UNA AUTORIDAD ASOMBROSA (Mc 1, 21-28)
Asombro y autoridad. Una autoridad insólita y extraordinaria, absolutamente soberana. El poder del Reino de Dios llegando hasta nosotros como acontecimiento liberador del mal, de Satanás y de la postración que implica…
Desde el inicio, ese Reino de Dios cuya presencia y cercanía es pretensión de Jesús, se identifica con la autoridad de su persona y muestra su poder venciendo y rindiendo incondicionalmente, milagrosamente, a los poseídos, a quienes son fácil presa de una doctrina apolillada y carcomida al socaire de quienes llevan la voz cantante en la sinagoga acaparando y monopolizando los poderes de otros reinos…
De repente, con Jesús, se oye una voz distinta en la propia asamblea, en la reunión ortodoxa y apergaminada que ha hecho de la elección, la Ley y las tradiciones un lodazal que atrapa a las personas en lugar de liberarlas y animar sus vidas; y de la sinagoga un lugar hediondo y estancado porque ya huele a podredumbre, a tedio conformista y a inmovilismo de los dirigentes y otros interesados atenazando sin piedad al pueblo humilde y a los auténticos creyentes resignados… Por eso desde el primer anuncio las fuerzas del mal se enfrentan y oponen a Jesús y a su anuncio de la presencia del Reino: este Mesías no conviene… Y también es verdad la proposición inversa: uno que se opone a Jesús, que pretende desafiar la autoridad soberana del Mesías y del Reino, solamente puede ser agente o instrumento del mal, “poseso”… tal persona vive despersonalizada y alienada, cautiva de “lo viejo y caduco” ahora clausurado, y pretende impedir por la violencia “la fuerza del Espíritu Santo”, del Dios que se revela, se muestra y convoca al hombre a su Reinado…¿Nos suena la canción?…
Hay una fácil lectura de esta escena evangélica viendo en el “estar poseído” la adhesión incondicional a la institución oficial judía, una adhesión fanática que implica el secuestro de Dios y la intolerancia del dogmatismo: “En el fondo está la oposición entre servicio y dominio: el primero salva, el segundo impide la salvación. El primero es divino, el segundo satánico”… y por eso el espíritu inmundo salió de él, porque no soporta la libertad y la luz gozosa de la realidad de Dios en nuestra vida y prefiere las sombras… “A una imposición que priva de la libertad, Jesús opone un imperativo que la restituye” (J. Mateos-F. Camacho)
La destrucción del poder de Satanás era uno de los signos mesiánicos, y ésa es una consecuencia de la asombrosa autoridad de Jesús. Marcos parece reinterpretar la figura de Satanás haciéndola símbolo del poder opresor, integrándola en la religiosidad oficial intransigente y opresiva que trata al resto del pueblo fiel como a un rebaño dócil y sumiso… el nacionalismo exclusivista del Israel oficial es contrario a la universalidad del Reino de Dios, y Jesús lo desarma sin apelativos, de modo contundente, lo libera de las fuerzas diabólicas que lo tienen preso y cautivo: porque al secuestrar a Dios se hacen esclavos y súbditos de Satanás, poseídos por él…(¿Seguimos cantando?…).
Tan asombrosa es esa autoridad de Jesús, que se la experimenta no como amenaza u opresión, sino como un auténtico regalo; no con temor, sino como una experiencia de libertad y de gozo inexpresable, como una invitación a incorporarse a una realidad que adquiere un color y unas dimensiones antes desconocidas. Es la autoridad de quien atrae con una fuerza extraordinaria y de una forma irremediable, impregnando nuestra vida de algo nuevo al entrar en su radio de acción, en su órbita atrayente, en su campo magnético absorbente…, haciéndonos rebosar de una serenidad desconocida y apacible, y de una dicha inconcebible antes, pero ahora irrenunciable.
No es el poder impositivo de una “autoridad” ajena e imponente, sino la soberanía de alguien cercano e íntimo que derrocha bondad y amor de un modo imperioso e irreprimible, inundando a todos a su alrededor y sumergiéndonos en una profundidad cautivadora que desmonta todas nuestras quimeras y desbarata todas las fuerzas demoníacas que amenazan y atenazan nuestra persona condenándola al conformismo, a la resignación y a la impotencia. Esa autoridad de Jesús nos devuelve a la vida… nos la regala y la colma de horizonte y de sentido con una fuerza incontenible, constituyéndose en una influencia decisiva para poder ser libre, para provocar la ruptura de las cadenas que aprisionan nuestra existencia y adormecen nuestra persona anestesiándola en el tedio y la rutina, y descubriéndole la auténtica posibilidad de, al fin y de verdad, ser libre y vivir en gozo y plenitud.
La única autoridad de Jesús es la de regalarnos su poder frente a todo el miedo y la tiranía social y mundana (también religiosa…) que, de forma opresiva aunque inconsciente, nos posee y nos malogra, para llegar hasta nosotros mismos, hasta nuestra persona y nuestra vida. Una autoridad asombrosa, desconocida hasta entonces pero ahora real y presente. La única autoridad no sólo “llevadera y soportable”, sino querida, deseada y deseable…Ésa sí que es auténtica y genuina música celestial…
Deja tu comentario