Palabra de Dios” resonó en el Templo y se escribió en la Torá (en la  “Ley  y Alianza”); pero sólo ha vivido en Cristo. En Jesús se ha hecho carne, persona humana, y ha trascendido su divinidad haciéndose inmanente a nuestra humanidad, y siendo no sólo “mensaje” sino compañía, compartiendo vida y mostrándonos cómo el hombre puede llegar a ser proyecto divino, incorporando su vida propia y única, su identidad personal e intransferible, a la propia de Dios, a su horizonte y su misterio, a su eternidad y su “desde siempre” y “por los siglos de los siglos”…

El “resumen”, imponente como un pórtico grandioso, del prólogo del evangelio de Juan, expresando teológicamente el sentido y la verdad del evangelio, de la vida y mensaje de ese Mesías Jesús, el Cristo resucitado, es una palmaria y clarividente expresión, en lenguaje de una teología finísima, de la “aventura” divina, de su historia humana “externa” y su eternidad “interna”; y, con ello, se nos ofrece, a san Juan y a nosotros, un programa desafiante y sin fin, un futuro “dador de vida” pero siempre atractivamente abierto y misterioso, y que envuelve, como también lo hace nuestro pasado y presente, así como nuestra propia persona y nuestra vida, interrogantes apasionantes y eternos, promesas inconmensurables y perspectivas adivinadas “a vista de águila”…

La “Palabra” del prólogo de Juan desciende de lo abstracto a lo concreto: no nos habla de sutilezas especulativas ni de conceptos, sino del aterrizaje y anclaje en la materia y lo carnal, en lo accesible a nosotros, tejidos en esa misma trama y con las mismas hebras sutiles. Son los hilos de Dios los que nos han formado, los que han urdido la historia humana (suya y nuestra) con su impulso creador, la han dejado en nuestras manos y no cesan de acompañarla, aunque sin forzarnos nunca ni imponernos nada; simplemente sugiriéndonos constantemente lo que somos, recordándonos lo profunda que puede ser nuestra mirada, y convocándonos no a nuestro proyecto ilusorio y fantasioso, sino a su propuesta, a la auténtica aventura en la que él mismo se ha implicado carnalmente, porque no ha podido prescindir de hacerse historia, de experimentar y compartir la aventura de lo humano por él creado.

El resumen es claro y evidente como la luz: si quieres saber lo que es ser Dios mira a Jesús… y si quieres saber lo que puede y está llamado a ser el hombre… míralo también a él… Todo un resumen, toda una aventura, todo un programa: el resumen de lo divino, la aventura de lo humano y lo divino entrelazado y fundido, el programa del hombre más allá de lo visible…

Y las consecuencias son claras y concisas para Juan, y así las expresa telegráficamente, y nos las envía en su Prólogo como en un telegrama:

  • Hay luz en el mundo y en nuestra vida. No sólo porque Dios la haya creado “al principio”, sino porque Él mismo nos acompaña en nuestra humanidad definitivamente desde que Jesús camina con nosotros y nos invita a entrar en comunión con él a través de nuestro prójimo y el suyo, nos hace a todos hermanos en Él
  • Aunque la luz brilla y deslumbra, siendo imposible ignorarla, el amor y respeto de Dios es absoluto, y no obliga a nadie. Su Palabra, Jesús, se nos ofrece y no se nos impone. Podemos llevarlo a la cruz, pero vuelve, resucita para seguir ofreciéndose eternamente. Su promesa y su luz son eficaces e irrevocables.
  • Esa luz suya, haciéndola nuestra, nos hace “capaces de Dios”, porque nos infunde esa filiación divina regalada con nuestra confianza absoluta en él y con nuestra entrega a él.
  • Nos es imposible ir más allá mientras peregrinamos en la tierra (“a Dios nadie le ha visto jamás…”), pero en Jesús los titubeos, vacilaciones e intentos de saber algo de Él, se han hecho claridad y conocimiento cierto y seguro, precisamente porque nos ha desvelado el horizonte de misterio, nos lo ha dado a conocer en lo concreto. Ahora sabemos, por fin, dónde situarlo.

Hay una historia en Dios, historia eterna en su devenir incomprensible, y también historia temporal, vivida humana y personalmente en y por Jesús, y que al fundir lo temporal y lo eterno, nos otorga horizonte de infinito.

Basta saber eso. Sabemos de Dios, gracias a y a través de Jesús, ¡nada menos que eso!: la esencia divina es “estar con”, y por eso es vida y es historia. “Está con” en su divinidad tripersonal de identidades sólo definibles como entrega y “emanación”:  vida “en el otro”, hacia “los otros”. Y  “está con”, por ese infinito rebosamiento de amor y dinamismo “hacia fuera”, en la humanidad peregrina, personal y colectivamente, desde que sabemos que únicamente es creador para poder ser humano

Nos lo mostró el Verbo, encarnado en Jesús, uno de nosotros… y nos convocó y convoca en él para que también nosotros sólo vivamos «estando con”: con él y con el resto de nuestros prójimos, los suyos también, nuestros hermanos… “Estar con” para “vivir en” es ver su gloria y gozarla ya, en la historia de Dios y nuestra, fundidos en gracia y en bondad… Un resumen de vida divina y un programa para la vida humana…

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