CORPUS CHRISTI: EXCESO Y COMUNIÓN
Cuando hablamos del “cuerpo de Cristo” y del sacramento de la Eucaristía, lo esencial y realmente importante; y, más que importante, decisivo para nuestra fe cristiana y nuestra comunión, constitutiva del discipulado de Jesús, lo sabemos de sobra, ni es su carácter de “adoración eucarística”, ni viene reflejado en el tan vistoso y excesivo barroquismo de su culto solemne en las fiestas del Corpus. La Última Cena de Jesús no convoca a sus comensales herederos a la “Exposición” y reverencia, sino a comer el pan consagrado después de lavarnos los pies unos a otros; y no reserva para la ocasión una lujosa custodia de orfebrería, sino la simple copa festiva y el pan cotidiano.
Sólo telegráficamente quiero apuntar a lo genuinamente sacramental y cristiano, lejos del folclore y el aire carnavalesco, con unas frases concisas que intentan concentrar casi todo.
– La Última Cena de Jesús y su eucaristía, memorial sacramental, se inscriben en la vida de comensalidad abierta, que implica esa comunión humana profunda y esa entrega incondicional de su vida, culminante como gesto inconfundible y provocador en el lavatorio de los pies, tan sacramental y constitutivo de la propia cena de despedida como la bendición del pan y el vino. Por voluntad de Jesús, no tiene sentido lo uno sin lo otro
.- El carácter sacramental del pan y el vino, y su vinculación (en ese sentido pretendido por Jesús), con su cuerpo y su sangre, de ningún modo se refiere ni significa la “conversión” de esos alimentos en “sustancia corporal”, ni la “identificación” de esas “especies” con su propia persona física, material, transformando milagrosamente átomos y moléculas en células y elementos vivos. Eso es tan evidente e incontestable, que toda una mística deformada, y que ha tergiversado burdamente la propia realidad sacramental cristiana, debe rectificar su discurso materialista, y sin caer en el otro extremo de una mística desencarnada, recuperar la profundidad de la fracción del pan desde la comunidad militante y la comunión profunda, exigente y vinculante
.- El aspecto de “adoración solemne”, de Hora Santa, sólo cobra sentido evangélico y matiz realmente cristiano, cuando está injertado en esa vinculación comunitaria y decisiva del seguimiento, en horizonte de servicio y entrega generosa, y en enriquecimiento mutuo, desde la consideración sincera e ineludible de la necesidad de los demás para ser fieles al discipulado. Es, simplemente, oración y encuentro de la comunidad fraterna local.
En otras palabras: la celebración pública y el fomento del culto solemne al Santísimo no puede nunca constituir un objetivo en sí mismo, ni resulta en absoluto “obligatorio”, ni muchas veces incluso “conveniente”; y desde luego, no forma parte del núcleo de la fe, de la devoción y la liturgia; ni tampoco tiene por qué marcar la identidad, la devoción y el comportamiento sano y reverente del cristiano individual ni de la comunidad activa.
El profundo sentido sacramental de la celebración de la Eucaristía y su inherente carácter de elemento imprescindible y vínculo inexcusable de la comunión con el misterio de Dios en Cristo y con la comunidad discipular que constituye la iglesia local, convierte la fracción del pany su culminación en el gesto de comulgar, es decir: comerlo una vez consagrado, en el sacramento vinculante identificativo, y no en ritual sagrado sacrificial; y el gesto de comer el pan, como el de beber el vino, cuya única razón de no practicarse normalmente es simplemente de comodidad e higiene, forman parte constitutiva de su celebración, con la misma naturalidad con la que se consumieron en la Cena fraterna de Jesús, y sin tener por qué acentuar ni sobredimensionar una perspectiva “solemne”, “mística” o, menos aún, “mágica”…
No me extiendo más porque hace sólo un par de meses publiqué en este mismo blog un texto al respecto bastante extenso con el título de “Deformado e irreconocible”, en dos partes (fácil de encontrar en la Categoría Reflexión actualidad”). Quien quiera más detalles puede consultarlo.
En resumen, habría simplemente que decir, que el lugar central de la eucaristía como síntesis y herencia de Jesús y su evangelio y como identidad de la comunidad de discípulos, llevó a lo largo de la historia a una devoción y reverencia que en el contexto de controversias y divisiones logró expresión solemne y mágico-religiosa de modo ostentoso y público, conduciendo hasta nuestra actual “tradicional” exuberancia de procesiones del Corpus y de culto eucarístico.
El hecho fundamental, el quicio de tanto exceso, es la profundidad de un sacramento, de una despedida, de una comunión fraterna como regalo, como legado y como herencia; como auténtico y solemne por su sencillez, compromiso de servicio silencioso. Es decir, lo contrario de la exhibición y el espectáculo…
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