CUIDAR A MI HERMANA, CUIDAR A MI HERMANO (Mt 20, 1-16)
No. No queremos cuidar a quien está a nuestro lado, ni a quien encontramos en nuestro camino. Sí, es cierto que nos negamos a cuidarlo, a tratarlo con delicadeza y ternura, porque el rumbo de nuestra vida no está marcado por la confianza, el cariño y la dulzura, sino por el recelo, la codicia y el temor. Como no estamos dispuestos a asumir riesgos, no queremos suponer la bondad en las personas de nuestro alrededor, sino sólo competencia y rivalidad, cuando no hostilidad o suposición de malas intenciones. Pero no es cuestión de maldad; sino, como solemos decir, de acechar las oportunidades, de estar alerta porque las ocasiones hay que aprovecharlas y hay muchos candidatos, de ser espabilados para no perder la ocasión y estar los primeros… Y por eso reclamamos, sin buscar ni mucho menos el perjuicio de nadie, ni querer el sufrimiento de nuestra hermana ni de nuestro hermano, simplemente “justicia e igualdad para todos y en todo”…
Y después, como muestra palpable de nuestras buenas intenciones y de nuestra generosidad, seremos capaces de ayudar a quien está en dificultades; y, desde nuestra abundancia y nuestra seguridad justamente adquiridas, socorrer al débil y al necesitado. ¡Lejos de nosotros negar la caridad! Hay que ser solidarios y dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo y enterrar a los muertos… ofrecer una limosna (casi siempre con sospechas), o conceder un subsidio al parado…
Como siempre ocurre con Jesús, con su vida y con sus palabras, no es tanto el contenido de lo que hace y dice como el modo de decirlo y hacerlo, lo que nos resulta con frecuencia sorprendente e incluso indignante. No es tanto el mensaje de la parábola y su apelación a la generosidad y a la bondad, sino la evidente provocación, el descaro con que Él le da un tinte de injusticia a la bondad… ¿Por qué tiene que empezar a pagar por los últimos a la vista de todos y crear justas y razonables expectativas en los primeros?…
Respetando la dinámica de la parábola podríamos perfectamente suponer que (precisamente por no ser tiempos de sindicatos, fondos colectivos, prestaciones de desempleo o reivindicaciones laborales), los afortunados viñadores contratados, al volver con su salario y apercibirse de que algunos compañeros no habían podido ganar el pan del día, se mostrarían solidarios y generosos, y compartirían unos céntimos que permitirían sobrevivir a esas familias.
O podríamos proponer otra ”variante” a la parábola: el propietario, sin ponerlo en relación con el trabajo realizado (porque en definitiva es él quien hace de los compañeros rivales al no respetar la proporcionalidad…), es un hombre sensible y caritativo que a los “parados” los beneficia con una limosna, ya que además de ir a misa está suscrito a cáritas parroquial… Los afortunados que han encontrado trabajo se mostrarán incluso orgullosos de trabajar para este buen propietario o empresario, que además de proporcionar trabajo atiende a los desgraciados que no lo encuentran, dándoles con ello ánimo para no temer el porvenir de un posible paro…
Creo perfectamente justificado pensar que la parábola hubiera tenido otra lectura con el simple cambio “lógico” de que el propietario hubiera comenzado por pagar a los primeros y no a los últimos, ya que “es justo” que vuelvan antes a casa que los otros… de esa manera no se habrían enterado de lo recibido por sus compañeros “de la última hora” y hubieran desaparecido las protestas… o incluso podríamos suponer que si estaban presentes y se mostraran sorprendidos por el pago del jornal completo, al margen de alguna murmuración y del desagrado inicial, se mostrarían de acuerdo con “la injusticia” que permite seguir viviendo dignamente a quienes podrían ser ellos mismos otro día…
Y, otra variante edificante, ¿por qué no concluir diciendo que tras pagar a los de las primeras horas, el mismo propietario pregunta a los trabajadores si les parece bien compadecerse de los últimos “parados”, y ellos mismos le piden que les dé todo el jornal, intercediendo por sus compañeros, pues sus familias dependen de ellos? No es algo, ni mucho menos, impensable. El problema lo crean las expectativas generadas por ser los últimos en cobrar… No se trata de la generosidad, sino de provocación, de ese tinte de injusticia…
No es algo tan sorprendente: aceptamos y aplaudimos la limosna, que nos hace superiores y parece hacer a los demás dependientes de nosotros; pero no asumimos que la solidaridad y la fraternidad deben ser origen incondicional y desinteresado de bondad, generadoras de vida en esa diversidad que nos hace desiguales en “méritos”, pero hermanos en humanidad… “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”…
¿Qué es “lo humano”? ¿La eficacia, la productividad, una sociedad muy bien regulada, programada y ajustada? ¿O el cariño, la delicadeza y la ternura? ¿Nuestra “justicia” y un orden social de rivalidad y desconfianza? ¿O la misericordia y la bondad?…
La parábola contada con cualquier otra de las posibles variantes sería una excelente lección moral, y ya iría más allá de la famosa “regla de oro” universalmente elogiada…
Pero Jesús no es un moralista, Jesús es un provocador… Por eso es Dios…
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