IN-CORPORADOS A LA DIVINIDAD (Jn 15, 1-8)

IN-CORPORADOS A LA DIVINIDAD (Jn 15, 1-8)

Jesús es insistente: su llamada al seguimiento, la decisión de formar parte de sus incondicionales para dejar que Él sea quien oriente, anime, acompañe y dirija nuestra vida, no es una simple decisión libre y voluntarista nuestra, cuya aceptación nos agrega sin más a su rebaño por medio del Bautismo; sino que trasciende lo meramente visible e incluso testimonial de un signo o una actitud más o menos comprometida con su evangelio, porque nos incorpora personalmente a Él y a su ámbito divino. Es,según Él, literalmente: insertar nuestra humanidad en su divinidad en la medida en que la encarnación del Hijo ha insuflado definitiva y misteriosamente trascendencia en la inmanencia, y definitividad celeste en nuestra provisionalidad terrena…

Si en Jesús Dios se ha encarnado, por Él y con Él nuestra propia carne está divinizada… es la savia de Dios en nuestra madera humana, haciéndola capaz de producir yemas y brotes de lo que es inalcanzable “desde abajo”, si Alguien no “desciende desde arriba” para así “elevarnos” con Él a su regreso al cielo, ya definitivamente resucitado…

En nuestra forzosa limitación témporo-espacial podemos tal vez imaginar una “vida eterna”, de cumplimiento y plenitud, desde la que nos acompaña y se hace presente el Jesús resucitado tal como lo hizo siempre: como único Maestro bueno y como fuerza incorporadora; y que transcurre, en esa paradójica contradicción de términos, “simultánea” a nuestra temporalidad decadente; ofreciéndonos un resquicio desde el que atisbar el panorama eterno “anticipado” por Él y que podemos así constituir en el motor de nuestra vida, haciéndonos inmunes a la degradación material inevitable y asumiendo nuestra provisionalidad temporal actual como simple identificación en estos límites finitos de esa persona que somos, y que se nos desvela a nosotros mismos en lo íntimo y profundo como vida no exclusivamente nuestra, sino vivida a impulsos de una savia ajena, la de Dios, a la que por ahora sólo podemos responder y hacer visible con un comportamiento provisorio…

Por eso el Jesús de Juan es obsesivo: ¡Permaneced en mí!… Hay algo íntimo y fontal…, y parece una continua tentación de panteísmo…, porque la incorporación a Dios a través de Jesús es tan entrañable, inexplicable y misteriosa pero absolutamente real, que nos transporta a otra dimensión de silogismos imposibles…

Pero nos dice que es auténtica experiencia, y no sueño ni quimera; no son conceptos nebulosos y abstractos, sino lo más concreto y cierto que podemos imaginar cuando somos capaces de atender a Jesús en su lenguaje y conocerlo en sus obras. Nos dice, incluso, que es sencillo, tan palmario y evidente que sorprende y descoloca, porque nos sitúa en una órbita en la que solamente percibimos hermanas y hermanos incorporados a su vid, ovejas en su rebaño, personas en su comunión trinitaria…

Permanecer en Jesús, significa saberse, sentirse y querer ser la carne actual y en presente de su cuerpo glorioso y ya escatológico, resucitado… sí, como siempre:lo imposible… sólo posible porque es cierto que podemos dejar que sea su sangre, la del propio Dios, la que corra por nuestras venas…

La experiencia de Pascua, que es la experiencia cristiana radical, y que mueve inexcusablemente a “vivir de otra manera”, tanto entonces como ahora, no es únicamente la increíble constatación o evidencia de que aquel Jesús crucificado ha resucitado sorprendentemente, sino la de que ese horizonte inesperado e increíble que nos fuerza desde lo más genuino y profundo de nuestra persona y de nuestra vida a “vivir de otra manera”, es constatación palpable de que se mantiene el nexo personal de la persona viva (ahora ya para siempre) de Jesús con su comunidad de discípulos. Si la experiencia física de la presencia y compañía de Jesús durante su vida revolucionaba y cambiaba la existencia de quienes formaban su círculo vital, su comunidad de discípulos, cuya vida ya no podía prescindir de Él, y se abandonaban despreocupadamente a seguirlo con docilidad y entusiasmo; tras su muerte, vuelve a reanudarse, y ahora con definitividad y sin posibilidad alguna de fracaso, esa íntima conexión y dependencia gozosa, y la comunión con Él y entre los suyos se hace imperiosa, excluyendo y prohibiéndonos el miedo y la tristeza.

Ser cristiano no es anunciar que Jesús ha resucitado, sino descubrir su presencia y comunión actual con nosotros desde su futuro escatológico y, en consecuencia, permanecer en Él, vivir desde Él y con Él, seguir siendo, literalmente, la carne en que se haga presente… Si alguien lo entiende, que trate de explicarlo; pero quien, como san Juan, sólo quiera gozarlo entusiasmado, que trate simplemente de contagiarlo… porque no podrá ya nunca vivir de otra manera…

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