Aunque no solemos razonarlo así, sin embargo, vivir una vida sin riesgos ni problemas, sin amenazas ni inseguridades, no es una vida “humana”. Ni tan siquiera es una vida “animal”. Una vida en la seguridad, la quietud, la pasividad y el conformismo, es una vida “vegetal”… Porque la “vegetal” es vida, sí, hay cambio y dinamismo, pero en la dejadez y la inercia. La del animal es ya energía, tensión e impulso, pero marcados inexorablemente, inscritos en su ritmo vital, y sin poderse sustraer a ellos. Pero la vida humana es algo más: es riesgo de futuro, es proyección por decisión libre de inicio de algo nuevo con cada afirmación de nuestra persona y de su libre voluntad; y ello la convierte en “aventura”, lo cual significa no carecer de amenazas, ni ser tan poco consecuente de querer sustraerse a ellas… Por eso nuestra vida se desenvuelve siempre entre inquietudes y asunción de responsabilidades, desafíos y búsqueda de nuevas metas, inconformismo y conciencia de la propia debilidad, de nuestros límites infranqueables. Es una completa necedad e inconsecuencia pretender vivir “tranquilos”, tan “sólidos” e inconscientes como un tronco de árbol… Lo humano es como lo divino: horizonte abierto y toma de decisiones de entrega arriesgada, de vivir una libre excentricidad y no la vida concéntrica reflejada en esos círculos que conforman el tronco del árbol, del que hacemos tarugos o leña, y como mucho un bonito y decorativo mueble… Pero, a diferencia de Dios, nosotros lo hemos de hacer en unas condiciones materiales, limitadas, que te hacen ser consciente de impotencia y precariedad, de no poder hacer definitivos tus deseos ni inalterables tus opciones, todavía siempre provisionales y susceptibles de corrección, así como sujetas a imponderables y a elementos y circunstancias incontrolables… Como decía Xavier Zubiri con palabras certeras y densas: “ser hombre es una forma finita de ser Dios”…
De diez leprosos curados a nueve les basta con recobrar la salud, con ser simplemente sanados y poder vivir sin sobresaltos, con la pasividad y la inercia vegetales. Y solamente uno descubre la vida humana, esa forma finita de ser Dios, y decide complicarse en el seguimiento de Jesús…
¿Cómo queremos vivir con una visión tan chata y tan miope, tan superficial y “vegetal” de nuestra propia vida, que nos conformamos con la sola pretensión de no asumir riesgos ni dificultades, con eludir los problemas y las cuestiones desafiantes, buscando prioritariamente la despreocupación y la placidez, como si la aventura y la provocación del mero hecho de ser personas y vivir en comunión con personas (“con Dios y los hermanos”) no fueran un reto apasionante precisamente porque nos desequilibra, nos impide la cómoda instalación en la realidad de los animales y las plantas, y nos exige preguntas y respuestas comprometedoras?… ¿Cómo somos tan cicateros?…
“Donde la edificación ramplona y el aburrimiento sientan plaza, no es posible que resuene el evangelio, aunque se lea toda la Biblia”, sentenció ya hace unos cuantos años, de modo contundente e indiscutible, Ernst Käsemann.
Si el objetivo principal de nuestra vida, y todos nuestros esfuerzos y afanes se concentran en lograr una existencia plácida y acomodada, limitándonos a buscar y trabajar por nuestra promoción y desarrollo teniendo como objetivo primordial el excluir las circunstancias provocadoras de inquietud, y que reclaman toma de decisiones, asunción de riesgos, incorporación de actitudes de renuncia, e incluso de “sufrimiento”, “sacrificio” o impotencia; entonces estamos sosteniendo nuestra persona y su perspectiva de futuro en la eficacia y el poder, engañándonos respecto al verdadero sentido de nuestra vida, y situándonos en una perspectiva de acomodación sin sobresaltos ni imprevistos, lo cual, además de ser una quimera (no podremos nunca silenciar la evidencia de nuestra finitud), también elude de modo manifiesto la propuesta evangélica y distorsiona la voluntad del mismo Jesús cuando nos convoca y cuando nos muestra de modo personal, efectivo, provocador y generoso, su interés por nosotros incluso con signos y milagros sanadores y palpables…
La bondad y misericordia de Jesús no cura nuestras enfermedades para que vivamos sin limitaciones ni incomodidades quedando libres de amenazas y riesgos, sin sufrir y pudiendo gozar de una especie de vida “virtual”, siempre segura y acomodada, vegetando como si todo transcurriera en una especie de simulador, en el que todo es tan real que nos emociona como la vida misma, pero con riesgo cero… lo que Jesús nos propone con su asistencia generosa, y ese signo de su divinidad que es la curación, es el acceso a la salvación, al cumplimiento de esperanzas y promesas, a lo divino para lo que estamos preprogramados por el mismo Dios… Y a la salvación sólo podemos acceder desde la experiencia de la gratuidad y desde el gozo del agradecimiento; ellos son, no ya su camino privilegiado, sino el único camino para llegar a Él, para reconocer en Jesús al Cristo dador de vida y promotor de fe y esperanza a través del Espíritu Santo, fuego y luz fortalecedoras de nuestro caminar.
Pero hay que ser realistas, y humildes: no es tan fácil olvidarse de nuestra tendencia a conformarnos con una vida placentera y sin obstáculos; particularmente si vemos que el mismo Dios nos libra de contratiempos y cura nuestra lepra… Naturalmente que los nueve otros leprosos agradecen también el favor de Jesús, pero no descubren la actitud profunda del regalo de la vida, de vivir desde el agradecimiento gozoso, de convertir la gratitud y la gratuidad en ocasión de conversión a una vida entregada y de seguimiento, una vida a lo divino… se quedan en el mero hecho de recuperar la salud, de volver a la tranquilidad y placidez, satisfacción y quietud… se limitan a ir a cumplir los rituales marcados y las pautas acordadas para poder vivir ya “con normalidad”: es decir, a vegetar… pero vegetar, aunque sea con agradecimiento sincero y devoción intensa, no es descubrir la salvación, aceptar la llamada ala seguimiento y vivir como propone Jesús, como discípulo, como Dios…
Sólo uno entre diez, el samaritano, el por “hereje” menos viciado por una religiosidad de exclusivismos y privilegios, de discriminaciones e intolerancias, percibe lo profundo de la vida a la que invita Jesús con su caricia, y puede hasta dejar de lado rituales y protocolos religiosos, legalismos y oficios clericales, para volverse cara a cara hacia Jesús; y desde la palanca del don gratuito y su actitud de reconocimiento y conversión llegar a no vegetar, sino a vivir: ser salvado… Y Jesús, que ha curado y seguirá dando salud a los diez, puede por fin sonreírle al menos a uno…
Tengámoslo siempre presente: la propuesta del evangelio, expresión de la voluntad de Dios, es ofrecernos vida, salvación. Y para conseguirlo, para abrir nuestros ojos a ello y capacitarnos para poderlo aceptar y decidirnos libremente a asumirlo e incorporarnos así a la vida, a una vida humana, Jesús no escatima sus esfuerzos, su bondad, su poder milagroso, sus palabras y su propia persona entregada, derramada por nosotros… pero esa generosidad y amor incondicional suyo requiere de nuestra voluntad, de nuestra libre aceptación, para cumplir su objetivo, para hacerse eficaz y real en nuestra propia persona. No podemos ser salvados por Dios sin nuestro consentimiento, al renacer desde el agradecimiento y la confesión de nuestra absoluta confianza y dependencia de Él, solamente de Él; de lo contrario, sólo “recuperaremos la salud”…
Podemos ser todo lo mezquinos e ingratos que queramos, y egoístas e interesados en nuestro arrancar bondad de Jesús. Dios será siempre generoso con nosotros y nos “adelantará” sus favores, seamos dignos de ellos o no; y no los va a condicionar a nuestra respuesta a su llamada… La misericordia divina solamente depende de Él, es incondicional y la hace efectiva siempre y a todos (judíos y samaritanos, nacionales y extranjeros, practicantes y alejados, creyentes y ateos…), para que todos abramos los ojos: porque nos propone la vida… Pero el acceso gozoso a la salvación ofrecida requiere nuestro consentimiento y nuestra respuesta comprometida, también incondicional y definitiva, y solamente posible cuando olvidamos inercias paralizantes y sopores tranquilizadores, vibrando, entusiasmados de gratitud, de reconocimiento y alegría, militando por su causa a su lado; dejándonos entonces llenar por Él de vida…
…claro que siempre podemos contentarnos, como nueve de cada diez leprosos curados, con una existencia miope y chata, con buscar solamente vernos libres de incomodidades, riesgos y “aventuras”; en resumen: con vegetar saludablemente, en lugar de vivir y ser salvados…
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