LA TRANSFIGURACIÓN: UN MOMENTO DE LUCIDEZ (Mc 9, 2-10)

LA TRANSFIGURACIÓN: UN MOMENTO DE LUCIDEZ  (Mc 9, 2-10)

¡Hay tantos interrogantes en nuestra vida! ¡Tantas dudas e incertidumbres!  Hay tanta inseguridad y angustia en esa mirada nuestra penetrante y honda hacia el misterio de lo que somos, de nuestro “porqué” y nuestro “hacia dónde”; tantas preguntas sin respuesta aparente que nos envuelven en una niebla espesa, incómoda e hiriente, causándonos desasosiego y acallando nuestra buena voluntad y nuestras incipientes ilusiones, que necesitamos alguna chispa de luz que nos oriente, el débil reflejo de una meta ansiada, de una esperanza alumbrada, de una evidencia confirmatoria, ratificadora de la coherencia y sentido de una fe firme en Él, de la verdad de un amor incondicional y provocador, de un evangelio desestabilizador, subversivo y excitante.

A pesar de estar cerca de Jesús, aunque procuremos seguirle y permanecer siempre a su lado, vamos tropezando en tantas piedras y obstáculos, nos detenemos y distraemos con tantas nimiedades, que lo sentimos a veces desinteresado y extraño, como sumido en ese aura suya misteriosa y exclusiva, aparentemente ajena a nosotros y a la materialidad de nuestro mundo, esa peculiaridad de su vida que constituye justamente su atrayente e irresistible personalidad y lo sitúa “más allá” de nuestras escalas, registros y baremos, desbordando siempre nuestros cálculos. Y, sin embargo, al mismo tiempo nos apercibimos de lo rotundo y consistente de esa persona, de la pujanza y fuerza incontenible de su “autoridad” y de su evangelio, y de la increíble proximidad y cercanía suya, que no es simplemente “física”, sino “personal”, vital, hundida en lo profundo de la convivencia humana, de la fraternidad gozosa, de la aventura apasionante de la comunión, del futuro constatable ya en Él como experiencia anticipada de amor sin límites, de entusiasmo irreprimible, y de esperanza cumplida, de “vida eterna” en una humanidad digna y fraterna consolidada en ese Reinado suyo inconcebible. Paradójicamente su extrañeza es proximidad y cercanía no sólo propia suya, sino del mismo Dios…

Estamos, pues, sumidos en esa tensión hacia lo definitivo, en ese devenir de nuestra propia vida y de nuestra persona, en ese asintótico caminar hacia nuestra verdadera y anhelada identidad. Y esa tensión cobra actualidad, concreción y urgencia con y por la presencia y acompañamiento de Jesús. Pero  como el caleidoscopio de nuestro entorno nos deslumbra y nos ciega, nos somete al vértigo de lo caprichoso y efímero, del engaño de las vanas ilusiones y de las falsas promesas, del poder hipnotizador de los gurús y de las absurdas supersticiones y quimeras de ingenuidades y astucias, de ofertas de mercado y rentabilidades “seguras”; entonces, nos perdemos en la red nebulosa que urde nuestra sociedad (de la que somos cómplices), y andamos obnubilados como espectros, sabiendo sí, que “el Maestro” está a nuestro lado, pero preguntándonos en nuestro solipsismo, si valdrá de verdad la pena “sacrificar tanto” cuando no vemos ni sabemos cierto nada; dudando no de Él y su misterio, sino de nuestra capacidad y disponibilidad para comprometernos en un seguimiento radical, en lugar de “seguirle de lejos” como tantas otras personas, limitándonos a una vida de observadores pasivos y pacíficos, simples testigos asépticos del acontecimiento de su presencia y de su peculiar identidad, pero sin arriesgar nada por Él, ni aceptar y asumir esa llamada suya a la bondad, imposible de realizar sin hablar de disponibilidad y de renuncia, de acogida y de servicio, de entrega y de perdón incondicional al prójimo… ¡Todo es tan confuso! ¡Necesitamos un momento de lucidez, de transparencia absoluta de Jesús, que nos permita atisbar su profundidad real, su abismo de vida! ¡Incluso sabiendo que no tenemos “ningún derecho” a reclamarlo!…

Y Jesús les regala ese momento… Nos regala el momento de lucidez que precisamos: es su Transfiguración… Porque la lucidez sólo puede venirnos del futuro, del horizonte al que nos impulsa ese Cristo, promesa de vida y plenitud, cumplimiento definitivo de esa promesa que somos… Por eso el futuro absoluto corrobora la pretensión de Jesús anulando el pasado: Moisés y Elías ya no tienen nada que decir, porque apelaban a Dios y Dios ha llegado…

Ni experiencia mística ni teofanía solemne. Me trae sin cuidado saber qué experimentaron aquellos íntimos de Jesús cierto momento concreto de sus vidas. Lo que sí me importa, y mucho, es saber que la propia convocatoria de Jesús con su evangelio y su anuncio del Reino, con su impresionante autoridad y su libertad absoluta, conlleva siempre y para todos, también para mí, por condescendencia suya y ayuda a mi debilidad, un momento de lucidez indescriptible, y de tal evidencia, que es equivalente a que un judío viera a Moisés (¡nada menos que Moisés!), y a Elías (¡nada menos que Elías!) silenciados por Jesús, reconociendo su hegemonía y convertidos a su Evangelio…

Porque, como siempre sucede con Jesús, también se da la inversa: es la lucidez que nos regala en momentos definitivos insospechados, la que nos lleva, como a Moisés y a Elías, a convertirnos, a transfigurar nuestras vidas aceptando su regalo…

Un comentario

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