Vivir Pentecostés es para los seguidores de Jesús tener la experiencia decisiva de Dios, diríamos que por fin completa, no limitada a la exclusiva y desconcertante persona del Jesús terreno; experiencia que marca nuestra vida de un modo definitivo, y que vive la comunidad de los discípulos como ya inevitable y definitiva, punto de partida de un compromiso ineludible desde ahora para ellos: hacer presente a ese Dios de Jesucristo a lo largo del mundo y de la historia. Por eso se convierte en misión: vivir a Dios es anunciarlo.
Es percatarse de que ya no se trata de una “declaración de intenciones”, sino de que han accedido a la dimensión divina inscrita en lo humano, que ya están dentro de ella, que el fuego del Espíritu Santo ha prendido en ellos. Y, sí, ciertamente pueden dejar de alimentarlo, renunciando a ser combustible, a arder para ser su luz y su calor, pero si lo hacen, si renuncian, perderán precisamente lo ansiado y volverán a la oscuridad y a las tinieblas. Porque dejarse penetrar por el Espíritu divino, por el anunciado Espíritu Santo, es experimentar que podemos ser eso: santos como Él es santo. Es dejarnos encontrar y sorprender, no tener miedo a que Él te busque y que te encuentre, que te transporte a lo inesperado.
El Espíritu Santo es en Pentecostés visibilidad, manifestación, experiencia de Dios en las entrañas, en lo profundo; y, con ello, es marca y señal, sello imborrable y aventura ineludible.
El descenso del Espíritu Santo marcó el Bautismo de Jesús y con ello el comienzo de su vida pública, del anuncio de su Reino; y el mismo Espíritu Santo desciende sobre sus discípulos, para marcar la nueva etapa de Dios en nuestro mundo, dada la ausencia del ya resucitado… En Pentecostés somos el profeta Eliseo recogiendo el manto de Elías, su legado, para seguir obrando las maravillas de Dios, para seguir transmitiendo su vigor y su fuerza, contagiando al mundo de su amor y su perdón. Pentecostés nos convierte en los pregoneros de las Bienaventuranzas de Jesús, en los juramentados por su causa, los comprometidos en su Reino, en aquellos que experimentan cómo el amor de Dios quiere hacerse presente a través de sus vidas, pidiéndonos que nos hagamos transparentes para que su luz, depositada en lo más hondo de nosotros, alumbre a nuestro alrededor; para que su fuego divino, que ha encendido en nuestro corazón y cuyo calor ya sentimos y nos llena de vida, caliente y dulcifique el hielo y la aspereza de “lo humano”…
Y Pentecostés, sobre todo, es la prohibición divina a pretender caminar solos, aislados, queriendo tratar con Dios en la exclusividad o en lo privado; es la patencia divina al imperativo cristiano de la comunión para ser iluminados, fortalecidos e impulsados. Es el milagro sobre la comunidad que trasciende a la comunidad, porque la convierte en familia de Dios y acción eficaz suya.
Por otro lado, aunque es vendaval, huracán de fuego y viento, Dios nunca obliga ni fuerza, sólo propone… por eso Pentecostés fue, y lo es siempre repetidamente (porque Dios lo reitera en esa comunidad en la que establece a su discipulado), irrupción de luz y fuego como una sugerencia, la sugerencia de que no se nos ocurra jamás esperarlo en solitario. Y nos dice que vivamos en comunión la dulzura de la espera, de la espera esperanzada en la inesperada Providencia… Y no tengas miedo ni impaciencia si te parece que Él no llega, porque el Espíritu Santo os busca, os va a llamar sin duda, y os pedirá algo, algo para lo cual ya os está haciendo arder con su fuego purificador e imperceptible… Y cuando lo percibáis por fin, no tengáis ningún temor a lo que os pida, porque os regala su voz, y con la voz os da el coraje. Anunciadlo entonces bien alto, dejaos llenar de su presencia y que su fuego sea inextinguible. Alimentadlo, transparentad a Dios con delicadeza y mansedumbre, pero con gozo y fortaleza, con vuestra mutua ternura y vuestro compartido entusiasmo. Y sabed que, en el fondo, como en aquel otro Pentecostés de antaño, se tratará de vivir sencillamente… de vivir como Jesús, con la fuerza de su Espíritu, de vivir desde Dios… porque dejarse colmar de Dios y del fuego del Espíritu Santo es lo sencillo… por eso nos parece tan complicado…
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