TRAJE NUPCIAL (Mt 22, 1-14)
“Llevar el vestido de boda” parece ser para Mateo una cuestión determinante. Es curioso que ese Rey no repare ni le importe llenar la sala de su banquete de toda clase de invitados, sentando acogedoramente a su mesa “a buenos y malos”; y, sin embargo, rechace contundente e inexcusablemente a quien no llevaba el traje solemne requerido (dicen que no era raro que el propio traje se ofreciera a los invitados; en todo caso, para Mateo no se trata de que el pobre haya de “comprarse un traje”, sino como es evidente, de dignidad y de saber dónde está…) ¿Acaso se trata de “apariencias”, protocolos y fachada exterior; por encima de la realidad interior y los verdaderos sentimientos que pueden ser disimulados y encubiertos hipócritamente con un ropaje externo y solemne, al objeto de engañar y confundir?…
No es eso, evidentemente, lo que pretende esta parábola plagada de incongruencias y despropósitos. Su incoherente relato no busca ni le importa ajustarse a la lógica y los procedimientos normales y más o menos comprensibles; sino que hila, como cualquier parábola, situaciones y hechos incomprensibles y absurdos sin más cuidado, para acentuar y resaltar lo que late en ella como mensaje y enseñanza importante: no se asiste a una invitación real con la despreocupación, la indolencia y la inconsciencia del que acude a la barra de un bar o entra a un lugar que le pilla de paso “porque no tiene nada mejor que hacer” y le es indiferente un sitio u otro, unos “colegas” que otros… o quien, simplemente, se deja llevar inconsciente y neciamente por una multitud (bien encaminada o interesadamente aborregada) y dirige sus pasos uniéndose a esa corriente que le arrastra, sin que ello obedezca a una decisión realmente voluntaria y comprometida…
Aceptar la invitación, independientemente de la trayectoria de nuestra vida que nos haga más o menos merecedores de ella, es fundamentalmente agradecer la confianza y consideración conmigo; precisamente con mayor motivo de gratitud y de alegría si es completamente inesperada y absolutamente gratuita dados nuestros antecedentes… y supera con creces mis méritos, mi valía y mi miserable persona. No digamos, si además no tiene en cuenta mis deficiencias y mi maldad, y es pura generosidad y benevolencia, y no arguye desde las relaciones y protocolos de clases sociales, de favores a cuenta, o de balances personales de “Debe y Haber”…
Hay una convocatoria de Dios, desde lo más profundo de la vida y del misterio, de la que nadie está excluido: está dirigida personalmente a cada uno de nosotros, contando incluso con los defectos y la maldad que nos acompaña… Y esa convocatoria es una invitación que siempre puede rechazarse a causa de nuestro egocentrismo (todas las excusas tienen que ver con el privilegio a mí mismo y la minusvaloración del otro).
Pero cuando se acepta con alegría y agradecimiento no se puede menospreciar o tratar con negligencia; sino todo lo contrario: saberla apreciar en lo que es y a dónde nos dirige. Porque se nos propone acudir a lo insospechado, ser comensales de una real boda, gozar del privilegio de los amigos, de la suerte de los escogidos… lo que no tiene precio ni puede comprarse; pero lo que hay que saber y querer celebrar aceptando vestirse adecuadamente… es decir, haciendo patente nuestra honradez y nuestro reconocimiento. El traje para esa fiesta ni es de tela ni lo cose el sastre… nos viene regalado con la misma invitación…
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