¿PRÓJIMO?: AQUÍ Y AHORA (Lc 10, 25-37)

Sin saber lo que ha pasado. Sin preguntar de quién se trata y si es persona recomendable. Sin sospechar una trampa o una encerrona. Sin tomar precauciones o esperar refuerzos. Sin ni siquiera comprobar si los recursos propios son suficientes o si faltar a la cita a la que acudía apresuradamente puede tener consecuencias importantes, o incluso crearle desventajas o problemas innecesarios… Cuando uno quiere ser prójimo, la prioridad es el hermano. Y es una prioridad absoluta. No puede haber llamada o reclamo más urgente… ni siquiera el que creemos de Dios… porque es Él quien nos sale al paso…

Hay que suponer que el sacerdote y el levita vienen del templo de Jerusalén, de ofrecer los sacrificios y cumplir los rituales propios de su oficio, según los turnos que regían las diferentes castas sacerdotales en el servicio litúrgico y el culto. Están “llenos de Dios” tras haber concluido sus días sagrados; tan llenos de Dios que nos les cabe el hermano…

Y me atrevo a suponer que el samaritano acudía a sus negocios, preocupado por llegar a tiempo a alguna cita comercial, o al cumplimiento de algún compromiso profesional o a concluir algún trato; su caminar, su dirección, su mente, no está pues en Dios, sino llena de los asuntos de “este mundo”…

Y, puestas así las cosas, ahí reside el desafío radical de Jesús y su evangelio, la paradoja divina: el personaje sagrado, exultante de gozo porque viene de haber tratado con el mismo Dios en su templo y no puede empañar su aureola de santidad contaminándose con un despojo humano, lo que hubiera requerido costosas purificaciones rituales, no puede atender a su hermano y hacerse “próximo” suyo; y por priorizar a Dios lo pierde… mientras que el mundano, cuyos pasos van a sus quehaceres, ajeno a lo sagrado, por desviarse de sí mismo y atender al hermano, por “aproximarse” a él, encuentra y gana a Dios…

Porque lo de Dios con nosotros es siempre una propuesta, una sugerencia: acércate… y no precisamente al templo… El prójimo no existe como tal, lo hacemos nosotros prójimo cuando nos acercamos a él; hasta entonces es una persona más, lejana, ajena a nuestra vida… solamente cuando nos dirigimos a ella, cuando dejamos nuestro ensimismamiento y al apercibirnos de ella decidimos incluso “olvidar” al mismo Dios por atenderla, la hacemos prójimo; y al hacerla prójimo se convierte para nosotros justamente en presencia de Dios… Él mismo se nos acerca… Así, al sacerdote y al levita les salió al paso y lo evitaron… Quedarse sin Dios por querer buscarlo, o encontrarlo sin haberlo previsto porque no se puede pasar de largo… ésa es la opción… Jesús no entiende de “contaminaciones”, ni de herejías y odios entre judíos y samaritanos…

Se trata de la concreción del amor, no simplemente de “saber el mandamiento”… No anda del todo desatinado el jurista al preguntar a Jesús quién es su prójimo, porque ahí está lo decisivo: concretar la persona, el dónde, el cuándo… Dios no nos pide buenos sentimientos, sino ser los ejecutores de su misericordia y su bondad en cada momento de nuestra vida. Amar al prójimo no significa absolutamente nada cuando es un simple enunciado de lo deseable, como si se tratara del horizonte de lo imposible. El mandato divino es que lo concretemos en nuestro comportamiento y nuestra actitud con las personas con las que compartimos la creación y la vida. Y es entonces, cuando definimos quién es ese prójimo al que hemos de mostrar amor, cuando se manifiesta nuestro compromiso al asumir el encargo de Dios.

Porque somos nosotros los que definimos y concretamos al prójimo, al acercarnos a nuestros hermanos o decidir dar un rodeo para no encontrarlos. Ni el sacerdote ni el levita tienen prójimo a quien amar; pues sí, conocen bien el mandamiento, pero al considerar que es tan restrictivo que sólo incluye a “los suyos” y que aquél otro no es prójimo, dejan de cumplirlo, son ellos los que le impiden serlo al no acercarse a él… El prójimo no es el que está cerca, porque forma parte de nuestra vida y lo tenemos siempre presente; sino aquél a quien nos acercamos porque está necesitado, precisamente porque él o ella, no tiene a nadie cerca, carece de prójimo si nosotros no nos acercamos…

Lo que define al discípulo, al seguidor de Jesús que aprende de Él con entusiasmo y convicción, dejándose arrebatar por la fuerza incontenible del espíritu divino que le anima, no es saber el mandamiento, sino caminar con los ojos bien abiertos y el corazón despierto e ilusionado para acercarse al que está desamparado y hacerlo prójimo; es él quien se hace prójimo de todos, sin restringir el círculo del amor y de la disponibilidad y la entrega… es aquél que no se amuralla en el círculo de los suyos, sino que precisamente la comunión de ese círculo íntimo cuyo centro es Jesús y su evangelio, le anima y fortalece para identificar esos otros círculos más amplios de la vida para no consentir en dejar a nadie sin prójimo…

La provocación de Jesús, su actitud radical que escandaliza y solivianta a tantas personas religiosas y a tantas autoridades clericales, es oponerse constantemente a la interpretación cicatera, interesada y egocéntrica de la Ley; para, sin anularla en absoluto, llevarla más allá de los límites endogámicos de Israel, y rescatar la voluntad original de Dios cuando “se eligió un pueblo”, que no era hacerlo el destinatario exclusivo de su salvación; sino, muy al contrario, el portador de ella al resto de la humanidad, el sacramento de su presencia iluminadora, el transmisor de su misericordia y su bondad …

Jesús nos exige cambiar por completo de actitud: de pasiva transformarla en activa. De conformismo en rebeldía. De una consideración estática del prójimo, la que se empeñaban en leer los juristas y devotos judíos: el que vive a mi alrededor, el compatriota, el supuesto perteneciente a los elegidos; Jesús pasa a la dinámica: eres tú, con la libre disposición y decisión de tu vida quien define quién es tu prójimo, o mejor, de quién te haces prójimo… y ya no hay judíos buenos y samaritanos malos, sino hijos de Dios, hermanos tuyos… Y si tras encontrarte con Jesús y sentirte interpelado por Él, prefieres seguir en el camino del clericalismo y del sacrificio, ahora desautorizado por ese encuentro, entonces renunciando a ser prójimo, renuncias al discipulado, y te vuelves al agujero oscuro de tu vida, despreciando el evangelio…

Hacernos prójimo de todo aquél que no tiene quien le acompañe; acogida sin reservas, confianza sin límites, disponibilidad absoluta, convertirlo en la urgencia de nuestra vida, relegando para ello el propio culto a Dios para encontrarlo y servirlo en nuestro hermano… en lugar de ignorar a éste para, supuestamente, adorarlo e Él…

Y cada palabra, cada gesto de Jesús nos lo advierte y nos lo recuerda, animándonos con su propia presencia, iluminándonos con su luz, diciéndonos sin titubeos lo que ya Moisés había dicho respecto al cumplimiento del deseo de Dios: …el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: “¿quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?” Ni está más allá del mar, no vale decir: “¿quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?” El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo…

El único impedimento para que seamos prójimo de cualquiera somos nosotros mismos, en nuestra ceguera para no verlo, porque andamos obnubilados pensando precisamente en Dios… pero pensando en Él cicatera y escrupulosamente, y sin querer identificarlo donde se hace sacramento, presencia y vida, y no objeto de nuestras elucubraciones y liturgias… llenarse supuestamente de Dios en el templo y cerrar los ojos devotamente puede convertirse en la más dramática forma de perderlo y condenarse

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