¿“MÁXIMOS” O “MÍNIMOS”?  (Mc 12, 28-34)

¿“MÁXIMOS” O “MÍNIMOS”?  (Mc 12, 28-34)

Pertrechados de todas las herramientas y teorías filosóficas, éticas y sociológicas; en sus controversias, detalladas investigaciones, debates y estudios; algunos de los más reconocidos e influyentes intelectuales en su búsqueda rigurosa y tenaz, trabajosa y extenuante, por conseguir lucidez crítica y clarividencia para comprender nuestra sociedad y el comportamiento nuestro en ella, al objeto de conseguir que el desarrollo, progreso y “gestión” del colectivo humano lo sea realmente, acrecentando la dignidad, igualdad y libertad de las personas y logrando un “sabio” gobierno de las sociedades, culturas, países y pueblos; ya hace unos decenios propusieron lo que denominaron “una ética de mínimos”, pretendiendo con ello concretar unos principios básicos de acción o de actividad humana, de convivencia y gestión, que se harían imprescindibles en cualquier circunstancia cuando las personas deciden actuar estableciendo directa o indirectamente relaciones interpersonales. Algo de eso traducen los llamados “códigos de conducta” de empresas o ¡nstituciones, que afirman con ello comprometerse en el respeto absoluto a las personas “garantizando”, si queremos decirlo así, un “mínimo de humanidad” universal y generalizada.

Esa supuesta “ética de mínimos” aseguraría la convivencia en todos los ámbitos de la sociedad y entre todas las personas y colectivos, sean de índole nacional, industrial, comercial, vecinal,… haciendo imposible la discriminación, la desigualdad, la intolerancia, la violencia, y todas las lacras históricas que pesan como una losa en el conjunto de la humanidad y en sus diversas civilizaciones.

Sin embargo, Jesús con su evangelio convoca (en contraste con una “ética de mínimos”), a una disponibilidad completa, ilimitada, y a una “ética de máximos”: amor sin condiciones, límites ni objeciones… universal y gratuito… Un amor total cuya concreción material y terrena toma como modelo e impulso el misterio divino y el de la propia persona, los ejes o fundamentos profundos de nuestra vida y conciencia. Y es evidente que al hablarnos de ese amor absoluto (total), está proponiendo lo aparentemente imposible, descartado como tal por cualquier persona de talento que analiza rigurosamente la sociedad, el mundo y la historia, y no pretende promover ingenuidades pueriles o sueños de iluminados, sino que pretende “ser realista”

Pero Jesús no es un insensato ni un soñador. No es un iluso que se autoengaña y extravía a sus oyentes. Ciertamente no da conferencias, ni analiza datos y teorías, ni asiste a congresos de especialistas prestigiosos; pero su sensibilidad y percepción de la realidad, y el análisis que propone es tan cabal que “hace pensar” a intelectuales y estudiosos al plantear justamente los interrogantes definitivos, cuya remisión al horizonte de la profundidad y del “misterio” inherente a la vida, hace que sean irresolubles para nosotros y debamos conformarnos y contentarnos con aproximarnos como asíntotas y tener que hablar “de mínimos” asumibles , y no “de máximos” ansiados y deseables, aunque, de hecho inalcanzables…

En realidad, ser cristiano es no conformarse con los mínimos y aspirar a lo máximo. No como un simple desiderátum, una ilusión hermosa, un sueño heroico o una meta conscientemente inalcanzable que actúa como estímulo; no como un asumible “imperativo categórico” ni tampoco como una “idea regulativa” o un “ideal utópico”; sino como auténtica posibilidad humana, accesible desde la confianza en Jesús y su llamada al misterio de Dios, si bien de momento solamente percibida y constatada como materialmente inalcanzable. Porque esa imposibilidad material en este mundo, no es fruto de una impotencia definitiva sino de nuestra limitación inmanente, de la deficiencia de nuestra finitud trascendente para llevar a plenitud en nuestra vida terrena esa forma de vida fraterna propuesta provocadora y escandalosamente por Jesús. Pero es una deficiencia libre… (de hecho, podríamos actuar de otra manera…).

El mandato-propuesta de Jesús, que sin confundirlos, funde en el mismo amor a Dios y al prójimo, es sin duda una llamada  a vivir una vida personal “de máximos”, porque es la que responde con absoluta y rigurosa coherencia a lo más profundo de nuestra naturaleza como individuos proyectados a y necesitados de los demás, Dios incluido, de comunión fraterna en el apasionante desafío de la trascendencia…

Porque, conformémonos resignados con unos mínimos aparentemente posibles, o decidámonos ilusionados y entusiastas  por los evangélicos máximos “imposibles”, lo que no podemos disimular ni acallar es nuestra proyección al infinito ni la voz del misterio… el de Dios, el del mundo y el de nuestra persona… ni el de la fusión de los tres un nuestro propio horizonte…

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