LAS LÁMPARAS Y EL ACEITE (Mt 25,1-13)
Sin necesidad de entrar en el ya antiguo debate sobre “historia y evangelios”; y sin tratarse ahora de dudar de la realidad e historicidad de esos documentos centrales de la fe cristiana en cuanto a la atribución de hechos y palabras a Jesús en persona, es bien conocida de todos la imprecisión e indudable “reconstrucción creyente” de tales relatos por parte de los evangelistas y de los anteriores y posteriores transmisores de las tradiciones sobre su vida; relatos ciertos y en principio datables, pero recordados y redactados (o “contados”) de acuerdo a las necesidades y conveniencias tanto de la visión que el evangelista, apóstol o misionero tuviera, como de la propia comunidad de discípulos a la que se dirigía. Se trata, como en toda actividad similar en cualquier terreno de catequesis o de predicación, de pura pedagogía y capacidad didáctica adecuándose a la situación de los oyentes. Ciñéndonos a las parábolas, las propias narraciones tal como las recogen los cuatro evangelios son con frecuencia dispares y no están ni mucho menos exentas de añadidos, incongruencias, moralejas, situaciones incoherentes, etc.; en resumen, de consecuencias buscadas y sugeridas por su “transmisor” y predicador, aplicadas a su intención catequética y propósito edificante de la comunidad cristiana a la que se dirigía, y difiriendo con ello del relato original tal como lo contara personalmente Jesús.
Hoy en día la atribución de todos los hechos y palabras del evangelio a Jesús es más bien ignorancia que simple ingenuidad, y constituye un craso error que implicaría inmadurez y falta de visión cristiana crítica. En resumen, es falso, acrítico e incoherente, atribuir directamente a Jesús la autoría de todos los hechos y palabras (incluidos discursos y parábolas) que los evangelios nos presentan como suyos; incluso en los casos prácticamente seguros y de autoría constatable por la crítica más estricta, su relato y expresión depende por completo de la cadena de sus transmisores o “cronistas”, y no se puede demostrar una literalidad original de Jesús salvo en contadas excepciones.
Dicho esto, la parábola de “Las diez jóvenes” que nos presenta Mateo (al margen de su moraleja, que como dice Senén VIDAL «contrapone dos actitudes ante la espera: la vigilante y cuidadosa, y la despreocupada y descuidada), resulta irritante hasta el punto de resultarme personalmente casi imposible creer que proceda de Jesús. Por un lado el mensaje nuclear de la parábola (la necesidad de “estar siempre en vela”, de considerar nuestra caducidad y nuestro desconocimiento “del día y de la hora”; y, en consecuencia, de estar siempre preparados, listos y bien dispuestos, porque cada uno entrará o no al banquete de bodas según sus propias y libres acciones, sin poder apelar a negociaciones de última hora o a componendas impracticables), es tan claro y evidente que resulta superfluo, pues ya ha aparecido repetidamente en el evangelio y no aporta más novedad que una vergonzosa “controversia sobre el aceite”…
Pero, por otro lado, y referente a esa controversia, ¿es eso lo que vemos que constituye el evangelio y la misma persona de Jesús, cuando llega a perdonar al “buen ladrón”?… A mí me resulta particularmente odiosa la actitud de “las prudentes”, de egoísmo puro, negándose a compartir lo suyo por miedo a perder su puesto en la mesa… No me cabe duda de que la parábola no refleja en absoluto el espíritu y la voluntad del evangelio de Jesús en lo que supone de encarnación de la bondad, la generosidad y el servicio, y la llamada a ser «el último»… (no digamos si pensamos la teología sacrificial y expiatoria de la cruz…); sino que propicia, contradiciendo su propio núcleo, una actitud egoísta, egocéntrica e incapaz de hablar de entrega y de amor al prójimo; es decir, las antípodas de ese evangelio y del propio Maestro…
Además de producirme un profundo desagrado, me resulta inconcebible que esta parábola fuera contada por el propio Jesús; o, en el caso de que fuera enseñanza original suya, que nos haya sido transmitida y haya llegado hasta nosotros en los términos en que Él la pronunciara, sin añadidos “ad casum” o alteraciones intencionadas debido a alguna circunstancia concreta de la comunidad de destino o del incomprensible celo catequético de su transmisor, convertido así más que nunca en deformador y traidor a la noticia real… Porque, aún admitiendo el simple, evidente y escueto mensaje de estar siempre en vela, vigilante y preparado… cabe preguntar: ¿preparado para “salvar la propia vida”?, ¿para eludir la caridad con quien está en dificultades y pasar de largo?… ¿preparado para correr a ponerse el primero en la cola?…
Naturalmente que desde siempre nos hemos esforzado en buscar justificaciones y motivos supuestamente “cristianos” que disculparan la crueldad de las llamadas “prudentes”; pero ese simple hecho de tener que buscar pretextos indica que el mensaje es muy poco cristiano y necesita de artificios que lo retuerzan… Lo dicho: el simple mensaje de la vigilancia es tan claro, evidente y repetitivo, tan simple y tan “pedestre”, que no necesita los detalles que hacen inadmisible y anticristiana la parábola… Bastaba con presentar la imagen de la espera y la llegada tal como ya se expresaba en otra conocida advertencia: “…dichoso el criado a quien su amo encuentre despierto apenas vuelva y llame…”, ¿para qué añadir esa crueldad presentada como prudencia de las previsoras negándose a compartir su aceite por miedo a quedar fuera, condenando con ello a las “necias”, en lugar de ser indulgentes y generosas, caritativas con ellas, arriesgando su vida por amor a sus hermanas?… ¿dónde ha ido a parar el evangelio y la enseñanza de Jesús? Una escena como ésta lo desautoriza y lo proscribe, animando a preocuparnos de “salvarse a sí mismo”, en absoluta contradicción con su advertencia: “…el que quiera salvar su vida, la perderá…”
Al margen de las elucubraciones de exegetas y eruditos acerca de la transmisión de relatos, textos, dichos y tradiciones evangélicas, con la misma legitimidad de quienes aplicaron la supuesta original parábola a su auditorio añadiendo ese detalle antievangélico, me voy a atrever a imaginar la única posible parábola al respecto que pudo contar Jesús:
“… las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, porque se nos apagan las lámparas’. Entonces dijeron las prudentes: ‘Mejor, vamos a intercambiarlas. Quedaos vosotras con las nuestras porque tal vez no encontréis dónde comprarlo. Dadnos las vuestras y seremos nosotras las que iremos a comprarlo’. Intercambiaron pues sus lámparas, y las prudentes se encaminaron a la tienda con las lámparas casi apagadas de las necias. Pero después de que se marcharan llegó el esposo, y las necias que estaban con las lámparas dispuestas de las prudentes entraron al banquete, cerrándose luego la puerta. Cuando llegaron las prudentes llamaron a la puerta, y el esposo les preguntó: ‘¿cómo no estabais preparadas esperándome?’. Ellas quedaron confundidas y le preguntaron: ‘¿han logrado entrar las otras?’. Les dijo el esposo: ‘Sí, ellas estaban con las lámparas encendidas’. Entonces las cinco prudentes se miraron con satisfacción y alegría, y su rostro sereno y feliz era de tal belleza, que el esposo comprendió lo que había pasado y les dijo: ‘Pasad y ocupad un puesto a mi lado, porque os digo que la bondad no puede nunca ocultarse y la misericordia es el pasaporte del gozo eterno.’
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