NICODEMO
Nicodemo sabe mucho de Dios. Pero no se conforma: quiere saber más. No ha cesado de estudiar las Escrituras y aprender sus leyes, de escudriñar la historia de su pueblo, “el elegido”, para descubrir su presencia en cada uno de sus rincones; no se cansa de acrecentar el caudal de sus conocimientos respecto a Él con dedicación exigente y rigor intelectual. Pero, a diferencia de tantos de sus colegas, no pretende encerrarlo en sus esquemas ni aprisionarlo en esas leyes; más que de conocerlo tiene sed de vivir desde Él, y ése es el verdadero móvil de su inquietud y de su pasión por estudiarlo. Por eso está siempre inquieto por aumentar su saber, por conocerlo mejor, y encontrar con mayor precisión, intensidad, coherencia y sentido de futuro y de cumplimiento de las promesas, la respuesta a los profundos interrogantes de su vida, a su sed insaciable, que no es de ideas y leyes, sino de ilusión y gozo, de alegría y de esperanza.
Por eso las palabras y la vida de Jesús le inquietan: percibe en él algo de Dios, y algo que, justamente, escapa a todos los conocimientos ortodoxos y legales, a todos los esquemas teológicos y las fórmulas académicas, cuyo dominio lo han convertido en Maestro. Sus colegas y compañeros no se inquietan tanto, porque ya creen saber de Dios todo lo posible… precisamente si tanto han estudiado y aprendido es para vivir tranquilos, diríase que “teniendo a Dios a raya” y recordándole todo lo que Él mismo ha dicho… Tan dominado tienen todo lo que de Dios puede saberse, que no pueden pararse a escuchar a ningún pretendido profeta, o sentir vibrar la fibra más profunda e íntima de su vida ante la personalidad peculiar de un galileo indocumentado… A ellos el preguntarse sobre Dios no les ha creado hambre y sed de vida, inquietud creciente y apasionamiento por su misterio, sino más bien empacho y hartazón… ¿quién va a darles ya lecciones?…
Nicodemo no buscaba la sabiduría de Dios para adormecer su conciencia y anestesiar su vida, como tantos otros; sino al contrario, para delimitar bien su misterio y poderla vivir como entusiasmo y aventura, como promesa sorprendente y desafío, encarando el infinito. Y tomarse a Dios y a sí mismo tan en serio, le hace sensible para percibir la suave brisa del Espíritu que sopla, aunque no sepa de dónde viene ni hacia dónde se dirige… Por eso la voz y la persona de Jesús no le pueden pasar desapercibidas, y le crea nuevos y más profundos interrogantes…
Y Jesús le descubre que ése es siempre el juego de Dios con nosotros: el de provocar nuestra inquietud, y a veces incluso desafiar nuestra fidelidad, para que eso nos permita acceder a su verdad, que es la nuestra… a su propia realidad, que comparte con nosotros…
La sorpresa de Nicodemo ante el reto de Dios a través de las palabras de Jesús es completa, y se le hace bien costoso entrar en ese terreno, aceptar esa aventura; pero no puede eludirla, y con ello su vida cobra nuevo rumbo al seguir sin rendirse en su búsqueda y no conformarse con lo que ya sabe…
La riqueza de Dios hace que nos desborde día a día, y estemos siempre dispuestos a la admiración por lo que nos ha descubierto y se va haciendo presente en nuestra vida, y al entusiasmo por lo todavía desconocido que nos tiene reservado, así como a la posible amargura por lo difícil que nos resulta a veces descubrirlo…
“Nacer de nuevo”, estar atento al espíritu que sopla imprevisible, descubrirnos a nosotros mismos y a Él como sumergidos y cómplices… Sólo de la mano de Jesús conocer y “saber” de Dios conduce realmente a Él; y, de ese modo, teniéndolo cada vez más cerca, llegar a ser cada uno quienes somos: el verdadero Nicodemo…
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