IRRADIAR VIDA, REGALAR LA SALVACIÓN (Mc 5, 21-43)
Hay un nivel de bondad y de vida cristiana que supera el de las buenas intenciones e incluso nuestra firme voluntad de proponernos ayudar a los demás cuando somos capaces de llegar a desviarnos de nuestro personal camino para acercarnos al prójimo. Ese nivel más alto de bondad es el de hacer el bien sin pretenderlo expresamente, de un modo en principio “involuntario”, aunque no “inconsciente”; estar nuestra vida tan disponible y accesible para todos, que cualquiera que se acerque y “nos toque” saldrá enriquecido y beneficiado en la suya. En ese nivel, el de Jesús, ilustrado perfectamente por Marcos en ese “milagro de la hemorroísa”, se hace el bien “sin querer”; es decir, alguien “extrae” bondad de nosotros sin tener que pedirnos permiso o que nosotros mismos lo autoricemos… se nos arranca sin apercibirnos en principio de ello, porque la alegría y la santidad que rebosamos, además de hacerse patente, atraer la atención y resultar sorprendente en una sociedad y un mundo de intereses, codicia y rivalidad, se convierte en causa de ánimo, de ilusión profunda y hasta de entusiasmo para quienes nos rodean, y les renueva y enriquece, les reaviva rescatando su propia persona del desánimo, la desilusión, la postración en la que se hallaba, y que les hacía estar desangrándose y perdiendo su misma identidad…
Y hablo en plural, y digo “nosotros”, no porque seamos capaces de instalarnos en ese nivel por nosotros mismos, sino porque somos “la comunidad cristiana”, y ese nivel, que es el exclusivo de Jesús, es el que nos propone como horizonte de nuestra vida de discípulos, de fieles y convencidos seguidores de su propuesta de evangelio.
Como casi siempre en el evangelio, el hecho tiene un doble nivel: por un lado, quiere indicarnos lo obvio: a Dios le podemos arrancar siempre el perdón y la salvación, si acudimos con fe sincera, es decir, con confianza absoluta y conciencia de nuestra total indigencia y de la esterilidad de nuestra vida si sólo tenemos en cuenta nuestras fuerzas y nuestros medios. En consecuencia, que nunca nos atormenten nuestras incapacidades ni nuestros pecados, porque el dolor auténtico por vernos miserables y la impotencia que sentimos al percibir que no podemos vencernos a nosotros mismos, al acercarnos a Jesús y tocarlo con confianza, por saberlo el único bueno y misericordioso, nos sana realmente, ofreciéndonos una perspectiva de renovación.
Y, por otro lado, nos está señalando que Jesús siempre es consciente del perdón y la bondad que nos regala, incluso cuando “se le escapa” porque no lo ha previsto e ignora nuestra intención, o porque no nos hemos atrevido a decirle nada por miedo o por vergüenza… y sólo nos pide la sinceridad y el valor de reconocerlo agradecidos para poder gozarlo, para que sepamos que aunque no se lo habíamos pedido y lo ignoraba, quiere hacerlo voluntad expresa suya convirtiéndolo en regalo personal, y que no huyamos de su lado furtivamente ni nos consideremos ladrones de su favor y de su gracia una vez obtenido el beneficio, como si se tratara de algo pasajero, de una medicina que se puede ignorar una vez ha provocado su efecto sanador. Quiere que sepamos que está feliz de otorgarnos voluntariamente su favor, y de que podemos confiadamente recurrir siempre a Él sin miedo ni vergüenza. Jesús nos va a atender siempre, pero no quiere que nos conformemos con poco, con solo nuestra curación, sino que a través de ella nos encontremos con Él en persona; es un verdadero salto cualitativo, otro nivel… La bondad y el perdón de Dios no pretenden solamente aliviarnos y sanarnos físicamente, sino darnos acceso a una vida distinta, aprovechar su fuerza restauradora para vivir de otro modo, para descubrir ese otro nivel, en el que está situado Él como persona entregada, feliz, como nuestro Salvador…
Jesús y su evangelio nos invita a vivir de esa manera que ilustra Marcos en el doble milagro de su pasaje: sin negarse nunca a ayudar a cualquiera que se lo solicita, aunque sea el jefe de la sinagoga (en una sinagoga lo tacharon de Satanás, en otra quisieron despeñarlo…); y, además, irradiando tal benevolencia y fuerza espiritual, milagrosa, que sólo acercarse y tocarlo cambia nuestra vida cuando sabemos reconocerlo. Porque, y eso viene a ser lo definitivo, se preocupa y cuida delicadamente de cada uno de nosotros, gozando de que nos aprovechemos de Él, si somos capaces de confesarlo como el único que eleva nuestra vida y nuestra persona hasta un nivel imposible: el de ser capaces de rebosar de amor, regalando vida, esperanza y alegría con nuestra simple presencia…
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