UN SILENCIO NECESARIO (Mc 8, 27-35)
Cuando, como Pedro, se confiesa espontánea y sinceramente la fe en Jesús, pero se hace desde una perspectiva engañosa y falsa, completamente equivocada, sin haber captado la radicalidad de su anuncio, su evangelio, ni atreverse o ser capaz de sacar las ineludibles consecuencias de su mensaje respecto a nuestra forma de “creer en Dios” y de proyectar esa fe en nuestra vida; entonces, por mucho que esa confesión sea honrada y, al menos en apariencia, absolutamente “comprometida” y valiente, uno sólo puede esperar recibir una desautorización y un mandato de silencio por parte del propio Jesús: “¡Cállate!, porque no has entendido nada…”
Uno podría pensar que tal incomprensión de los discípulos es un indicio seguro del absoluto fracaso de Jesús en su pretensión de convocar a “su Reino”, el Reino de Dios, y no a “la restauración de la soberanía de Israel”… En otras palabras: la llamada y propuesta de Dios a que el hombre se vincule a él, y viva su vida humana “a lo divino”, tropieza con la completa y torpe necedad nuestra y con la negativa de nuestra persona, cuya pretensión y voluntad (tal vez honrada y sincera, pero surgida de una mala interpretación, de los prejuicios “religiosos” tradicionales, del egocentrismo casi inevitable y de la también casi inevitable contaminación por la maldad y las limitaciones “de este mundo”, finito y caduco) en su interpretación de Dios y su misterio es tan interesada, egoísta y pretenciosa, que conduce a buscar el triunfo y el éxito, a querer que Dios se imponga por la fuerza; y, en consecuencia, a atrevernos a dictarle al mismo Dios (a Jesús) cómo “lo apropiado” sería que sea Él quien debe humanizarse a nuestro gusto y acomodo, atreviéndonos con ello y de esa forma (aún sin saberlo) a exigirle des-divinizarse… un dios como nosotros queremos, a nuestra medida, “a nuestra imagen y semejanza”… Para Jesús la aberración no puede ser mayor: ¿nosotros “creadores” de Dios…? Él sólo puede desautorizarlo, rechazarlo, escandalizarse y condenarlo… Divulgar una imagen distinta de su Padre y del mesianismo de Jesús está prohibido terminantemente a sus discípulos…
En la actitud de Pedro y los discípulos al “confesar su fe en Jesús” (como en tantos “cristianos confesos”), en contraste con la espontaneidad sincera y el convencimiento entusiasmado de “ser de los suyos”, hay una total incomprensión y rechazo de lo nuclear y genuino de su evangelio y de su anuncio del Reino de Dios: frente a la inexcusable actitud personal de servicio exigida por Jesús y la universalidad y comensalidad abierta de su llamada, ellos (nosotros) siguen valorando la voluntad de dominio y poder, la influencia social y el “exclusivismo hegemónico” de los que se quieren y consideran privilegiados.
En las durísimas palabras de Jesús a Pedro hay una advertencia importantísima y capital para no vivir un cristianismo falso, seductor tal vez, pero domesticado y falsificado, prostituido… (la palabra no es más dura que las de Jesús): no comprender, aceptar y asumir el anuncio de Jesús acerca de la voluntad e identidad de Dios, y de lo q ue desde la profundidad de su misterio nos proponer, es convertirse en enemigo suyo, en Satanás… sin paliativos ni contemplaciones. No hay, por decirlo así, una “zona neutra religiosa y devota” en la que podemos contemporizar con él y su evangelio, permaneciendo en nuestra mentalidad “terrena”, religiosa sí y sincera, pero buscando a Dios interesadamente, de forma “cerrada y ofuscada”, sin aceptar su inesperada “complicación de vida”…
Quien sigue pretendiendo que Dios triunfe, no sólo fracasa en su propósito (porque no lo va a hacer, va a seguir muriendo en la cruz…), sino que inevitablemente y de forma paradójica, se aleja de Él hasta llegar a convertirse, sin apercibirse de ello, en su enemigo, en ese Satanás que tienta a Jesús durante toda su vida, porque no acepta la supremacía del amor, la bondad, la debilidad, la misericordia y la ternura; sino que, por el contrario, se rinde únicamente ante el poder, la fuerza, la imposición y el dominio… Dios ni sabe ni puede imponerse a nadie, sino únicamente entregarse incondicionalmente al prójimo, hasta el punto de morir para que sus enemigos sigan viviendo…
Por eso ser discípulo y seguidor suyo no es lanzar proclamas ni dictar conductas; mucho menos sembrar angustia, condenas o amenazas, sino únicamente servir en la humildad, desde la fuerza de lo débil y no desde el trono de un palacio…
¿No nos manda también a nosotros Jesús callar como a Pedro?… Hay un necesario silencio, exigido por él, respecto a pretensiones de dominio y dirigismo. Nos convoca a que vivamos desde él… ¿Alguna vez lo entenderemos? ¿Es que queremos entenderlo?…Uno se pregunta más bien: ¿cómo hemos podido llegar hasta aquí, si los triunfalismos los tenemos prohibidos?…
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