Tras el primer deslumbramiento que causa el encuentro con Jesús, ese destello que irrumpe en la vida de cualquier persona sensible y sincera cuando se presenta Él, siempre imprevisible a la vez que irresistible, convocando al seguimiento y a otra forma de vivir: la suya, la del amor y la paz, la alegría y la bondad, la misericordia y la ternura; tras esa aurora que nos abre a un nuevo mundo, tal vez la primera consideración sensata es la de experimentar respeto y miedo.
Miedo porque la bondad me hace vulnerable, presa fácil de cualquiera que esté ávido de víctimas con las que ensañarse o, simplemente de mostrar su desprecio y su voluntad de ignorarte… Pero, ¿no lo habías leído?: Os mando como ovejas en medio de lobos… ¿O es que pretendías que te diera el dominio, el poder o el aplauso, la seguridad del satisfecho e instalado, y no la precariedad del entregado, del que quiere servir y acompañar en el silencio? ¡Pero si desde la Creación del mundo, la apuesta de Dios solamente ha sido por aquello que “vio que era bueno” y por Aquél que “todo lo hace bien”!. Si no pudo ser otra la trayectoria y la personalidad de su Cristo ¿cuál pretendías que fuera la tuya? Eres vulnerable, ¡claro que sí!, que sea a causa de tu bondad…
Miedo porque el perdón me deja inerme y a merced de quien se considera mi adversario, sin defensa posible si alguien decide mi ruina y me condena injustamente… Pero, ¿acaso no lo has oído?: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… ¿O no recuerdas dónde estaba cuando pronunciaba esas palabras después de un vil juicio? ¿Querías seguirle sin tomar tu cruz, que sin ser la del suplicio, sí es la de la incomodidad al haberse empeñado el hombre en basar su vida en la rivalidad y la codicia? Si te has dado cuenta de que no puedes vivir de esa manera, y de que solo Él te he abierto definitivamente las puertas de la vida, ¿cómo no vas a perdonar sin condiciones?
Miedo porque la misericordia, aún aceptándola con gusto, me incomoda y me provoca siempre dificultades añadidas, y a veces complicaciones inesperadas… ¿Tampoco habías leído que el Hijo del Hombre no tiene donde reposar la cabeza…? ¿O pensabas que eran sólo palabras?… La misericordia significa siempre detenerse en el camino para atender al herido, olvidando las prisas y dejando de lado las mil excusas y pretextos que tendremos siempre para pasar de largo; y sin pararse a pensar las consecuencias que pueda tener en mi persona privilegiar el amor y la compasión a la eficacia y al horario. Privilegio es que Él te haya escogido para ser cauce de su ternura y de su amor; y si has optado por la senda de los privilegiados, ¿cómo vas a lamentar sus consecuencias? ¿No fue el ejercicio de la misericordia el que le llevó a tocar leprosos, comer con pecadores, rodearse de la chusma despreciada, hacer milagros, y buscar la cruz? ¿No es su misericordia la que te convoca?
Miedo porque el poderoso me amenaza al no mostrar mi acuerdo con su comportamiento y con sus normas, al hacer evidente y manifiesta mi oposición al lujo y al exceso, a la vanidad y al derroche… Pero, ¿no conoces la historia de los profetas y el desenlace de su vida? ¿Acaso no está escrito: Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara las faltas contra la Ley…declara que conoce a Dios y dice que él es hijo del Señor; se ha vuelto acusador de nuestras convicciones, sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y va por un camino aparte; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si contaminasen; proclama dichoso el destino del justo y se gloría de tener por padre a Dios. Vamos a ver si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte: si el justo ése es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo arrancará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a tormentos despiadados, para apreciar su paciencia y comprobar su temple; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien mira por él? ¿No reconoces en Quién se cumplieron estas palabras, como si fueran el resumen de su vida y no el anuncio profético de adónde conduce fiarse de Dios? Ya lo dijo el Sumo Sacerdote Caifás: Conviene que un hombre muera… y el caprichoso juez del único Justo: Ahí lo tenéis. Crucificadlo. ¿Y tú que pretendes? ¿Vivir desde Dios y encontrar la dicha y la felicidad del evangelio siendo aplaudido y aclamado como héroe y como benefactor, reconocido y laureado? Haz memoria: la Gloria está en la Cruz ¿O prefieres el brillo de este mundo?
Miedo porque el devoto y religioso se escandaliza, y ello, aparte de la crítica oficial y de que pueda ser “desautorizado”, me origina un cierto sentimiento de culpabilidad, pues me lleva a pensar que quizás la humildad consiste en someterse, limitarse a “cumplir” lo de siempre, y procurar acallar y silenciar mis inquietudes más profundas, las cuales son, sin embargo el móvil auténtico de mi fe, mi radical compromiso con Jesucristo, y la piedra angular de mi gozo y de mi vida. Pero, ¿cómo claudicar ante la llamada de Jesús, que es siempre desafiante, jamás conformista y pasiva, y absolutamente provocadora de la religión instalada y pretendidamente intocable e indiscutible? ¿No sabes lo que dijeron de Él: A nosotros nos consta que a Moisés le habló Dios; ése, en cambio, no sabemos de dónde procede… y: No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por blasfemia; porque tú, siendo un hombre, te haces Dios… y en la misma cruz: Si eres Hijo de Dios baja de la cruz? No dudes de que solamente puede ser fiel quien tiene el coraje de rescatar el evangelio de los sucesivos envoltorios con que lo va transmitiendo la iglesia, según las limitadas perspectivas de toda sociedad humana y de cada momento de la historia. Y ello precisamente para cumplir su mandato de transmitirlo a todos los pueblos y hasta el fin del mundo. ¿Qué habrá de extraño en que a ti el escándalo del evangelio te lleve a ser proscrito si a Él lo condujo a la cruz? Porque de lo que no puedes dudar es de que el evangelio del Cristo escandaliza.
Miedo porque el malintencionado me avergüenza y me hace sentir incómodo, tachándome o de ingenuo y tonto, o de astuto y simulador o “convenienciero”; de alguna manera deja caer siempre la sospecha de que todo es fachada y no soy “mejor que los demás”, cosa que naturalmente yo reconozco y me deja sin palabras y en completo desánimo. ¿Y qué? ¿No dijeron de Él que si expulsa al demonio es con el poder del jefe de los demonios? ¿De qué te extrañas? Por supuesto que vas a encontrar interpretaciones torcidas y maliciosas, y tal vez vas a soportar humillaciones y burlas; pero ¿es que buscabas aduladores? ¿Crees que la bondad, la misericordia o la ternura van a estar de moda alguna vez o a arrancar elogios? ¿Cómo trataron al ciego de nacimiento simplemente porque reconoció haber sido curado por Él? Por eso le salió más tarde al paso para darle ocasión de afirmar su opción por Él. Y eso hace contigo: salirte al paso cuando ya sabes lo que supone apostar por su evangelio y “dar la cara” por tu Dios y su Cristo; así, si lo quieres, le seguirás sin llamarte a engaño ni buscar compensaciones; es decir, de la única forma posible: hasta el riesgo de la desaprobación, la burla… ¿recuerdas las murmuraciones, su Pasión?…
Miedo porque la tentación me seduce, miedo a mi debilidad evidente y constatada una y mil veces, miedo a ser presa fácil y a desconfiar de todo a causa de mi inseguridad o incluso de mi exceso de rigor conmigo mismo. Pero, si el mismo Jesús no se pudo librar de la provocación del Tentador, ¿cómo voy yo a pretender estar libre de él? Si el comienzo de su vida pública, el momento de lo que podríamos llamar su decisiva opción por el anuncio del evangelio, le supone ser tentado por el diablo… que le dijo: si eres Hijo de Dios di que estas piedras… si eres Hijo de Dios, tírate abajo… Te daré todo esto si te postras y me adoras, ¿podremos nosotros dudar de que hemos de contar con el aguijón y la incomodidad de su presencia en nuestro caminar? ¡No querrías estar preservado de peligros, librarte de toda incitación a la infidelidad y a la dejadez y la traición! Mientras dure nuestra vida estaremos en peligro de que nos invada la pereza, el desánimo, el desconsuelo ante lo doloroso imprevisto o la desgracia inmerecida… todo eso forma parte de nuestra conocida e irrenunciable finitud, la misma que asumió el Hijo, y no puede ser motivo de claudicar o renunciar al seguimiento. ¿No es hermosa la renuncia, cuando se palpa la incomparable dicha del amor, de la comunión inquebrantable, que nada ni nadie puede empañar ni arrebatar?
Miedo porque estoy condenado a la rareza. Y desde luego no hay ninguna duda de la rareza de ser cristiano. Una cosa es creer en Dios como fundamento de la realidad y Ser Supremo, y otra afirmar que ha sido el hombre Jesús quien nos ha hecho accesible a Dios en su misma realidad, ya que en Él mismo se nos hacía palpable la propia divinidad en persona, abriéndonos la puerta definitivamente al misterio; y que ese misterio divino es todavía más contradictorio, incomprensible e incluso absurdo de lo que somos capaces de imaginar. ¿Ha habido en la historia de la humanidad persona más extraña que Jesús?: por supuesto que no. Se trata, precisamente, de la rareza de Dios. ¿O pensábamos que Dios tiene que ajustarse a nuestros esquemas? ¡Eso sí que sería contradictorio!: un Dios a nuestra imagen, en lugar de nosotros a imagen y semejanza suya. Tan extraño y raro es Jesús en su ser y en su proceder que no se ahorran los evangelios decirnos: ¿No tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás loco?…Está loco de atar, ¿por qué lo escucháis? Nada de extraordinario, pues, tener que pasar un cristiano por raro. Casi habría que decir que mal cristiano será el que no pase por tal, pues probablemente para aparecer como normal es preciso alejarse de la piedad y del perdón, de la confianza y la alegría, de la mansedumbre y la ternura; y claudicar ante la rivalidad y el desprecio del otro, ante la ambición y el recelo frente al extraño, ante el éxito y el afán de “cada vez más”… ¿Por qué no sentirse feliz y dichoso de ser así de raro, estando así en comunión con Él y con todos los conjurados por su Reino, por la fraternidad, la alegría y la esperanza.
Pero, ¿a qué viene tanto miedo? Por supuesto que es como para tener miedo. Un miedo en apariencia insuperable e imposible de vencer con nuestras armas. Pero ya lo sabemos también: es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo. Tanto puede Dios que nos hace capaces de vencer el miedo sin dejar de ser miedicas. Y precisamente a ti, tan miedica, te da una fuerza irresistible, te hace invencible. Y lo notas. Lo sabes. Sobre todo porque también notas y sabes que no estás solo, que no estás sola; que sois dos, tres, muchos, una multitud ingente injertados en Cristo y en comunión inquebrantable, animados por una fuerza irresistible que no es vuestra, por una alegría incontenible que os transmitís el uno al otro desde el fondo, y con una complicidad tal que sobran las palabras.
¿Miedo? Sí, a nosotros mismos, a desfallecer en el camino o a ceder al cansancio, si pretendemos caminar solos. Porque no estamos solos. Por eso nos ha enlazado y abrazado, para que nos sepamos con la fuerza de todos, invencibles, con el triunfo asegurado. Unido a mi Cristo y con los suyos nada temo. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?…
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