LA ÚNICA CERTEZA

Una de las inquietudes más acuciantes de nuestra vida y que condiciona gran parte de nuestro tiempo y mucho esfuerzo por parte de nuestra voluntad es la búsqueda de seguridad. Hemos convertido en obsesión el deseo de minimizar el riesgo. Y no me refiero sólo a las seguridades materiales, cuya previsión hemos extendido a todos los ámbitos y actividades, desde las más necesarias o arriesgadas hasta las más intrascendentes o incluso anecdóticas y casi ridículas, y que constituyen todo un sector de nuestra sociedad y de nuestra economía a través de las compañías de seguros; sino a la búsqueda de evidencias o certezas en las que apoyar nuestra existencia y fundamentar nuestra realidad como personas, de modo que nos permitan proyectar una vida no solamente “tranquila”, sino “con sentido”; es decir, con satisfacción y alegría, y con una actitud firme de gratitud, ilusión, serenidad y entusiasmo por ir saboreando nuestros días, que sabemos limitados, con perspectiva de futuro y sintiéndonos crecer hacia una plenitud que se nos anuncia siempre como misteriosa, pero que presentimos como cierta e ineludible, y como culminación definitiva. Sin embargo, parece que en ese terreno nuestras pretensiones de seguridad naufragan sin remedio…

Más allá de nuestra debilidad material y física, y de la impotencia frente a la naturaleza, que parece justificar nuestra actitud previsora mediante la suscripción de seguros; la urdimbre de nuestra personalidad es tan delicada y tan endeble, que percibimos sin ningún atisbo de duda la imposibilidad de basar nuestra vida exclusivamente en nuestra propia voluntad y en nuestro esfuerzo. Y no podemos conformarnos con remitirnos simplemente a los atributos de nuestra “racionalidad” como logro evolutivo de las leyes inexorables de una naturaleza ciega; ni tampoco apelando a nuestra capacidad colectiva para someter y dominar esa naturaleza, e incluso para prever, si pudiéramos hacerlo con total certeza, nuestro porvenir como criaturas en este cosmos a nuestro alcance. No; nuestra volubilidad, nuestros desequilibrios e incompetencias, la impredecible diversidad de los individuos, los incontables condicionamientos y variables, etc. hacen imposible seguridades absolutas o previsiones indudables especialmente en el ámbito de lo personal. La vida se nos escapa entre las manos irremediablemente; y lo sabemos… Y en ese mundo y realidad fluidos y de movimiento constante, se nos hace imposible encontrar el punto de apoyo que nos aporte clarividencia absoluta y perspectiva de definitividad y plenitud. Y aunque la comprobación del progresivo dominio de nuestro medio y del universo en su conjunto, y la creciente explicación de sus enigmas, nos aporta satisfacción y consume nuestro trabajo, nuestras previsiones y nuestros proyectos; el fundamento absoluto de nuestro ser personas y de sus impulsos últimos nos crea desazón, al exigirnos no simples evidencias sino opciones, donde ponemos en juego deseos, decepciones, esperanzas y anhelos…

Lo más personal de cada uno de nosotros es tan íntimo, se adentra tan profundamente en el misterio de nuestro ser con su enigmático desde dónde y hacia dónde, que se nos escapa no ya su control, sino su delimitación precisa. Por eso la única evidencia que podemos considerar es justamente la de nuestra realidad y su finitud, inaccesible al dominio humano. O, dicho más dramáticamente: la única certeza es la de nuestra muerte, la de una existencia condenada a la extinción como realidad material. Sólo desde esa certeza cobra sentido la fe cristiana: es la certeza de Jesús muerto.

Sólo abriendo los ojos con clarividencia a la certeza de la muerte podemos atrevernos a hablar de vida sin engaños ni falsas ilusiones, sin eludir los evidentes cuestionamientos que implica a nuestra ansia de eternidad, de plenitud, sin caer en proyecciones falsas o alienantes; ni en tantos fatalismos indemostrables, igualmente ilusorios y muchas veces mezquinos.

Por eso el quicio y fundamentos de nuestra fe cristiana no es la creencia en un más allá compensador o en un Dios inalcanzable, sino la muerte y resurrección de una persona humana, Jesús de Nazaret, en quien creemos reconocer el misterio de la divinidad y la trascendencia, precisamente porque es únicamente desde ese misterio desde el que puede dotarse de sentido a su existencia. Y afirmamos, que precisamente esa manifestación del misterio de la divinidad en Jesús se ha hecho definitiva en su resurrección, cuya realidad y anuncio no puede evidentemente hacerse a base de pruebas directas (sería una incongruencia con la propia realidad de una persona resucitada en la plenitud de la eternidad), pero sí parece innegable por las pruebas indirectas; y en particular por el hiato y cesura que produce, involuntaria e imprevistamente, en la historia de la humanidad. Que la aparentemente absurda y ridícula noticia de que el crucificado Jesús de Nazaret haya resucitado y viva en la Gloria, y que eso haya supuesto un vuelco definitivo en la historia humana, da que pensar…

La única certeza de nuestra muerte física, unida a la confianza en la resurrección del hombre Jesús, tras la evidencia incontrovertible de su muerte pública y de su sepultura, nos confiere esperanza de plenitud de vida más allá de las condiciones materiales de nuestra existencia, limitadas y finitas. Y ello nos permite, e incluso nos exige, vivir con ilusión y entusiasmo las limitaciones constatables, sin que ellas sean nunca motivo de protesta o de desánimo. Esa certeza es la que nos proyecta con entusiasmo hacia la vida, hacia la aventura de nuestra apasionante peregrinación hacia la plenitud, que vamos palpando día a día en la alegría del compartir y del servir, de la entrega y del descubrimiento de la riqueza del prójimo, cuya comunión nos enriquece y nos va colmando de gratitud y de dicha, de amor desinteresado y de gozo inefable, de fuerza en la debilidad y de sabiduría en la ignorancia… de confianza absoluta en el misterio de Dios y del hermano, y de esperanza inquebrantable en una futura plenitud definitiva…

Sí, la única certeza posible es la constatación de lo que somos: fragilidad y provisionalidad. Pero es una certeza que apunta al misterio del Todo y al interrogante de cada uno de nosotros, convirtiéndose así en fundamento y reclamo de ilusión y de esperanza: no de seguridad, sino de vida

Por |2019-11-04T19:14:10+01:00noviembre 4th, 2019|General|Sin comentarios

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