Si te has rendido a la Pascua, si has sabido por fin reconocer a Jesús resucitado y enmudecer de gozo y alegría ante esa irrupción definitiva de lo inesperado, de la presencia real de su Reino en nuestro mundo y de Él mismo, ya glorificado y sacramentado por y para nosotros; entonces tu vida ha dado un vuelco y ahora has de vivir no ya alegre y feliz, sino entusiasmado y pletórico.
Ahora tu vida se resuelve en una espera ilusionada. Una espera serena, paciente, sin inquietud ni angustia; pero con un entusiasmo y de un alcance imposible de disimular ni contener. Sin saber hacia dónde, pero no a ciegas; sin saber hasta cuándo, pero sin miedos ni prisa; y sabiendo, eso sí, con quién esperas: contigo mismo, con Él, conmigo, con esa comunidad íntima convocada y animada por Jesús resucitado y la fuerza de su espíritu que nos impulsa al futuro… es la confirmación definitiva de aquéllos a quienes ya había llamado: nosotros…
Y nos convoca sin ninguna pretensión de acelerar el resultado, sin ansiedad por descubrir y resolver el enigma, ni con la premura de querer acortar los plazos que esa misma fuerza incontenible que nos arrastra y envuelve, ese vendaval divino, tenga determinados para nosotros… aunque sea cierto que a veces esa incertidumbre se nos convierta en desasosiego…pero lo superamos… Él siempre está ahí, a nuestro lado…
Sólo sé que no dudo en absoluto: ni de Él, ni de ti, ni de esa familia íntima convocada a su mesa, ni siquiera de mí mismo, siempre tan frágil, y sabiéndome desbordado e impotente.
Esa experiencia de resurrección me lleva a saber con absoluta certeza que el sello de Dios está puesto en ese abrazo nuestro, tan sorprendente y extraño; y también que ese sello suyo implica siempre renuncias y cruz, pero no fracaso… que supondrá tal vez dolor, pero que justamente ese dolor hará imposible el fracaso, pues será, en su caso, el precio del éxito absoluto, completo y definitivo. El calor de Dios nos hará madurar sin prisa, deshaciendo lo que aún nos atenaza y nos hace tener miedo de nosotros mismos, todo aquello que nuestra debilidad, y a veces cobardía, nos hace temer dejándonos cohibidos. Toda limitación y timidez irá ardiendo, y el mismo Dios irá abriendo paso a paso un universo de plenitud insospechado… Y es que, es la Pascua: ¡Él ha resucitado!
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