Yo soy el hombre que ha probado el dolor
bajo la vara de su cólera,
porque me ha llevado y conducido,
no a la luz, a las tinieblas…
Me ha destrozado los dientes con guijas,
me ha revolcado en el polvo;
me han arrancado la paz,
y ni me acuerdo de la dicha;
me digo: “Se me acabaron las fuerzas
y mi esperanza en el Señor”.
Recuerda mi aflicción y mi amargura,
la hiel que me envenena;
yo no hago más que recordarlo,
y me siento abatido.
Pero hay algo que traigo a la memoria
y me da esperanza:
que la lealtad del Señor no termina
y no se acaba su compasión;
antes bien, se renuevan cada mañana:
¡qué grande es tu fidelidad!
“El Señor es mi lote”, me digo,
y espero en Él.
El Señor es bueno para los que en él esperan
y lo buscan;
es bueno esperar en silencio
la salvación del Señor…
Lam 3, 1-26
Deja tu comentario