ENTRE LA VERDAD Y EL SARCASMO (A propósito de Mt 20, 20-28, y de Santiago, “Patrón de España”)
El Papa Francisco ha repetido hasta la saciedad, y ha criticado y “prohibido”, o cuanto menos desautorizado dentro de sus posibilidades (que, evidentemente, son en este y en casi todos los terrenos muchísimo más limitadas de lo que cualquier cristiano católico, apostólico y romano cree), desautorizándolo radical y solemnemente en estricta línea evangélica, el llamado por él “carrerismo” en el clero, y en general en la iglesia; es decir, en palabras y costumbres bien arraigadas y expresivas: el afán de poder, la mentalidad de escalafón, la codicia de “cargos”, la búsqueda de “padrinos” para promocionarse, el exhibicionismo protagonista y las “cartas de recomendación”, la adulación y el servilismo interesado a la espera de ser recompensado, y ese larguísimo, interminable, etcétera de modos, pretextos, aprovechamiento de oportunidades provocadas astutamente, incluso en ocasiones envidias, rivalidades, guerras personales declaradas y hostilidad manifiesta, con el que una parte no pequeña del clero disfraza, disimula o maquilla como “legítimas aspiraciones” una avidez desmedida y ansia de poder, situada en las antípodas de ese evangelio que supuestamente predican y del que parecen indignamente excluirse, como si dada su pretendida categoría, conocida solamente por ellos mismos, estuvieran exentos…
Todos conocemos colegas (se me olvidó decir que yo también pertenezco a la especie clerical…), que desde mucho antes de ser ordenados han mostrado sin tapujos no saber “caminar a la intemperie”, porque la realidad les provoca un “golpe de calor” que los descompone, y por ello han buscado sin descanso la sombra de una mitra protectora y el apoyo de un báculo al precio que sea; porque paraellos, en definitiva, “la salud es lo primero”, y era evidente que dada su debilidad personal no había otro modo de lograr autoestima y conseguir ser respetado, que por la pompa de sus cargos, títulos o responsabilidades jerárquicas, ya que nunca lo hubieran podido ser por su actitud de simples y felices pastores… Como aquellos Zebedeos enmadrados, no querían asumir responsabilidades de entrega incondicional y de servicio, sino reparto de la imaginaria tarta de un Reino o un feudo con sedes todavía vacantes y competencia de candidatos…
Y es que “no poder servir a Dios y al dinero”, suena para muchos tan chocante como: “el que quiera ser el primero entre vosotros, sea el servidor de todos…”, y tratan esas “ocurrencias” de Jesús como la letra pequeña de cualquier prospecto o las notas a pie de página de muchas publicaciones: simplemente ignorándolas… Aunque suene a sarcástico, es evidente que la “sucesión apostólica” también se ha hecho patente en la historia de la iglesia imitando esa disputa de los Zebedeos y el resto por ocupar los primeros cargos…
Dicho esto por el simple deseo de reírme un poco y provocar algo de humor y alegría a tantos rostros pálidos y caras serias de reverendos e ilustrísimas, he de acentuar que, aunque abunde, ni es ése el comportamiento de la inmensa mayoría de honrados cristianos, ni marca la pauta de la generalidad de las iglesias; y la mayoría de amigos y compañeros de “aventuras parroquiales”, de mis hermanas y hermanos en el peregrinaje evangélico, así como una multitud incontable de otras personas, viven con sencillez, honradez y sin pretensiones desmedidas la ilusión y el compromiso del seguimiento sincero y fiel de Jesús, intentando hacerlo con fidelidad y radicalidad. Se constituyen así, se vea o no, en una especie de red, paralela a la de los influyentes monseñores y “clero alto”, en la que sin estridencia ni ínfulas viven gozosos y colaboran en comunión y con entusiasmo en el poco brillante escenario de sus vidas cotidianas, distantes (y sin envidiarlos en absoluto) de palacios episcopales, de sedes y burocracias curiales diocesanas, y de dedicar atención o esfuerzo a títulos ni a palios…
En realidad, a fuer de sinceros, no sé muy bien por qué digo todo esto; pero leyendo el evangelio de la solemnidad del apóstol Santiago y las declaraciones patrioteras de muchos purpurados me ha asaltado un deseo irreprimible de sonreír al respecto… porque pensaba que tal vez la insistencia en declararlo machaconamente “patrón de España” sea porque no renunciamos a esas otras pretensiones suyas, recriminadas tajantemente por Jesús y no tan evangélicas… En cualquier caso, que la conversión del apóstol y su testimonio posterior de entrega y de servicio hasta perder la vida sea lo que nos guía en el peregrinaje…
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