LA EXCEPCIÓN COMO NORMALIDAD
Como, por definición, la excepción es justamente aquello que escapa a la norma (hasta el punto que decimos coloquialmente que la rareza de su presencia es “lo que confirma la regla”…), dada la originalidad, la exigencia provocadora, y el continuo y constante desafío de la vida y palabra de Jesús, constatando lo que tiene de paradójico y polémico, no podemos dudar en afirmar que “la norma cristiana”, el evangelio como programa y referencia o baremo de nuestra vida, es algo excepcional…
Parece evidente e indudable (aunque no debiera serlo tanto), que nuestra legislación y el sistema jurídico-penal que rige nuestro comportamiento individual y colectivo como sociedad más o menos civilizada, no puede estar fundamentado en la confianza en el prójimo, en el perdón y en la benevolencia; y por eso nuestros códigos y nuestra administración de Justicia van acompañados siempre ineludiblemente de sanciones, penas y condenas, declaración de culpables y castigos.
No es menos cierto que en ese entramado de leyes y normas bajo el que nos regimos y al que sometemos nuestro comportamiento y nuestras relaciones humanas como ciudadanos y personas libres, hemos progresado poco a poco en humanidad, y que nunca han dejado de promulgarse y promocionarse también, puntualmente, medidas de gracia y de clemencia, mostrándonos proclives en ocasiones a la piedad, y promocionando a lo largo de la historia medidas menos vengativas y punitivas, y cada vez más benignas y humanas; e incluso desde siempre han existido esas “medidas de gracia”: amnistías e indultos, ejercidos de modo excepcional en circunstancias concretas. Pero tal cosa ha existido siempre de un modo restringido: como excepción. La norma es otra, y no puede basarse en la confianza y la bondad, porque eso lo consideraríamos una ingenuidad “culpable” y una irresponsabilidad.
Sin embargo, el evangelio no puede ser más radical y explícito: perdonar sin condiciones, amar al enemigo, poner la otra mejilla, prestar a quien no va a devolverte,… ¿Ignorancia, ingenuidad o estupidez?… Puede llamarlo cada uno como quiera, pero de lo que no hay ninguna duda (ni posibilidad de mala interpretación), es del radicalismo, imposible de disimular o de aminorar: la “excepción” como único criterio de nuestro comportamiento con los demás…
Prosiguiendo… Nadie duda de que nuestra sociedad y nuestro sistema económico de regulación de las relaciones comerciales, de intercambio a todos los niveles, de actividad laboral y profesional, de “capitalismo agresivo” (llamémoslo por su nombre, aunque sin hacer juicio de valor alguno; como tampoco lo hacemos de nuestros principios de democracia, por mucho que la verdad del manejo y comportamiento de partidos políticos, movimientos sindicales, etc., deje mucho que desear como “motores” de ella); está basado en la competencia y en la rivalidad. Parece que, si no existiera ese estímulo y esa “justa desigualdad” proporcionada por “motivar” el esfuerzo y el trabajo incentivando y recompensando a los más destacados y productivos en inteligencia, fuerza, dedicación, o en cualquier cualidad cuyo desarrollo beneficia a todos, se haría difícil el progreso y el constante avance del nivel de bienestar general.
Pero el evangelio no deja, por el contrario, de insistir en la entrega y el servicio desinteresados, en llamar a destacarse no por buscar y obtener mayores beneficios, o por situarse por encima o por delante de los demás, sino por nuestra disponibilidad incondicional y por nuestra acogida indiscriminada; es decir, lo contrario de “lo normal”, la excepción…
Más aún… la propaganda, la publicidad, el exhibicionismo y el culto a la personalidad, el afán de “morbo”, forman parte no sólo de tertulias televisivas degradantes y vergonzosas, sino de nuestro comportamiento habitual e incluso de nuestros “reflejos”, “tics” e impulsos rutinarios inconscientes (cosa bien sabida por los manipuladores de la opinión pública, los vendedores de productos, y los medios influyentes en la toma de decisiones públicas, políticas, sociales y de consumo); es difícil que podamos sustraernos a la contaminación ideológica ambiental, a los sutiles mensajes subliminares o a la agresividad orquestada de las diversas campañas, y ello hasta tal punto que, inconscientemente y sin buscarlo de modo expreso (aunque en muchas ocasiones lo convertimos en objetivo o en mera “resignación” para vivir tranquilos…) nos sumamos al colectivo aborregado que consume telebasura, devora la “prensa rosa”, practica la murmuración, convierte los chismes en tema de debate y la alcahuetería en virtud, etc… o nos desvivimos por ser influyentes, “tertulianos”, por tener protagonismo y seguidores… rara avis quien no está al corriente de la última pelea de famosos cuya catadura moral es bastante dudosa, su último divorcio o infidelidad, la sonada “traición” de fulano o las intempestivas declaraciones de mengana… Lo normal es “vivir al día”…
Como es obvio, nada más lejano de la actitud discipular de comunidad, cariño, delicadeza y ternura, que nos ofrece y a la que nos convoca obsesivamente el propio Jesús con su forma de vivir y su llamada a seguir sus pasos: la norma cristiana es lo que aparece a los ojos de todos como excepcional…
Está claro que podríamos continuar de esta manera, refiriéndonos a prácticamente todos los ámbitos en que se desenvuelve nuestra vida como personasen esta realidad terrenal; pero he querido aludir a esa normalidad tan peculiar y excepcional de quienes pretendan llamarse “cristianos”, porque celebrando estos días la fiesta más antigua dedicada a María, la Virgen: la de su Dormición o, como la llamamos nosotros, su Asunción al cielo (es decir como privilegio, excepción, respecto a lo que será el “viaje al Paraíso” del común de los mortales), molesto e incluso hastiado por tantas exageraciones, abusos, devociones que rozan el mal gusto, alardes de homenaje y reverencia anacrónicos y ridículos, cursilería sensiblería y exageraciones consideradas como normales para hablar de ella,… necesitaba decir que mi profundo respeto y admiración por esa mujer sencilla y casi anónima, al margen de leyendas, mitología y apocalipsis, lo podría resumir en esas simples palabras, que vienen a ser las que le dedicó Jesús al considerarla su familia, su madre, no tanto porque “…lo había llevado en su seno y sus pechos lo criaron…”, sino porque “escuchó la voz de Dios y la cumplió…”; y que, en el contexto en el que escribo sonarían simplemente así: vivió la excepción del evangelio como la normalidad de su vida…
¿Hay acaso algo más grande, más serio, más profundo y más digno de admiración y respeto, que la dicha de esta mujer desde su humildad y su silencio? Lo normal para ella fue lo que la hizo excepcional…
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