TOCAR EL CIELO (Mc, 16, 15-20)
Todos sabemos y comprendemos sobradamente, que la Ascensión de Jesús no consiste en el hecho “físico” de que subió muy alto, como levitando hasta hacerse pequeño y distante a la vista de todos y desaparecer entre las nubes; sino que es la rotunda afirmación y constatación de que una vez resucitado ha llegado a la plenitud y consumación de la vida, ya está glorificado. Ya es el Cristo total, porque “descendió a los infiernos y subió a los cielos”; es decir, ocupa todo el espacio vital de la realidad, desde lo más profundo hasta lo más alto. O, dicho de otra manera más acorde a nuestro actual conocimiento del universo, de su espacialidad y de sus dimensiones, la resurrección hace acceder a Jesús (como Mesías y “Adelantado” nuestro) a todo aquello imaginable como horizonte de vida absoluta, sin límites ni de espacio ni de tiempo. Si queremos decirlo así, ha quedado inaugurada por Él y con Él otra dimensión, la de lo definitivo, cuya condición inevitable es la muerte; es decir, el abandono de lo provisional, consiguiendo que el progresivo deterioro y la degradación imparable de nuestra materia carnal llegue a su final, pero a un final victorioso para nuestra identidad personal, confirmada y afianzada en Él.
Si morir es requisito necesario para poder huir de los límites y condiciones de nuestro espacio y nuestro tiempo, resucitar es confirmar la identidad de nuestra persona más allá de esas condiciones finitas manifestativas de nuestro “yo” en la tierra, y gozar de esa “otra dimensión”, sin restricciones ni fronteras. Y es también, en una especie de ascenso en dignidad, en dominio real de nuestra personas, de aquello que somos y queremos desde el fondo de nuestra libertad y nuestra conciencia, alcanzar lo inalcanzable antes de la muerte: “el paraíso”… “el cielo”, la gloria deseada, entrevista en los destellos de auténtico amor y bondad experimentados tantas veces, pero siempre incapaces de proporcionarnos aquí la plenitud y el señorío. Conciencia de vivir provisionalmente, como ciudadanos de otro Reino….
La Ascensión de Jesús es también una especie de confirmación de esa profunda verdad, de que precisamente por medio de nuestra realidad material y física nunca podremos en esta tierra expresar plena y cabalmente ni el misterio de Dios ni el de nuestra persona y el de la vida. Ni el mismo Hijo de Dios, encarnado en Jesús, pudo desvelarlo y revelarlo con absoluta claridad; porque la propia materialidad finita nos lo impide.
Pero eso no nos impide compartir la esfera divina, y saber y sentir la cercanía y presencia del que ha caminado a nuestro lado y, tras morir, ha resucitado y ha sido glorificado, atrayendo desde ese futuro del Reino alcanzado nuestra persona y nuestra historia de modo irreversible. Jesús, tras morir y resucitar ya no tiene esos límites “de aquí”, todavía nuestros, y no existen ya fronteras para “vivir con Él”, a pesar de no sernos perceptible físicamente.
La Ascensión quiere marcar la ausencia ahora ya definitiva del Jesús “físico” y su nueva presencia, que se sitúa en otra perspectiva igualmente actual y viva pero “insensible”, porque ya ninguna limitación puede constreñir ni imponerse o impedir la plena manifestación, revelación y epifanía de su dimensión divina. Durante su vida mortal podíamos percibirlo, pero de forma limitada, provisional e incompleta, como toda relación personal respecto al “físico” de las personas amadas y con las que se vive en comunión e intimidad; ahora, resucitado y ascendido, gozando gloriosamente de la ilimitada plenitud, ya no le obstaculiza su “físico” para entrar en comunión e intimidad con su comunidad de discípulos y con cada uno de ellos, aunque (precisamente debido a esa plenitud) no podamos “verlo y palparlo”…
Él ha sido definitivamente glorificado; y su presencia segura e imposible de ser ahora arrebatada por nada ni por nadie, cobra una nueva dimensión… Jesús es ya, por fin, “el Señor”, nadie podrá amenazar su dominio y su contante compañía, nunca más sometida a nuestras dimensiones espaciotemporales…
Por eso puede ahora enviar en misión a sus discípulos; porque ahora son ellos su cuerpo físico, y Él siempre estará presente, y en cualquier lugar, con ellos… La Ascensión es más que tocar a Jesús en persona, en su cuerpo humano; es tener a Jesús resucitado, saberlo presente, en persona sí y ya glorificado, es haber caído por fin en la cuenta de quién era, de quién es para siempre; y es, por tanto, vivir “enloquecidos”, entusiasmados porque podemos literalmente, con Él, “tocar el cielo”… y vivir como en el cielo, permaneciendo en Él, y con Él siempre cercano y presente… y es también, forzosamente, y sin necesidad de palabras, anunciarlo…
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