CORREGIR LA DESMESURA (Mt 1, 18-24)

Cuando se acerca la Navidad, y con la santa pretensión de celebrar ese misterio desconcertante y siempre actual de la locura divina, que se nos acerca y hace accesible en Jesús como el Mesías, el Cristo, siempre detenemos nuestra mirada en María, la portadora de un modo “directo” de esa Buena Noticia. Mateo en su evangelio, tras la escueta referencia al hecho de que “resultó que antes de vivir juntos ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo”; comienza, sin embargo, con José…

Desgraciadamente, y con todos los agravantes de una manifiesta y voluntaria culpabilidad institucional, al hablar y presentar la figura de María como decisiva en la vida cristiana, dada su peculiar “misión” como madre de Jesús, hemos convertido en circo y “juego de muñecas” una realidad personal tan profunda y rica, que nos hacemos culpables de banalidad y de tibieza, de falsa religiosidad, e incluso si se me apura, de auténtica irreverencia y falsedad bajo populismo fácil de emociones histéricas contagiosas y de espectáculos en ocasiones histriónicos.

Por eso, aunque parece que no se pueda decir en voz alta, he de confesar que me entristece y me hastía el modo en que hemos propiciado el considerar a María como persona relevante e insustituible en nuestra fe cristiana: de su modestia hemos hecho ostentación; de su humildad desmesura; y de su silencio respetuoso alarido y provocación fanfarrona. Tal vez algún día habrá que rendir cuentas de ese escándalo, asumiendo la responsabilidad de cada uno en la propagación y estímulo de tantas fábulas, mitologías y relatos legendarios, absurdas fantasías dignas de cuentos de hadas, y pueriles e inconsistentes ingenuidades que han conducido al pueblo cristiano por las sendas del infantilismo, la insensatez y la huida de los reales desafíos de nuestra fe, bajo pretexto de una engañosa piedad interesada…

Pido disculpas de antemano a quien pueda sentirse ofendido, pero sírvame lo anterior como “descargo de conciencia” ante la profusión de exageraciones y proclamas desmedidas, devociones poco recomendables, entusiasmos por pretendidas “apariciones”, llamadas a campañas y “cruzadas” propias de tiempos medievales, e incluso comercio en todos los rincones y santuarios: ofrendas, cirios, peregrinaciones y viajes, imágenes, “mantos” y joyas, ajuares de lujo para la humilde nazarena… De momento sólo pretendo hacer constar mi absoluto distanciamiento y rechazo y mi “desidentificación” con lo referido; algún día habría que hacer su análisis en detalle… Ahora, vayamos con Mateo.

El comienzo del evangelio de Mateo es, por el contrario, un buen antídoto contra la desmesura, a pesar de su fantasía y sus cuestionables detalles. Porque necesitamos con urgencia de la sobriedad y la cordura. Y Mateo nos presenta la figura clave para recuperarla: la de José. Mateo toma la perspectiva pre-navideña de José y no la de María; sin ignorar ni silenciar, evidentemente, la figura imprescindible de ella, a la que sabe presentar como origen y causa de todo no con mucha palabrería, sino con una escueta mención para que, en lugar de distraernos con poéticos y almibarados  relatos, reflexionemos profundamente sobre el misterio de esa persona que ante el estupor de su marido alumbrará al Mesías.

Dados los hechos: el embarazo sorprendente y extramarital de María, en quien José parece haber depositado confianza absoluta, la persona decisiva evidentemente es María, la materialmente imprescindible y aceptadora de su misión y de su estado. Pero la acogida del misterio, y su integración en la normalidad de la vida, de la sociedad y de la historia, es responsabilidad de José. De él son las decisiones que marcarán el futuro de ese niño y de María, de la familia cuya cabeza y “señor” es él, por ley y por derecho. Por eso duda… y decide… y sigue dudando… y vuelve a decidir… Y, con toda su inseguridad, decide definitivamente retrotrayendo el misterio hasta el mismo Dios (nada fácil y evidente por mucho que se sueñe…).  Y, tras la decisión definitiva, una apuesta confiada y valiente por el enigma de la Providencia, por la confianza absoluta, sin resquicios, a pesar de los hechos, los cuales desde la lectura de la estricta realidad material la desmienten… tras esa decisión, de la que hace compromiso irrevocable por lo insospechado de Dios y la transparencia de María, con toda seguridad, sigue dudando… Porque sólo con ese profundo y eterno interrogante puede uno afirmarse en la confianza absoluta por Dios y las personas; en su caso: por Dios y por María. Es un interrogante que no angustia, que da vida y fortalece…

A José, de alguna manera, le entusiasma la aventura de una vida abierta y sin respuestas claras ni pruebas evidentes; sin asideros materiales ni faros indicadores, más allá de esa luz de Dios, que seguramente descubre y agradece cada vez que mira el vientre grávido de María y le asalta la duda… Probablemente le dedique una tímida sonrisa, y se diga: “Pero, ¿será posible?”, “¿por qué soy tan manso?”… Pero ha descubierto lo definitivo: no puede vivir sin el riesgo de Dios… es la llamada inaplazable del “más difícil todavía”… y ello (y ése es el “más difícil todavía”) desde el silencio y la “condena” al secreto guardado, custodiado con delicadeza, acompañado con entrega y expectación, y experimentado como auténtico privilegio y fuente desbordante de alegría…

Mateo viene a decirnos, como pórtico y presentación de su evangelio, que el misterioso y en apariencia absurdo hecho de que el embarazo sorprendente de una sencilla campesina de una aldea remota del imperio romano hace más de dos mil años nos haga, a través de su transparencia e incomprensible honradez y humildad, retrotraer hasta el mismo Dios el origen de esa criatura, es José el encargado de asumirlo como desafío personal en su vida, de acogerlo como colaborador y cómplice silencioso y sumiso al secreto inabordable del misterio, de aceptar un horizonte no de evidencias y programas susceptible de comprensión y con objetivos palpables, sino atender con decisión y valentía esa voz de lo imprevisible divino, de promesas encubiertas surgidas de proyectos fracasados…  José es el modelo de recepción del evangelio predicado por Dios con su Enviado, de acogida incondicional a su Mesías, de “negación de sí mismo” para entrar en el discipulado.

Es por medio de José que la aventura personal, individual, de María como portadora de Dios (o, mejor: la aventura de Dios con nosotros, emprendida a través de ella) se incorpora a la normalidad de nuestro mundo, encarnándose reamente en él al ser integrada en el curso de los acontecimientos y circunstancias del colectivo humano al que se une por voluntad de José, el cual así le  dota de esa “legalidad, legitimidad y plena normalidad”, que parece ser siempre exigible para no quedar confinado en los reductos de lo extravagante, o en el aislamiento de lo ya señalado desde su comienzo como peculiar y desorbitado, como extraño y también ajeno a “la normalidad de lo humano”… Sin José tal vez no hubiera sido posible…

Dicho de otra manera: si por María “el Hijo de Dios se hizo hombre”, fue por José que ese Hijo de Dios “pasó por uno de tantos”, formando parte de la sociedad y del mundo como persona y como ciudadano del colectivo humano. Porque nuestra identidad no nos la da el acta de nacimiento, sino el reconocimiento de formar parte de una sociedad, equiparables a cualquier otra persona, desde la igualdad y la convivencia sin prejuicios, distinciones clasistas o discriminaciones padecidas; y eso es lo que José otorgó a Jesús, y también a María, con audacia, entusiasmo y serenidad, en paz y alegría, a pesar de no poder nunca responder a los dos interrogantes decisivos de su vida: ¿por qué Dios obra así?, y ¿por qué a mí?… interrogantes que, en definitiva, son los de nuestra propia vida de cada uno de nosotros, porque en realidad son la concreción en él del profundo misterio de nuestro dónde y hacia dónde, de nuestro por qué y para qué, de nuestra existencia y del horizonte que posee más allá de nuestra voluntad, horizonte que confiamos en que es Dios mismo quien lo pone…

Pero sin desmesura… porque la desmesura no es el lenguaje de Dios… y nunca fue virtud ni cualidad cristiana…

Por |2020-02-09T15:26:56+01:00diciembre 20th, 2019|CICLO LITÚRGICO A, Comentarios sobre el EVANGELIO DE MATEO, General|1 comentario

Un comentario

  1. Isidora 2 enero, 2020 en 10:46 - Responder

    Siempre he admirado a San José por estar presente, por saber complir su misión al cuidado de María y de Jesús. Su vida Es un ejemplo de servicio a la voluntad de Dios.

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