ENCARADOS AL INFINITO

De la llamada de Jesús al discipulado dice M. Gesteira en expresión acertadísima: “…esta exigencia radical y utópica deja al ser humano encarado al infinito…” Y si queremos hablar de la perspectiva de la muerte del creyente, también ésta podría resumirse en otras palabras similares, éstas de una canción infantil: “hasta el infinito y más allá…” Porque la muerte del creyente en Jesús se convierte justamente en la inauguración definitiva del más allá, infinito, inimaginable desde la temporalidad e inconcebible desde la finitud. La muerte nos sitúa a las puertas de ese abismo que mira al infinito y al que nos convoca Jesús con una ilusión y un entusiasmo desbordantes. Todo el esfuerzo de Jesús con su propuesta de seguimiento, es que encaremos nuestra vida al infinito, “al infinito y más allá…”, dando la espalda decididamente a nuestras pretensiones, que al final se resuelven siempre en vanidad y vacío, deshaciéndose en nuestras manos y conduciéndonos a la amargura de nuestros fracasos o, en el mejor de los casos, a la aceptación de nuestra incompetencia para dotar de sentido y profundidad a nuestra vida.

Iniciar la aventura de la infinitud, sospechada y deseada durante la vida humana terrenal, y pregustada desde la confianza absoluta en su realidad futura atestiguada y acreditada mediante la vida de Jesús. Aventura imposible  de llevar a cabo en las condiciones materiales de nuestra existencia, y para la que es preciso desprenderse de nuestro lastre corporal en sus condiciones actuales.

Asomarse al más allá de la muerte es confirmar nuestra confianza y esperanza en el futuro de Dios, en su promesa; acentuando su concreción en cada persona y situándola en su continuidad con la propia identidad, única e irrepetible, dadora de sentido profundo más allá de las condiciones ineludiblemente finitas de la naturaleza que conocemos. Sólo quien tiene su vida encarada al infinito puede entrar en la dinámica del evangelio, de la llamada de Jesús, en el horizonte de Dios al que Él nos convoca, dejarse penetrar por su Espíritu Santo…

Tener la vida encarada al infinito es verla como una aventura de plenitud nunca alcanzada, como un presente pletórico cuya riqueza inconmensurable no cesa de acrecentarse, y hace imposible e impensable la disminución o la carencia. Verla y sentirla como una cascada de inagotables posibilidades de gozo y comunión con Dios y con todas aquellas personas con quienes en su nombre vamos tejiendo una red de amor, de gozo, de dicha y de paz, al hundirnos con ellas en el abrazo divino y no cesar de enriquecernos de su identidad inagotable y única, hundidos sin perdernos en ese abismo infinito, en ese todo en todos anunciado…

Encararse al infinito es preservar nuestra persona perdiéndola, entregándola, viviendo en Dios y en los demás, dejándonos invadir, para que ellos vivan en nosotros… es la necedad y la locura del sueño humano; es decir, del sueño de Dios al crearnos, soñado también por nosotros, confundidos en el vértigo imposible de ser al fin divinizados…

Por |2019-11-18T17:39:56+01:00noviembre 18th, 2019|Artículos, General|Sin comentarios

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