INICIACIÓN CRISTIANA y PRIMERAS COMUNIONES

INICIACIÓN CRISTIANA y PRIMERAS COMUNIONES

Es bien sabido que la celebración pascual culminaba la catequesis de incorporación a la comunidad cristiana, cuya etapa final venía marcada por la práctica cuaresmal. La iniciación cristiana concluía, como todavía se hace hoy en el bautismo de adultos, con la confirmación (integrada en el rito bautismal), y con la Eucaristía, la Primera Comunión del bautizado, la cual sellaba su carácter de miembro de la iglesia local y le daba acceso a la plenitud de la vida cristiana.

Poco queda de esa clara conciencia del fundamento pascual de nuestra fe cristiana y de la celebración de la incorporación a la comunidad como momento culminante de un proceso personal, profundo y comprometido; pero tal vez podríamos recuperarla dando un impulso y un sentido distinto al único acontecimiento que nos lo aproxima, haciendo de él un elemento profundo, militante y responsable de la actitud de seguimiento y del compromiso cristiano: la celebración de las Primeras Comuniones. Reservar el tiempo pascual para ellas debería ser mucho más que programar un tiempo primaveral, un entorno de festival de fin de curso o una fiesta conmemorativa de homenaje a la infancia, mucho menos tratarla de compromiso social, de lucimiento o despilfarro, de exhibición y ostentación.

La eucaristía no consiste en un acto piadoso ni en un protocolo confesional. No es un gesto caprichoso u opcional, ni una simple condición o requisito para que conste que uno es cristiano, dotando a ese reconocimiento confesional de una pátina venerable, una herencia a la que no se renuncia, o un signo de aprecio a la tradición y de respeto a la historia y a la trayectoria familiar, popular y social. Se trata de algo distinto y mucho más serio, mucho más exigente y mucho más significativo: se trata, por encima de todo, de la identidad cristiana y de la plenitud de nuestra incorporación a la comunidad de discípulos, a la iglesia local, a la parroquia como lugar de convivencia y de crecimiento en la fe en Jesucristo.

Ambas cosas, identidad cristiana y plenitud en la incorporación a la iglesia local (a la parroquia), son perfectamente comprensibles para toda niña o niño que se acerca a recibir su Primera Comunión cuando recibe por parte de sus padres y de toda su familia el acompañamiento adecuado, haciendo de tal acontecimiento una celebración responsable, una fiesta de fe, y no un mero trámite infantil de “buen gusto” o un fenómeno social. Y es precisamente por eso por lo que existe un itinerario catequético cuyo desarrollo pretende vincular también a los padres, para que sean conscientes y actúen coherentemente con sus hijos. Porque, ¿cómo son ellos los que fomentan en sus hijos el consumismo y el despilfarro, lo suntuoso y lo protocolario en la celebración de la Comunión?, ¿cómo no facilitan a sus hijos la asistencia a las celebraciones parroquiales y la conciencia de comunidad creyente?, ¿cómo no se vinculan a la catequesis con entusiasmo, alegría y espíritu colaborador?, ¿cómo se desvinculan por completo de la formación de sus hijos en esos fundamentales aspectos del sentido de la vida, el misterio de Dios, la dimensión de la piedad y la oración?, ¿cómo plantean la Comunión como un acto social completamente independiente de la actividad parroquial y de los vínculos con la comunidad?, ¿cómo la mayor parte de sus invitados son compromisos sociales o allegados completamente indiferentes a la fe de la Iglesia?, ¿cómo hacen una lectura meramente estética sin ningún tipo de actitud comprometida?, ¿cómo ni les pasa por la cabeza dar continuidad a la catequesis, para que sus hijas e hijos, ya iniciados en ese compromiso fortalezcan su fe y sus vínculos parroquiales?…

Los interrogantes se multiplicarían hasta el infinito. Pero si todavía existen padres cristianos responsables, todos esos interrogantes deben hacérselos… Y han de contestárselos…

Por |2021-05-31T15:49:10+01:00mayo 31st, 2021|Artículos, General, Reflexión actualidad|Sin comentarios

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