MANSEDUMBRE (Mt 21, 33-43

MANSEDUMBRE (Mt 21, 33-43)

Mansedumbre. Delicadeza. Ternura. Cuando hablamos de “compromiso”, de “evangelizar”, de “dar frutos”, pocas veces se nos presenta como primera idea y como principal actitud la de esa supuesta “pasividad” que encierran estas tres palabra; las cuales, sin embargo, constituyen el auténtico motor, el verdadero “corazón” capaz de bombear sangre de vida divina a nuestras acciones y a nuestra vida entera. Acuden a nuestra cabeza y se nos amontonan pensamientos e imágenes de actividad y valentía, de dinamismo ejemplar comprometido hasta la médula e inasequible al desaliento; contemplamos la intrepidez y arrojo de un apóstol incansable, asumiendo riesgos al recorrer el mundo y acudir a los lugares mas recónditos y lejanos sin temor a perder la vida “en campaña”, sin echar raíces en parte alguna, predicando a tiempo y a destiempo; acuden a nuestra reflexión imágenes de penalidades sin fin y de una disponibilidad “misionera” cuyas incertidumbres y peligros no son capaces de detener al discípulo; nos embarga el entusiasmo de todos aquéllos que se olvidan de sí mismos para dejarse guiar “por la fuerza del espíritu” (muchas veces sin discernir siquiera de qué espíritu se trata…). En resumen: voluntad decidida, arrojo y activismo a ultranza…

¿Y si nos paráramos a reflexionar sobre una parábola cuya única enseñanza (al margen de la evidente, provocadora y descarada alegoría, directamente dirigida por Jesús “a los letrados, escribas y maestros”), es la de que se nos ha encargado no marchar a territorios lejanos, donde la misma muerte resulta gratificante desde la perspectiva de una fe activista; sino, simple y llanamente, cuidar la viña para que dé fruto. Y después de tratarla con cariño practicando en ella nuestra delicadeza y nuestra ternura, felices y contentos al recoger sus frutos, presentárselos con entusiasmo, agradecidos y dichosos, al propietario, con el cariño y la mansedumbre, la dulzura, de quienes se hacen dignos de su confianza y su bondad y se sienten queridos y privilegiados de ser tratados como hijos?

Porque de eso nos habla prioritariamente Jesús, mucho más que de las repercusiones y consecuencias negativas o condenatorias que implican las imaginarias escenas que nos llaman siempre la atención y concentran nuestra mirada, pero que en la trayectoria de la vida y el evangelio suyo son sólo el reverso de su mensaje, y cuyo “realismo” solamente se hace posible a causa de nuestro egoísmo y de nuestras miserias humanas… Se trata en primer lugar de una invitación, convocatoria y advertencia a la vez, a considerar el por qué y el para qué de nuestra vida; de una llamada a adquirir conciencia y ser conscientes de ese quién originario y fundante, benévolo, “creador de vida” y “dador de horizonte de esperanza”; y así despertar y estimular el deseo de expresar nuestro agradecimiento y nuestro gozo al experimentar la vida como regalo, pero como regalo que implica una “tarea productiva”: extender esa misma vida fuera de nosotros mismos a todo lo que encontremos y toquemos… actuar como simples “administradores” de una fuerza y un impulso enriquecedor e iluminador sin estridencias ni parafernalias, sin voluntarismos activistas ni pasividades cómplices, con sencillez y dulzura, como testigos activos de la mansedumbre, la delicadeza y la ternura…

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