PASAR DESAPERCIBIDOS  (Mc 12, 38-44)

PASAR DESAPERCIBIDOS  (Mc 12, 38-44)

Aunque de sobre sabemos que sólo somos una entre miles de millones de personas a lo largo del espacio y del tiempo; y que no sólo no somos imprescindibles, sino que podemos desaparecer sin dejar huella y sin que la realidad sufra menoscabo ni la historia se detenga; sin embargo, como también percibimos claramente y sabemos con certeza que cada persona “es única e irrepetible”, forma parte de nuestra conciencia vital la tendencia a que ese granito que somos sea identificado e identificable entre toda la arena del desierto…

Hace años, siendo párroco de un pequeño pueblo que sufría la invasión turística veraniega de los adictos a la playa, en una ocasión un pudiente feligrés ocasional de entre ésos que se tuestan al sol desde la sombra de sus millones, honrado y devoto, y cuya privilegiada situación económica y riqueza era conocida por todos, tras la celebración de la Misa dominical me abordó privadamente en la sacristía, y sacando la cartera extrajo unos billetes de esos grandes diciéndome solemnemente: “Padre, tenga esto como donativo para la parroquia. No he querido ponerlo en la bandeja de la colecta para no hacer ostentación”. Yo lo añadí impertérrito a la colecta, pero quedé algo perplejo por tan chocante y peculiar consideración de lo que es “hacer ostentación”… Estaba claro que, siendo como era una persona honrada y normalmente discreta, no quería que todos los feligreses habituales del pueblo vieran con ojos desorbitados cómo él añadía sus billetes entonces verdes a la calderilla y las monedas del cestillo y lo sintieran como un menosprecio, desafío o prepotencia; o que anduvieran luego haciéndose lenguas de su fortuna y de su generosidad; pero no es menos evidente que sí buscaba el reconocimiento del párroco, y ante él la ostentación sí que era querida y manifiesta… Nada que objetar… pero en resumidas cuentas, salvando la sinceridad, generosidad y honradez que deben siempre suponerse (a pesar de posibles dudas y de indicios “sospechosos”…), lo que es indudable es que este rico lo que no podía concebir es pasar desapercibido…

Tal vez en el terreno económico y en el de la “generosidad material” sea donde ello se hace más ostensible, pero ese, si no afán sí complacencia y deseo, de que se reconozcan y valoren nuestros esfuerzos y acciones solidarias (y con frecuencia no solamente ésas), casi siempre con el sincero propósito de que así sean estímulo y “ejemplo” para los demás, al objeto de poder extender una actitud de desprendimiento y solidaridad, nos acompaña casi siempre; y, a pesar de reconocer nuestra insignificancia y anonimato en el seno de la sociedad, hacer constar nuestra persona y nuestra presencia es algo connatural e irreflexivo.

Hay, por otra parte, una voluntad también connatural e irreflexiva, de buscar pasar desapercibidos para eludir astutamente responsabilidades, compromisos, o no asumir riesgos. Es ese querer diluirnos en la multitud vociferante, el “tirar la piedra y esconder la mano” aprovechando cobardemente el tumulto, convertirnos en “masa” y contribuir disimulada y “anónimamente” a la barbarie, la deshumanización o la irresponsabilidad; entonces sí que queremos pasar desapercibidos… pero para evitarnos problemas y no pasar el bochorno y la vergüenza de tener que reconocer nuestro cinismo y cobardía…

Jesús, mirando a una pobre viuda, nos propone la única forma de “pasar desapercibidos” asumiendo absoluta y responsablemente nuestra insignificancia y anonimato; y sin eludir, en consecuencia, nada de lo que somos, ni pretender ser más o convertir nuestra pequeñez en pretexto y excusa de comportamientos oportunistas, ganancias y aprovechamiento del descontrol de las masas, o motivo de autocompasión, victimismo o amargura.

Cuando uno tiene el privilegio de haber conocido en persona y vivido de cerca la miseria de este mundo y cómo han sido maltratados y aniquilados seres humanos y pueblos inocentes e inermes, personas despojadas de su identidad, ignoradas completamente en vida y en muerte, sucumbiendo como un simple proceso biológico que pasó a reintegrarse en la materia de la que estamos bioquímicamente hechos; alguien de quien ni se conoció la personalidad y el nombre cuando era un mero número en un campo de refugiados (o de concentración) o en una patera, o en un reducto de excluidos; alguien de quien ni siquiera se registró su muerte porque en realidad “ya no contaba, ya no vivía…”, es una muerte que nadie lamentó ni sintió, porque no tenía a nadie que lo acompañara, era absoluta soledad e insignificancia total, un simple “individuo desaparecido”… ; entonces, aparte de la indignación y vergüenza por contribuir, directa o indirectamente, a construir un mundo y una sociedad que nos conduce a vivir de esa manera; percibe esa nulidad que realmente nos constituye como seres físicos, materiales, y la aparente nada y olvido al que todos quedaremos reducidos con el paso del tiempo (días, años, siglos para los grandes personajes que se han hecho notar y cuya influencia siga siendo apreciada, pero que, como personas ya no cuentan…).

Entonces percibe en toda su intensidad y profundo misterio, con increíble gratitud y entusiasmo el alcance infinito y el horizonte incomprensible de auténtica plenitud y vida que encierran las palabras, aparentemente sólo anecdóticas, pero como siempre en él “autoritarias”, de Jesús al observar la mísera e imperceptible limosna de una pobre viuda ignorada, anónima y desapercibida, al entregar “sin recibo” todo lo que tenía para vivir… por pobre, desconocido, ignorado y aparentemente exiguo e inútil que fuera…

Que siendo conscientes y lúcidos, y adquiriendo conciencia de la insignificancia de nuestra persona, totalmente prescindible, y que pasa desapercibida llegando a ser ignorada en poco tiempo; y que, sin embargo, la mirada atenta de Dios nos reconozca, y sin nosotros saberlo ni haber hecho ostentación ni mención, no pase jamás por alto el más leve gesto de bondad, de entrega o de generosidad, eso es el fundamento de nuestra esperanza, el origen y fuerza de nuestra confianza (fe) y gratitud, el estímulo de nuestra caridad y amor incondicionales y la verdadera dicha de nuestra vida.

“Pasar desapercibidos” y saberlo, buscarlo y gozarlo, nos acerca a Dios y  “vale más que todos los holocaustos y sacrificios…”

Deja tu comentario