DEJAR DE SER ALGO QUE NO SOY

Es indudable que no hay nadie que pueda atreverse a afirmar que se identifica absolutamente con la totalidad de su vida, con todos los actos de su existencia; por mucho que pudiera incluso decir que siempre y en toda ocasión ha obrado libremente y que jamás actuó presionado por nada ni por nadie, ni siquiera con irreflexión o con ese automatismo que nos lleva a que muchas veces “se nos escapen” palabras, gestos o actos que luego lamentamos. Tal persona de coherencia perfecta no existe, si excluimos a Jesús tal y como lo percibimos los cristianos y parece acreditado por todos los testimonios de que disponemos, al margen de la valoración, creyente o no, que quiera hacerse de ellos.

Eso que san Pablo expresa magistralmente desde una perspectiva de fe ala firmar que no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, no es sino la lúcida constatación de la radical impotencia de nuestra persona, de lo humano. Consumimos un esfuerzo considerable y gran parte de nuestra energía y del tiempo de nuestra vida en ser algo que no somos… mejor dicho: en intentarlo… porque luego, ante el inevitable fracaso, hemos de reconocer (lo queramos aceptar y confesar o pretendamos negar la evidencia como tantas veces hacemos), que no somos quienes pretendíamos; y quetampoco eso que nos habíamos propuesto, caso de que fuera realmente alcanzable, formaba parte de las prioridades o de los valores fundamentales de nuestra vida. Por eso deshacer lo ya hecho, y desandar lo andado, forma parte de nuestras tareas más precisas y más repetidas…

Recuperar la perspectiva de la autenticidad y la coherencia es, tal vez, una de las urgencias cristianas, porque la historia del cristianismo y de la Iglesia es ya tan larga, y ha acumulado un lastre de tal envergadura, que se convierte con frecuencia en obstáculo para facilitar una recuperación de la lozanía, la frescura original y la sencillez del evangelio, al proponer a los fieles tareas, estilos, modos de culto y modelos de acción, que no por ser válidos en otras circunstancias y momentos(e incluso pudiéndose tachar de recomendables  y buenos en sus contextos originales), se muestran hoy apropiados y convenientes como expresión coherente y militante de un discipulado exigente y fiel a la sencillez y radicalidad propuestas por Jesús de modo inequívoco.

Por eso, a pesar de nuestra buena voluntad, no nos podemos reconocer en muchas de las actividades e iniciativas que organizamos o secundamos; porque no responden a inquietudes que podamos considerar propias nuestras, o que realmente hayamos asumido como expresión cabal y auténtica de nuestra persona, de lo que somos y queremos ser, de lo que buscamos y constituye el ideal de nuestra vida. Hemos de confesarlo abiertamente: mucho de lo que protagonizamos como cristianos puede dar, y de hecho lo da, una imagen distorsionada o falsa de lo que profundamente pensamos y de quiénes somos… Sin que tengamos que rechazarlo de plano (o quizás sí…), y asumiéndolo como algo adecuado y procedente en su momento histórico; sin embargo, no podemos identificarnos con ello, porque son simple ropaje y adorno, y por ello prescindible y sustituible… Y la rectificación se nos impone: he actuado así, pero yo no soy así… y no puedo seguir siendo quien no soy…

Hemos de percatarnos de todo lo accesorio y lo irrelevante que hay en nuestro comportamiento y en nuestro diario quehacer; no para renegar forzosamente de todo lo que descubrimos como condicionamientos sociales, históricos, locales o religiosos, y que no son opciones personales nuestras aunque las toleramos; pero sí para no vivir confundidos ni, mucho menos, engañados o traicionándonos a nosotros mismos, claudicando ante  los aparentes imperativos sociales, o dejándonos atrapar por eso que no somos, y acabar renegando de nuestra propia persona…

Como decía al principio, es evidente que la coherencia perfecta es imposible, y que vivimos condicionados en nuestras decisiones por muchas circunstancias y personas, por la sociedad y por la historia; pero nada ni nadie puede reclamarnos nunca, y nadie lo hace, dejar de ser nosotros mismos convirtiéndonos en un mero “individuo sociable”, cuya identidad y personalidad no se manifiesta nunca y, en consecuencia, ni crece ni se enriquece; ni tampoco ayuda a crecer y enriquecerse a los demás, abriendo esa perspectiva única e irrepetible suya, que lo constituye precisamente en persona.

Cuando “me resigno” y me dejo llevar por la pasividad o la indiferencia allí donde no puedo ser yo mismo, me convierto en algo que no soy… Cuando por evitarme problemas o situaciones desagradables transijo con lo que estimo equivocado, engañoso o falso, y aparento secundar aquello que no comparto, me convierto en algo que no soy… Cuando claudico por miedo o por vergüenza frente a situaciones o comportamientos no ya injustos u ofensivos, sino simplemente inadecuados o poco aconsejables, me convierto en algo que no soy… Cuando me asusto de mí mismo o de los otros, y por timidez o cobardía resuelvo mi vida desde el conformismo o la resignación, me convierto en algo que no soy… Cada vez que oculto mi yo profundo o lo disimulo, o me convierto en “masa anónima” y en adulador del otro dejo de ser quien realmente soy…

Y cuando pretendo mostrarme dotado de unas virtudes, una capacidad o unas cualidades que no poseo, o que simplemente, son tan poco destacables como las de cualquier otro; pero quiero que reconozcan mi valía y promuevan mis aspiraciones, también entonces me convierto en algo que no soy… Y casi cada vez que reclamo atención, exijo reconocimiento, busco el aplauso, me postulo y recomiendo como “el único”; pretendo, e incluso exijo, “lo que me corresponde”… también entonces me convierto en algo que no soy…

Y, en definitiva, cada vez que quiero pensar de mí y disponer de mí al margen de Dios, y olvidando la profundidad y la conciencia de mi vida, dejo de ser yo mismo y me convierto en algo que no soy. Y cuando consiento en que desaparezca del horizonte y del proyecto de mi vida la fuerza y el impulso que anida en mis entrañas, el entusiasmo por el Reino y la utopía, la ilusión y la fe en el futuro divino que me aguarda y en la comunión que me regala; dejo de ser yo…

Porque, ciertamente, tú no eres superficialidad ni mojigatería… Ni eres indiferente ante el prójimo ni huyes cobardemente ante las dificultades… Tú abominas de los recelos y envidias, de las rivalidades y el sectarismo, de la intolerancia y el desprecio… No quieres ser de los conformistas y cómplices, sino de los escandalosos propagadores de la renuncia y la fraternidad… No de los angustiados y amargados por su impotencia y su descontento, sino de los entusiasmados y felices porque conociendo sus límites, saben también que es justamente en ellos donde Dios se hace presente…

Cada vez que no gozas de la paz de Cristo y su alegría, de la bondad y el perdón que te regala; cada vez que, viviendo desde Él, no esbozas una sonrisa ni miras con apasionamiento y con ternura, dejas de ser tú y te conviertes en algo que no eres…

Y ya sabemos lo que Él nos dice: Llega a ser quien eres… quien Yo quiero que seas… quien yo te hago capaz de ser…

O, como dice la canción: recuerda siempre quién eres y ya está…

Pero no lo olvides… y deja de ser alguien que no eres

Por |2019-08-13T17:31:09+01:00agosto 13th, 2019|Artículos, General|Sin comentarios

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