FRAGMENTOS DE UN ESCÉPTICO
“Variaciones sobre un mismo tema”
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La llamada “reevangelización” no puede consistir en una campaña institucional o un programa al que sumarse, centralizado, burocratizado y siempre preso del visto bueno “oficial”, incorporación al organigrama establecido y estipulación de niveles, grados y cursos a emprender, o bendiciones y refrendos de la autoridad para su reconocimiento solemne. Es el simple hecho de animar a revitalizar el carácter sacramental y testimonial ligado a toda comunidad “reunida en su nombre”, y en la que Él se hace presente según su promesa. Y eso lo debe asumir, canalizar y actualizar la propia comunidad con sus “materiales” propios, los elaborados por ella misma y en sus circunstancias concretas. Y solamente para hacer posible eso: el que cada comunidad pueda elaborar sus propios materiales integrándolos en su peculiar dinámica de vida evangélica comprometida y testimonial, se pueden ofrecer como ilustración y orientación, como posibilidad de enriquecimiento y de incorporación de la dimensión universal de la fe y de la Iglesia, otros materiales, iniciativas o programas más genéricos; sin ninguna pretensión de obligatoriedad o rigidez, y sin necesidad ninguna de tenerlos que adoptar y asumir forzosamente como expresión única o uniforme de actividad eclesial y de compromiso reconocido. Tal vez se objete que ésa es precisamente la pretensión de toda propuesta hecha desde la institución, pero todos sabemos que tanto desde “el centro” como desde las parroquias no es eso lo que normalmente prevalece y se fomenta, sino un casi ciego mimetismo y generalización de un mismo modelo.
Asumimos sin ningún atisbo de duda que ese carácter de “comunión en Cristo” lo asegura y refrenda el que la comunidad parroquial esté presidida por uno de sus miembros como pastor, presidente o animador, “ordenado” eclesialmente, que es elemento de vinculación, así como signo de unidad y universalidad espacio-temporal; el cual, sin embargo, nunca es una autoridad impositiva o una jerarquía de poder sagrado (la única justificación de organización en la Iglesia es “para mejor servir”), un embajador del gobierno central (¿qué gobierno?), o un celoso inspector (el evangelio no es cuestión de policía)… esa dinámica de comunidad “presidida” la hace iglesia local, integrándola en la red de la Iglesia universal. En otras palabras, es la comunidad cristiana concreta la que posee en nombre y por presencia de Cristo, auténtico carácter sacramental, vincula y convoca a la dinámica del anuncio y vida del evangelio y del Reino…
Ya está bien, pues, de pretender tener “hilo directo” con Dios, de jerarquías descendidas del cielo o establecidas “por mandato divino”, de querer monopolizar la interpretación de una supuesta Tradición revelada a unos pocos… ¿no percibimos que ese modo de pensar es un calco de la estructura religiosa desenmascarada y desautorizada por el mismo Jesús en persona?: arrogarse el exclusivismo, llamándolo infalibilidad (la infalibilidad de la Ley que condena irremediablemente a Jesús), y exigir obediencia imponiendo uniformidad salvo en lo anecdótico o folclórico, amenazando con maldiciones eternas…
¿Por qué callar los interrogantes, los errores y las dudas, si son lo único que permite hacer crecer y madurar la fe y el compromiso fraterno cuando se plantean con honradez y sinceridad, y se busca el enriquecimiento y la luz que necesitamos del prójimo precisamente porque sabemos y queremos que sólo es posible la comunión cuando nos reconocemos insuficientes y gozamos de que nuestras hermanos nos ayuden a iluminar mejor nuestro camino?
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