“ALGO MÁS” QUE LO “SIMPLEMENTE HUMANO” (Mt 14, 22-33)
Sea lo que fuere en realidad aquello que de sorprendente, impactante y milagroso tuviera la escena de la “aparición fantasmal” de Jesús en la barca para calmar la tormenta, y sin querer detenernos en elucubraciones acerca de la capacidad del cuerpo de Pedro para flotar (no logro hacerme a la idea de que fuera cierto que caminara sobre el agua, si no es haciendo esquí acuático antes de que ése se convirtiera en deporte… ni tampoco puedo asimilar que Jesús anduviera “jugando al escondite” con sus discípulos…); como ocurre en tantos otros de los grandes sucesos narrados por los evangelistas, aquí subyace algo mucho más rico en contenido: una experiencia profunda y decisiva, completamente insospechada y sorprendente, que los marcó hasta el punto de convertirse en motivo de confesión de fe en Él y en jalón imprescindible en el itinerario de sus vidas.
Es evidente lo que en esta escena evangélica nos quiere presentar Mateo de un modo que podríamos calificar de “apabullante”, completamente indiscutible y contundente para él. Se trata, por encima de todo, de la profundidad inaudita e inexplicable del misterio y el interrogante que envuelven, más aún que constituyen y otorgan su identidad personal a ese Jesús incomprensible, cuya personalidad y cuya vida trastornan todos los esquemas conocidos e imaginables. Si para cualquier persona, la conciencia de su identidad y de un plus que la sitúa por encima de la mera biología y de la realidad palpable y comprensible, es una puerta siempre abierta hacia el misterio y el enigma apasionante de la vida, y, en consecuencia, una fuente inagotable de interrogantes y de cuestiones insolubles si no queremos prescindir de lo genuinamente “humano”: del amor y la esperanza, del impulso indefinible de eternidad y de horizonte “asintótico” que nos motiva e infunde en la dinámica de lo material y caduco que nos constituye una ilusión y un entusiasmo indefinible y desbordante, un tinte de todo eso que a falta de referencias nombramos como “divino”; y si cada persona con la que llegamos a descubrir rasgos y lazos de fraternidad y de cariño, de voluntaria y libre “dependencia y necesidad”, implica una actualización y concreción de esos interrogantes radicales y profundos; en el caso de Jesús, nuestro “asomarnos a su vida”, como nuestro “dejarnos sorprender por su persona”, alcanza cotas absolutamente desbordantes y que incluso trascienden lo más recóndito y enigmático de lo genuinamente humano. El misterio inasible de cualquier prójimo al que nos acerquemos, más aún si lo hacemos desde la bondad, el cariño y la ternura, es asumible desde la asunción profunda de nuestra naturaleza humana; pero el misterio de la persona de Jesús supera y desborda incluso ese horizonte “confuso y difuminado”, y únicamente podemos referirlo a “lo divino”, al mismo Dios, a “la asíntota” hacia la que nos encaminamos… nosotros estamos en el límite, Él lo supera desde el infinito… está en el más allá… es el “más allá”… Por eso, cuando nos pilla desprevenidos, lo confundimos con un fantasma…
Pero en cuanto reconocemos su verdadera e inexplicable trascendencia, su verdadero plus sobre lo más misterioso y enigmático de lo humano, nos apercibimos inmediatamente de su constante y voluntaria presencia, perfectamente experimentable en su desafío a nuestra impotencia, y desde una plenitud constatable en medio de nuestra fragilidad inevitable (¡siempre nos hundiremos si caminamos sobre el agua!…). Él, desde su increíble “más allá” que le confiere su identidad está siempre en el aquí y ahora de mi vida, incansablemente a mi lado, aunque con frecuencia mis ojos estén velados para reconocerlo y me crea abandonado. No es un fantasma temible que me asusta y acobarda, sino muy al contrario, el incondicional y fiel amigo que me muestra incansablemente su delicadeza y su cariño, su disponibilidad y su mano confiada y atenta, comportándose conmigo con total condescendencia, paciencia y simpatía.
Hemos de tener la humildad y a la vez el coraje de reconocer la inaccesibilidad de Jesús junto a su silencioso y respetuoso acompañamiento y acogida de nuestra limitada y miserable (por la trama de debilidad y miedo de que está impregnada) persona, para concluir de ahí la riqueza y las posibilidades y expectativas a las que nos convoca la vida.
La conclusión inevitable: solamente “salvaremos” nuestra persona y nuestra vida (la salvará nuestra libertad al asumirlo), si dejamos aparte el miedo paralizador y el estéril orgullo y deseo de protagonismo y de dominio, abriendo los ojos a Aquél que está siempre presente, y que jamás nos amenaza como un espectro aterrador, sino que nos toma suavemente de la mano para conducir nuestros pasos y regalarnos la fuerza y la audacia, así como el entusiasmo y la bondad, que constituyen su misterio.
En Jesús hay “algo más”, mucho más, de lo meramente humano: a todo ese “más” nos convoca y nos conduce para que no nos conformemos con ser simplemente “terrenos”, torpemente humanos…
Ultima reflexión tuya en la “lejanía cercana”. Gracias por estas palabras de aliento, esperanza y cercanía de este Jesús amigo, hermano, espíritu vivificador de nuestras vidas y compañero inseparable en nuestro camino.
Leyendo este último comentario tuyo recobro el aliento y lo siento, como tú dices, conducir mis pasos, llevarme suavemente de su mano, darme fuerza y sobre todo entusiasmo.