DOMINGO DE RAMOS

Mirado desde la perspectiva de lo que sucedió unos días después, la que llamamos Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos más que un triunfo se convierte en una burla…

Dejarse llevar por el entusiasmo colectivo no es demasiado difícil. Basta estar rodeado por una muchedumbre vociferante para sentirte casi obligado a gritar tú también y sumar tu voz a la de quienes están a tu lado, al margen de que te identifiques en mayor o menor grado con lo que se reclama o se manifiesta. Ciertamente cuando alguien no está de acuerdo con algo rehúye acudir a la convocatoria que lo reivindica; pero en muchas ocasiones hay explosiones de júbilo o de fiesta (también otras de cólera o de luto), que se desencadenan con cierta espontaneidad ante algún suceso imprevisto, y se convierten en contagiosas para los ocasionales testigos o personas que de modo totalmente casual se encuentran en esos lugares. Así, la aparición de un personaje público en un aeropuerto o en un lugar público sin previo aviso, suele desencadenar fenómenos incluso de histeria colectiva, como es bien sabido…

No tiene, pues, en principio, nada de extraordinario que el pueblo aclamara a Jesús el Domingo de Ramos. Y es muy posible que, espontáneamente, se produjera esa especie de entrada triunfal en Jerusalén que seguimos recordando. Pero, en cualquier caso, sería como en tantas de esas reacciones espontáneas populares, que no son fruto de una planificación previa, ni habían previsto ninguna consecuencia ulterior, ya que son simplemente explosión puntual de alegría (o de cólera, como ocurrirá unos días después), al ver a alguien cuya personalidad es de dominio público. Tales expresiones de júbilo ni pretenden tener, ni tienen normalmente, ninguna consecuencia. Ni son intencionales ni buscan nada.

Pero más allá de lo que pueda resultar históricamente verificable o sociológicamente plausible en la Entrada Triunfal de Jesús a Jerusalén los días previos a su muerte ignominiosa, lo que siempre produce la escena en mí es una gran tristeza. Porque no se trata de ningún triunfo, sino de una auténtica burla. Tal vez inconsciente e involuntaria para los propios actores; pero una auténtica burla. Y siempre me asalta la sensación de que Jesús está dejando que jueguen y se diviertan con Él, consciente de que lo van a condenar del mismo modo triunfal… Veo la escena como la burla despiadada de un pueblo que, como en algunas fiestas populares, corona por un día como rey al personaje más ridículo, a aquél de quien todos normalmente se ríen y hasta desprecian, pero que como excepción, por un día, le ponen el manto y le dan el cetro real o el bastón de mando. Es, literalmente, Sancho Panza en la ínsula Barataria… Y siento que la ridiculez de la vida de Jesús, la insensatez de Dios, llega al colmo, y la bajeza humana supera en su desfachatez el abismo de inocencia y mansedumbre del Cristo. Y me pregunto con auténtico desconsuelo, sin retórica alguna, con dolor sincero: ¿por qué, Jesús, te prestas a la burla?…

Me hace daño el Domingo de Ramos. Me duele en lo profundo. Me desgarra, Aunque sé que suena a retórica y a exageración, o a dramatismo y pesimismo; pero no hay nada de eso. Es otra cosa. ¿Cómo celebrar el domingo de Ramos? ¡No puedo!  Es la burla de la cruz antes de la cruz; y, en consecuencia, casi con mayor crueldad, porque está disfrazada de falsa promesa de futuro… Eso sí, se convierte en profecía. Por eso, a pesar del dolor y la tristeza que despierta en mí este domingo, no me mueve, ¡nunca lo ha hecho!, al desánimo ni al pesimismo. Muy al contrario, me hunde de modo todavía más intenso y profundo, más incomprensible, en la conciencia divina de Jesús y en su increíble capacidad de sufrimiento y de asunción de la maldad humana. Me hace pensar en ese doble interrogante que fundamenta mi fe y anima mi esperanza, haciéndome entusiasta de su causa, de su utopía, de su Reino: si alguien ha vivido humanamente siendo Dios ha sido Jesús, la única persona capaz de vivir en este mundo plenamente a lo divino.

Pero también (la otra cara): si ha habido un hombre que ha apurado la esencia de la humanidad, la única persona que ha conocido en su integridad, plenamente, toda la naturaleza humana ha sido Él, Dios, en Jesús. Explíquelo la teología como quiera, hundirse Dios en la humanidad significa que Jesús ha vivido la plenitud de la maldad de que somos capaces, incluso con mayor consciencia de la que tenemos nosotros al ejecutarla.

Porque Jesús veía la burla, era consciente de la burda patraña de aclamarlo, de hacerle subir con palmas de triunfo a la cumbre, para desde allí despeñarlo. No era el Sancho Panza ingenuo e ignorante, inconsciente de la burla, hazmerreir y chabacano. Él era realmente el Señor, el único Señor; y, sin embargo, se presta al juego, toma parte conscientemente en la comedia. Sin necesidad de vendarle los ojos como a Sancho, deja que hagan fiesta a su costa…

La profundidad de la consciencia de Jesús y la inquebrantable firmeza de su ánimo, que asume la comedia y el ridículo, para que podamos divertirnos con Él, me da a mí la fuerza que perdí al constatar mi timidez y mi miedo al ridículo de tantos años… Dios, en Jesús se hace ridículo… y no es D. Quijote sino Sancho…

Sé que siempre podrá objetarse que aquellas personas que lo aclamaron espontáneamente eran sinceras y no pretendían ridiculizarlo ni burlarse de Él, sino que se dejaron llevar por esa ola de entusiasmo colectivo. No voy a discutirlo. Pero si es así, ¿no hace eso todavía más sangrante la escena? ¿No es así todavía más cruel? El ensañamiento no será de las personas en su individualidad, pero el resultado es el mismo: la maldad, en ese caso, domina incluso las conciencias de los protagonistas, que ni siquiera perciben cómo son manipulados por su zarpa oculta, cómo son sus instrumentos; se convierten, si así se prefiere, en involuntarios actores de una escalofriante comedia. Y la ironía resulta aún más cruel: ¿de tal modo se enseñorea de nosotros el Mal que anula nuestra consciencia? ¿tan poco nos importa la repercusión de nuestros actos, cuando afectan al prójimo, que nos dejamos llevar sin problemas por el viento dominante, sin que nos importe hundir o salvar a nuestro hermano?  ¿toda la justificación de nuestra vida y de nuestros actos perversos es decir que “no podemos escapar a la influencia de los demás y a los criterios dominantes”?  ¿abdicamos de nuestra libertad por miedo o por ignorancia, sin querer pensar las consecuencias reales de nuestros actos?  ¿por qué nos prestamos tan fácilmente a la manipulación y al dirigismo?…

No puedo evitarlo: el Domingo de Ramos no es ningún triunfo, sino la derrota más amarga; porque no es todavía la derrota definitiva, sino el anuncio de su inevitabilidad, su profecía, la seguridad de su cumplimiento en la inconsciencia individual y colectiva. Es la cruz, sin cruz todavía; es mostrarte el callejón sin salida, estar ya definitivamente arrinconado; es el absoluto dominio del mal sobre la voluntad humana llevando a Dios hasta el sainete… Me duele tanto como la cruz del Viernes Santo haber caído tan bajo: estaba yo allí, aclamándolo con cantos, gritando su realeza, pretendiendo simular que lo elegía como Rey, como Salvador, que para mí era el Mesías… y sólo lo hice para poder llevarlo a la cruz, para que fuera más clara y evidente su condena… Nos gusta tanto construir para derribar… La burla no empezó en el Pretorio el Viernes, sino unos días antes… y no sé si hay algo más cruel y que nos hace más culpables que convertir a Jesús en Sancho Panza…

Con qué desfachatez la misma maldad que se apodera de la multitud el Viernes Santo para decir ¡Crucifícalo, crucifícalo!, se adueña también ahora de sus voluntades para clamar: ¡Hosanna al Hijo de David!… es un sarcasmo, el más penoso y triste sarcasmo que cabe imaginar. Porque en ambos casos podemos, si queremos, diluir las voluntades de los individuos en la fuerza y la inercia del colectivo; es decir, en ambos casos, también en el Domingo de Ramos, es la maldad quien se apropia de nuestras voluntades; pero en el Viernes su demanda es clara y directa, sin engaño; pero en este Domingo lleva además la hiel de la burla y la mueca de lo falso, es una risa despiadada.

No sé si será por eso que el Domingo de Ramos, desde siempre, me produce una tristeza infinita, una pena inmensa. Y sólo me queda una palabra: pedir perdón a Dios. Perdón, Señor, por haberme atrevido a aclamarte este Domingo de Ramos. Y dame luz. Tengo tan poca…

Un comentario

  1. Paula 15 abril, 2019 en 11:01 - Responder

    Gracias por tu visión del domingo de ramos desde una perspectiva totalmente distinta a la que nos tienen acostumbrados. Me ha hecho reflexionar.
    Que importante es el propio criterio y que difícil es no dejarse llevar por la muchedumbre….

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