Es bien sabido que las llamadas devociones surgen en el ámbito de lo privado, de lo personal y subjetivo, que mueve a alguien, en función de su sensibilidad y su apreciación de lo religioso y lo profundo, a fijar su atención en algo o alguien cuya consideración evoca para él pensamientos o sentimientos de piedad, y le estimula e impulsa a tomar o mantener actitudes significativas y trascendentales en su vida. Hablamos, pues, de devoción cuando una persona, un suceso, un lugar o acontecimiento, incluso un objeto o una obra de arte, etc. se convierte en significativo para una persona debido a que actualiza y potencia su actitud como creyente. Por eso los objetos o motivos de devoción son infinitos, unos privados y “reservados”, y otros más extendidos y compartidos por muchos, incluso generalizados en la Iglesia y “universales”, como ocurre, por ejemplo, con el “Corazón de Jesús” o con “las Cinco Llagas”.
Y también es sabido que para un cristiano la única relevancia posible de una devoción ha de ser su referencia a la persona de Jesús y a su convocatoria al seguimiento. Las actitudes más o menos piadosas y devotas que se refieran sin más concreción únicamente a esa dimensión nebulosa que se ha denominado “factor religioso”, o “conciencia religiosa”, y que tiene más semejanza con el entorno veterotestamentario de la reverencia y el temor a Dios como Ser Supremo, al culto y al sacrificio, a lo ignoto y “terrible”; todo eso, sin dudar de su sinceridad ni querer cuestionar su alcance y su valor, no entra en la esfera de lo cristiano. Lo heredado de la persona de Jesús y lo asumido como legado suyo, herencia y responsabilidad, por parte de sus discípulos, constituidos en comunidad de testigos y continuadores de su vida, no es un culto o una devoción y religiosidad “ejemplar”, sino una vida nueva. Nueva tanto en lo que tiene de revelación definitiva de Dios, como de compromiso de hacer presente su voluntad salvífica manifestada en Él.
Por eso Jesús no envía a sus discípulos a propagar devociones, sino a predicar el evangelio… El anuncio del evangelio es encargo suyo, las devociones “invento” nuestro, por ejemplares y universales que sean… Y es que, en realidad, toda devoción es una concesión a nuestra debilidad y torpeza para lo divino tal como nos lo revela Jesús. Porque nos resulta tan profundo y extraño, tan distinto a lo que nos gustaría, que necesitamos resaltarlo, hacérnoslo presente a nosotros mismos desde la esfera más visible para que así capte nuestra atención y excite nuestra persona hacia lo que está más allá, lo realmente importante. Por eso ninguna devoción es objeto de fe o adoración, ni le hemos de consagrar nuestro esfuerzo cayendo en la desmesura, el olvido o la ignorancia de aquello verdadero a lo que apunta. Y mucho menos hemos de caer en la simple sensiblería.
Insisto en que Jesús no nos envía a extender o propagar devociones, sino a anunciar su evangelio. Y no con “arrebatos místicos”, sino con el testimonio de nuestra entrega, de nuestra renuncia y de nuestro servicio. Ciertamente el Espíritu divino puede impulsarnos a un arrebato místico, pero eso será siempre algo muy puntual, excepcional, un “regalo” imprevisto e imprevisible, cuya relevancia será siempre ocasional, personal y pasajera. Lo valioso realmente es lo que subyace a la devoción, y eso es lo que ha de suscitar nuestra atención y concentrar nuestra actitud meditativa cristiana, nuestra oración; su único objetivo.
Y valorada de esa manera, una devoción como la tan extendida del Corazón de Jesús, no es sino llamada de atención a considerar la vida de Jesús como camino de entrega culminante en la cruz; es decir, como real y verdadera pasión. Pasión en su doble significado y acepción: como sufrimiento (cruz y muerte, muerte en cruz), y como apasionamiento (amor arrebatado, entrega total y desinteresada, arrebato de amor).
Porque es evidente, y hay que hacerlo constar siempre, que ninguna devoción, insisto, ni siquiera las más extendidas y “recomendables” por la Iglesia, son un fin en sí misma, ni deben ser en ese sentido objeto de propaganda o “de cruzada”. Porque una pretendida universalización o “imposición”, buscando convertirlas en elementos identificativos de la fe cristiana, o en simples indicadores de fidelidad y ortodoxia, o de profundidad en el compromiso evangélico; además de errónea, es completamente falsa, y atenta a la radicalidad y al fundamento del evangelio cristiano, de la convocatoria de Jesús. Por eso muchos desmedidos empeños en consagraciones personales o colectivas al Corazón de Jesús, o devociones paralelas están completamente fuera de lugar, al consumir un esfuerzo y una atención y dedicación completamente anacrónicos, y que distrae de la auténtica tarea y militancia cristiana: la de, sencillamente, vivir a lo divino, al modo de Jesús, con la locura de Dios…
La única legitimidad de nuestras devociones y ejercicios piadosos la da el que su práctica convierta a la persona y a la comunidad en militantes activos en la tarea del servicio y la entrega, enriqueciendo su vida tanto en profundidad como en compromiso de vida evangélica; es decir, arriesgada en la misericordia, la acogida, el perdón y la bondad, el absurdo divino. Lo dice claramente el propio Jesús: sólo entonces puede ser agradable nuestra ofrenda y querida por Dios…
No hay, por tanto, que pretender imponer, ni siquiera propagar las devociones y prácticas piadosas, que surgen en momentos y circunstancias concretas, como si tuvieran que ser eternamente válidas y aconsejables; sino rescatar su sentido original cuando surgieron y recuperar la profundidad muchas veces enterrada en ellas a causa de haberlas llevado hasta el exceso al sentimentalismo, lo afectivo e intimista, o lo popular y atractivo.
A lo que hemos de atender es a fortalecer nuestra capacidad y voluntad de renuncia, nuestra entrega y servicio al prójimo, nuestro vivir con agradecimiento, sencillez y alegría, nuestra actitud de arrepentimiento y nuestra necesidad del perdón de Dios y de nuestros hermanos…
El evangelio nos reclama un activo y lúcido caminar sin miedo a la cruz, fortaleciendo nuestra voluntad desde un compromiso vital ineludible y una necesaria comunión de vida. Caminar a la manera de Jesús: sembrando alegría, bondad, misericordia… compartiendo nuestra vida con la hermana y el hermano, acompañándolos y cuidando de ellos… y dejándose acompañar y cuidar por ellos, necesitándolos…
¿Las devociones?… Pueden servir…Pero yo no estoy tan seguro…
Una reflexión comedidamente ponderada y ponderadamente comedida sobre una cuestión importante, por cuanto en más ocasiones de las deseables «se nos va de las manos». Hemos de reconocer que algunas expresiones de «devoción» -sobre todo si son colectivas- se salen tanto del quicio, que llegan al extremo de profanar lo sagrado. ¿Qué pensaría y qué haría Jesús de Nazaret ante ciertas expresiones de «devoción» colectiva? Se entristece el alma sólo de pensarlo y con seguridad nos viene a la memoria algún pasaje concreto de su vida pública. La clave para distinguir la senda certera la has dado en el conjunto del texto y, en síntesis, con esta frase: «Por eso ninguna devoción es objeto de fe o adoración, ni le hemos de consagrar nuestro esfuerzo cayendo en la desmesura, el olvido o la ignorancia de aquello verdadero a lo que apunta».