UN ÉXITO SIEMPRE SOSPECHOSO (Mc 6, 6-15)
Es curioso el contraste que nos presenta el evangelio de Marcos entre el fracaso estrepitoso de Jesús en su pueblo y entre los suyos, que va a hacerse extensivo a toda su predicación hasta llegar a la cruz, y el aparente “éxito” de sus discípulos cuando Él mismo los envía de dos en dos a recorrer la región y así convertirse más que en “predicadores” en algo así como “administradores” de su poder. La actividad en su nombre resulta eficaz, pero su persona y su presencia irrita… Algún exegeta (J. Mateos y F. Camacho) llegan a sugerir que la voluntad de Jesús al enviarlos no es tanto la de asociarlos a su misión de anunciar el evangelio, ya que ellos mismos se muestran reticentes y no entienden nada, sino más bien la de vencer su obstinación en no acabar de reconocerle como Mesías, dado que no aparece como el triunfador que ellos esperaban. Afirman estos exegetas que Jesús los envía simplemente para que aprendan y experimenten ese radicalismo suyo de vivir sin pretensiones de éxito, sino simplemente dependiendo de la acogida que les dispensen y de la caridad de los demás, para ver si de ese modo perciben la propuesta revolucionaria de su Reino… ¡a ver si así aprenden!…
Sin entrar en análisis y debates, lo cierto es que se convierten voluntariamente (aunque sea desde la incomprensión y sin un cabal conocimiento de lo que implica y significa “ser discípulo de Jesús”) en portadores de la sanación que Él ofrece; y viene a ser algo así como si Marcos nos insinuara que el mensaje puede ser aceptado y recibidos los favores de Dios a través de Jesús, pero es precisamente a personalidad de Jesús, su persona concreta, su identidad de Hijo, la que resulta escandalosa e insoportable a quienes lo escuchan y “se benefician” de Él… También parece insinuar: la sanaciones una cosa, la salvación otra; la sanación, incluso el milagro, es siempre posible y accesible para cualquiera, pero la salvación implica encuentro cara a cara con Jesús y es más difícil, simplemente porque es una exigencia personal suya…
Hay, pues, una manera de supuesto apostolado, o una “teoría de la misión” que no implica identificarse con Jesús ni haber comprometido nuestra vida con Él lúcida y responsablemente, y ésta es “exitosa”… y es accesible a unos discípulos “teóricos” que, en realidad, son todavía discípulos “provisionales”, porque no acaban de decidir su vida de modo cabal e íntegro por Jesús; están aún en la línea de Juan Bautista (predicando “conversión”), una línea ya superada por Jesús (anunciando y convocando “evangelio”)… no han percibido la novedad de esa “buena noticia” y el radicalismo del Reino que pregona Jesús… tal vez por eso esos discípulos van a acabar traicionándolo, lo van a abandonar, siguen aferrados al triunfo y a pretender poder, permanecen como los ciudadanos de su pueblo: faltos de fe, para sorpresa del mismo Jesús…
El mensaje y la convocatoria evangélica resultan atrayentes y seductores; pero, sin embargo, la reivindicación “personal” de Jesús, su convocante, es perturbadora y motivo de escándalo, precisamente para quienes conocen ese anuncio suyo, y desde los interrogantes y reclamos que suscita en sus personas y en sus vidas rehúyen las evidentes consecuencias de pasar de la experiencia cautivadora del Maestro a la identificación y comunión con Él.
No sé si algo de eso nos ocurre también a nosotros, precisamente los “cristianos practicantes” en el siglo XXI: nos sentimos urgidos, “celosos”, y comprometidos con la transmisión del menaje evangélico cuya continuidad buscamos “corporativamente” en la Iglesia, queriendo promover y actualizar campañas, misiones y actividades creyentes eclesiales para hacer manifiesto ese potencial sanante y salvífico que encomienda Jesús a sus discípulos en ciernes al enviarlos, y que se quieren autosatisfacer de “éxitos” ante los oyentes; y, sin embargo, nuestra identificación y comunión personal con el propio Jesús y su forma exigente y provocadora de vida, que no es susceptible de malas interpretaciones ni de pretextos dilatorios, dada su radicalidad, nos queda bastante lejos… Es decir, el contraste que nos presenta Marcos: nosotros contentos y satisfechos, hasta exultante, porque Dios es eficaz y percibimos su presencia y sus beneficios; pero distantes y molestos de que Jesús personalmente nos exija algo radical y definitivo: cambiar de perspectivas o de forma de vida…
Dicho con más precisión: ¿nos hemos convertido en seguidores doctrinales, pero no en discípulos identificados con el modo de vivir de su Maestro y en comunión de vida con Él…? Tal vez uno de los mejores e infalible índice para hacer evidente nuestra tibieza y nuestro “celo doctrinal” en detrimento del auténtico y propuesto por Él ejercicio de su bondad y su misericordia, de su disponibilidad y entrega, es buscar el reconocimiento y el aplauso, el éxito… aunque lo hagamos diciendo que no es una pretensión de triunfo, sino “celo evangélico” y empeño en que “se reconozca la verdad” y se aprecie “la labor desinteresada de la Iglesia”… pero, desde el Vaticano de Roma hasta la parroquia más pequeña y recóndita, ¿cuántos pretendid@s “celos@s” cristian@s se deciden a vivir “al modo de Jesús”, aunque sea cosechando como Él desconfianza y fracaso precisamente por servir sin querer aleccionar, entregándose incondicionalmente y sin hacer acepción de personas porque no tienen nada que ocultar ni nada que perder?…
Viviendo en cristiano y hablando del evangelio, el éxito es y será siempre sospechoso, porque forma parte de las ineludibles “tentaciones”…
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