CONVERSACIÓN EN EL CONGO: ¿Bautizar o evangelizar?

¿BAUTIZAR O EVANGELIZAR?      (Conversación en el Congo)

En una conversación amistosa, informal pero profunda, con un grupo de profesores de teología congoleños;analizando los todavía encarnizados enfrentamientos en amplias zonas del país, así como la historia reciente y todavía inconclusa de algún país vecino, porque los sometimientos forzosos y regímenes revanchistas con estados policiales eternizan los odios, aunque se oculten o silencien, y los rivales se convierten en irreconciliables debido a las represalias y medias verdades; surgió como trasfondo la cuestión respecto a las dudosa cristianización y supuesta evangelización de los tiempos coloniales.

Es sabido, porque se mostró bien patente especialmente tras el genocidio rwandés de 1994, que las masacres tribales y su voluntad de exterminio, en estas latitudes como en otras, han tenido como protagonistas pueblos y culturas a las que el esfuerzo, muchas veces heroico, de numerosos misioneros había supuestamente evangelizado e integrado en la comunidad cristiana (Iglesia católica, anglicana, o confesiones protestantes) de un modo casi total; y, de hecho, todavía hoy decimos que de esas “iglesias jóvenes” surge el mayor número de cristianos y que constituyen “el futuro de la Iglesia”; cuestión, por otro lado, que bien valdría la pena tratar, discutir y discernir con verdadero espíritu crítico y con lucidez, ya que me parece completamente engañosa…

El hecho es que, para decirlo bruscamente, los genocidas fueron cristianos confesados y que la semilla del evangelio en ellos no había llegado, por tanto, a convertirlos en los paulinos “hombres nuevos”, cuya vida fuera imagen viva de Cristo, ocasión de misericordia y reducto de perdón y de paz, incluso al precio, si es preciso, de la propia vida. Es cierto, y no puede ni debe ocultarse, ni se es justo y conciliador cuando se calla, se oculta o se silencia, que hubo numerosos ejemplos de auténtico martirio, de negativa (al precio de la propia vida) a denunciar o actuar contra “los otros”, y de ocultar y salvar a los perseguidos, incluso preferir ser masacrado con ellos antes que ser cómplices en la ejecución o la denuncia. Hubo también, como suele ocurrir en tales casos extremos, auténtica santidad en medio de la degeneración humana y cristiana, y de la irrupción de la maldad y la catástrofe.

Pero el hecho es que la aparente y masiva conversión de pueblos, tribus y culturas al cristianismo, al menos en determinados casos, muy numerosos y nada raros en nuestra tormentosa historia, no ha supuesto renunciar a pretensiones, hegemonías, reivindicación de privilegios y ventajas, o simple hostilidad frente a quien se tiene por rival o, simplemente, “distinto”. Y eso ha ocurrido en Europa, en América, en Asia y en África; es decir sin excepción…

Es a partir de ahí que la tertulia “teológica” derivó a una reflexión sobre la intolerable confusión entre “administración de sacramentos” y “militancia o compromiso cristiano”, confusión favorecida por una mentalidad de conquista, de invasión o de anexión (no hay que olvidar que el bautismo iba unido a la colonización…). Era una mentalidad que sólo buscaba engrosar el colectivo institucional, extender el dominio, cristianizar los ritos autóctonos; y convertía en señal y prueba de identidad precisamente lo externo, lo visible, lo social y protocolario, cuya importancia en la vida de la colectividad y de la cultura propia es innegable, pero que no afecta a la profundidad de la persona ni supone un “modo de vida” testimonial y acorde al evangelio. En la vida de los así bautizados (“convertidos” decíamos con satisfacción y orgullo…) nada de hecho había cambiado, salvo que las letras de sus canciones hablaban ahora de Jesús y de la Iglesia, y los cánticos, ritmos y danzas se hacían ahora en el templo, y como homenaje al Dios cristiano… pero la mentalidad mágica y supersticiosa, sin renegar en absoluto de la hechicería y del mundo de “lo oculto”, quedaba subsumida en una confusa religiosidad de milagros, santos intercesores, amenazas divinas y escrúpulos, pecado y castigo…

Por otro lado, sus medios de vida, sus lazos familiares y comunales o tribales, toda su estructura social y su vinculación como personas a la sociedad y a la historia, al mundo y al futuro, al no poderla cambiar, ya que permanecen en la precariedad de sus medios de vida y en la periferia desestructurada del orden económico-social internacional, ajenos al desarrollo y bienestar de su propio país ahora explotado; les hacen quedar anclados en su reducido horizonte, ya que su Bautismo ritual no ha sido acompañado de una integración paralela en el mundo occidental de los colonizadores… ¿cómo cambiar de mentalidad sin cambiar la forma de vida? Cuando la única supervivencia posible es la tradicional, la tribal, el Bautismo difícilmente puede cambiar nada… si no se me ofrece oxígeno, se me hará imposible vivir sin escafandra…

Además, el arraigo y anclaje de la persona como integridad en las tradiciones y prejuicios de su comunidad de origen, ni desaparece por mero voluntarismo, ni tampoco es humano (¡ni cristiano!) pretender extirparlo; muy al contrario, es signo, y hay que hacerlo causa, de enriquecimiento, de necesidad del otro, y es una gran responsabilidad el preservarlo. Pero eso está muy lejos de considerar que evangelizar es poner un simple barniz “cristiano” a una vida que permanece, en sus instancias básicas y determinantes, casi del todo inalterada.

Resumiendo de alguna manera lo que de lo contrario podría parecer elucubraciones caprichosas o divagaciones extemporáneas sin ningún objeto, el referirme a esta conversación en latitudes lejanas tiene un único motivo: si evangelizar no puede ni debe confundirse con tener prisa en bautizar cuanto antes el mayor número posible de personas, sino en mostrar con paciencia  y riesgo, y con cariño, una forma de vida alternativa vinculada a la persona de Jesús (de lo contrario ya vemos las consecuencias…); ¿por qué parecemos convencidos de que re-evangelizar sea volver a poner barniz y repintar lo descascarillado para rebautizar otra vez a multitudes, en lugar de renunciar de una vez a una vida aburguesada, y mostrar con audacia y con una auténtica vida de comunión y compromiso la realidad de lo que el evangelio aporta a la persona y a la vida, cuya manifestación está tan lejos de nuestra palabras? ¿acaso ser discípulos de Jesús y “vivir a su manera”, se ha convertido en una simple defensa del patrimonio institucional (y no sólo del patrimonio cultural e histórico, sino sobre todo del otro…), o en una pretensión de reconocimiento público como quien busca agradecimientos y medallas?…¿se trata sólo de volver a llenar nuestros templos vacíos, ver colas en los confesionarios, o que todos los viandantes vuelvan a besar la mano a los clérigos invadiendo de nuevo de sotanas nuestras calles?… afortunadamente tal cosa resulta imposible, pero lo que sigue reclamándonos el evangelio es que nos decidamos a vivir como discípulos, y no a reivindicar reconocimientos y derechos, y a prorrumpir todos los días en lamentos… Entrar en los mercados de la propaganda y el marketing, hacer el propio elogio de nuestra ejemplar doctrina y de méritos pasados,  editar catecismos nuevos o lanzar campañas y mover masas supuestamente cristianizadas; así como volver a engrosar nuestros libros sacramentales, suele tener pocas consecuencias cristianas… Y, por encima de todo, tiene poco que ver con Jesús y su evangelio…

Por eso, desgraciadamente, se nos plantea justamente el peor de los interrogantes, que ya dio que pensar en el siglo XVI a Alfonso de Valdés y los círculos afines, pero que con todos los respetos y salvando todas las distancias he oído (supongo que como muchas otras persona) más de una vez y me duele no poder callar: “Pero, ¿es que los obispos creen en el evangelio?” “¿Acaso no han comprado, de una u otra forma, su obispado?”…Naturalmente que se admite la presunción de inocencia, queno se refiere a nadie en concreto, y que puede considerarse como mera pregunta retórica, pero el simpe hecho de plantearse la pregunta da que pensar; y, a pesar de que aquellos tiempos están ya muy distantes, la Tradición sigue siendo, dicen, un pilar de la Iglesia…

Por |2020-02-17T12:41:48+01:00febrero 17th, 2020|Artículos, General, Reflexión actualidad|2 Comentarios

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