TRILOGÍA DE PASCUA

TRILOGÍA DE PASCUA

ANTECEDENTE: LA CRUZ

Una cruz. Sólo una cruz. Una cruz condensa y resume el misterio de Dios. Y esa misma cruz condensa y descubre también otro misterio: el del abismo de la maldad humana.

La implacable justicia humana condena a Dios de modo inapelable. La incompresible bondad divina no esgrime defensa alguna y perdona al hombre. Y el mundo se muestra otro….

Nuestro mundo ya no podrá más alegar ignorancia o esconderse avergonzado. Porque la cruz es bien visible y atrae todas las miradas. Desde ese día sólo ignora a Dios quien quiere cerrar los ojos para no ver una cruz. Quien mira hacia otro lado, porque no soporta que la fragilidad sea el sello del omnipotente y la muerte fuente de eternidad.

Nuestra ley hace imposible que Dios sea inocente… por eso acudir a Él nos declara culpables… pero para poder ser perdonados. Y en consecuencia, hacer nuestro el estigma de su condena y santiguarnos, es arriesgarnos a vivir desde el fracaso de la cruz, pero felices porque nos hace incapaces, como a Él, de aborrecer a la hermana y de odiar al hermano…

Hagamos nuestra sin complejos su cruz. Sin complejos, pero también sin pretensiones. Desde la consciencia de la  total fragilidad y desde la impotencia del que ya no puede hacer materialmente nada, pero desde lo más profundo lo consigue completamente todo… porque incluso muriendo, y en su última agonía, puede seguir perdonando e invitando al perdonado al futuro y a la vida…

I-RESURRECCIÓN

Un sepulcro vacío. Un lugar de muerte donde sólo había y hay silencio. Esa tumba excavada en la roca, un hueco horadado en esta tierra yerma, encerraba a Dios y parecía aniquilarlo. La única esperanza humana pareció condenada y sin futuro.

Pero el fuego de Dios fundió la roca. Su luz deslumbró las tinieblas y el silencio se convirtió en cantos de Aleluya. La esperanza no defrauda, y quien va en busca de un Dios crucificado, descubre el resplandor verdadero de la vida divina.

Y con ello nuestro mundo es transformado: ya no será el de antes. Imposible seguir en la ceguera. Se ha quebrado el triunfo del mal y el dominio de las tinieblas. Vuelve a nacer el sol y se levanta la niebla.

Hay presencia de Dios, que no nos abandona. Y se hace patente a nuestros ojos que el amor es más fuerte que la muerte y que el perdón triunfa. Es el sello de Dios en una roca corrida que deja ver la desnudez y el vacío de la muerte.

Ya no es la resignación confiada en un futuro posible, sino la alegría manifiesta y activa en un presente glorioso. Somos personas nuevas. El toque divino de Jesús transforma todo y resucita el cadáver. La llamada imposible hacia lo eterno: ¡Ha resucitado!…

II-ASCENSIÓN

Resurrección para ya no quedar constreñido a la estrechez de nuestra tierra, sino ascender a las alturas de la plenitud infinita.

Hacer realidad y alentar sin descanso el inconformismo ante nuestras impotencias radicales y nuestros límites insuperables, y provocar el entusiasmo frente a la absurda propuesta de una eternidad. Dejar constancia de que la muerte y nuestra incapacidad humana, no nos impiden llegar al paraíso…

Saber así que la muerte inevitable es el punto de partida necesario para un viaje definitivo, la chispa que enciende la estrella que nos transporta a la morada de Dios allá, en lo alto…

Darnos cuenta de la verdadera trayectoria, y de la meta definitiva y segura tras una opción por la bondad sin restricciones, y la felicidad de poder alegrar y animar la vida a los demás… Gozar de la incomparable alegría de compartir la vida y de entregarla, de ser feliz desviviéndose para que los otros vivan descubriendo el amor y la dicha, llegando ya a la eternidad.

Todo eso es ascender al cielo después de haber resucitado: conocer por fin y para siempre nuestra patria real y nuestro Reino, el de Dios… Gozarlo, encarnarlo, caminando…

III-PENTECOSTÉS

Un fuego inextinguible y penetrante. Una fuerza ajena y sobrehumana, que supera nuestras capacidades y nuestras posibilidades. Un descubrimiento prodigioso de nuestra persona, de lo más propio, íntimo y genuino de nuestra vida.

El resplandor de Dios hecho visible, y el acceso a su poder y a su fuerza para amar, para ser yo; unido a un grupo fiel que está ardiendo, como yo, en el calor de lo divino.

Sabernos uno con Él y entre nosotros. Olvidar nuestra maldad y nuestra impotencia. Desterrar el miedo que atenaza nuestras verdaderas ansias de conocer la dicha de Dios y su único evangelio.

Iniciar ese mundo nuevo. Ratificar el cambio de la historia y la nueva era de su Reino. Convertirnos osadamente en morada del misterio, en cauce de su agua milagrosa, en intermediarios del regalo de su presencia y en pregoneros de esa noticia extravagante, que desequilibra nuestros cálculos y derriba nuestros andamios y montajes…

Nuestro impulso vital viene de lejos… y nos conduce al infinito… es misterioso y santo, pero inevitable y prometedor… El horizonte humano más pretencioso ha quedado desbordado por la inmensa sorpresa de un Dios que nos convoca y nos penetra, y del que nos podemos llenar y nutrir entusiasmados, ardiendo como el poeta nos pedía:

“Si yo no ardo,

Si tú no ardes,

Si nosotros no ardemos,

¿Cómo las tinieblas llegarán  a ser claridad?”

Por |2021-05-10T21:39:15+01:00mayo 10th, 2021|Artículos, General, Reflexión actualidad|Sin comentarios

Deja tu comentario